OPERACIÓN: RESCATE I
Las lágrimas derramadas en el juego ya no me sirven. Lo que me sirve es cobrar
Pisando el pedal del acelerador, volamos por las calles de Londres. Aunque aún no era tan tarde, estaban inquietantemente vacías, iluminadas de punta a punta, pero desprovistas de vida.
Demasiado vacías para ser Londres por la noche.
Con mis sospechas recayendo en Harrison por el misterioso milagro, miré por el retrovisor, encontrándome con Isabella todavía mirando hacia adelante, apenada, mientras Rory y Andrew compartían una incomodidad palpable. La atmósfera en el vehículo era espesa gracias a la alemana, pero no podía permitirme distracciones. Necesitaba estar enfocada, así que mantuve mi vista fuera del retrovisor.
Luego de varios kilómetros recorridos, Viveka habló.
—Nos dirigimos al punto de encuentro, caporegime —anunció por el auricular, con voz firme y baja.
Apreté el volante con tanta fuerza que mis nudillos pasaron de blancos a rojos. Esto tenía que salir bien. Ella dependía de esto.
—Mantengan la formación hasta el punto —respondí, mi corazón latiendo a mil por segundo.
Una serie de afirmaciones rápidas y disciplinadas de cada equipo me tranquilizó un poco. Me concentré en la carretera, dejando que la familiaridad de la misión me diera fuerzas. No era la primera vez que lideraba una operación de este calibre, y sabía que podía hacerlo.
El viaje fue un poco largo, pero transcurrió en silencio, roto sólo por las comunicaciones esporádicas entre los equipos. Cada minuto que pasaba sentía que la ansiedad se aliviaba un poco más, transformándose en una determinación férrea. Miré a mi alrededor, notando cómo el paisaje urbano daba paso a un entorno más desolado y forestal. Estábamos cerca.
—El equipo seis ha llegado al punto de encuentro —informó Viveka después, rompiendo el silencio.
Reduje la velocidad y, pasando la caravana de camionetas, miré hacia adelante, divisando a duras penas las torres del viejo castillo que servía como nuestro objetivo. La oscuridad de la noche nos envolvió como una mortaja, ayudándonos a camuflarnos con el imponente bosque que se erguía ante nosotros.
Una respiración profunda fue todo lo que tomé antes de estacionar delante del equipo seis y apagar la camioneta. Al bajar no hizo falta mirar hacia atrás para asegurarme de que mi equipo me seguía, los sentía respirándome en el cuello.
Saltando el desgastado quitamiedos, caminé unos cuantos metros más, quedando al ras del comienzo del bosque. Acomodando la ametralladora que colgaba de mi pecho, me apoyé en uno de los árboles y esperé a que el escuadrón completo terminara de estacionar las camionetas y llegaran. Mientras esperaba, repasé el plan una vez más en mi mente.
Sabíamos que La Fosa era un lugar que caminaba por todo Londres, saltando de punto en punto cuando lo requería. Para nuestra suerte, esos saltos que daba a veces podían tardar hasta cuatro años en hacerse. Mover tal cantidad de gente de un lado a otro, no era algo que a Foster le gustaba. Podías llamar mucho la atención si no sabías cómo hacerlo, y Foster era muy cuidadoso con eso. Era, al fin y al cabo, el negocio quien lo mantenía a flote.
Gracias a eso, dar con la ubicación de La Fosa no nos tomó mucho trabajo. Unas preguntas por aquí y por allá por parte de Harrison y estábamos listos. Ahora, lo difícil de esto no era tanto entrar. Aquí, la verdadera dificultad era salir sin llamar la atención de medio gobierno inglés ya que, para mi desgracia, al idiota de Foster se le había ocurrido la gran idea de meter a más de quinientas personas a "vivir" debajo de un patrimonio histórico nacional tal y como lo eran las ruinas del castillo de Goodrich.
Antes, me hubiese preocupado mucho más por la ubicación, pero justo en estos momentos, no me importaba. Recuperar a Arabella era lo más importante para mí, por ende, volar en pedazos cada parte de las ruinas del castillo, alertando a todo el gobierno inglés, me importaba muy, muy poco.
Era por eso que el plan contaba con dos fases: la primera fase consistía en ingresar al interior de La Fosa, y la segunda, como medida de prevención, consistía en tener refuerzos aéreos externos. Foster era inteligente, además, en el momento en el que pisáramos el primer piso de La Fosa, estaba un noventa y tres por ciento segura de que todo el maldito mundo se iba a dar cuenta de nuestra presencia.
Las noticias viajaban rápido, mucho más si eran para Foster. Harrison sabía que él no dudaría en enviar refuerzos si se trataba de una verdadera extracción de alguno de sus prisioneros, debido a eso, Aaron fue llamado de imprevisto. Los tres trazamos un plan no tan tradicional, pero para accionar dicho plan, una sola persona no era suficiente. He ahí el porqué de que ni Mila, ni Nathaniel, ni Collin formarían parte de la extracción en tierra.
Ellos se encargarían de sobrellevar todo lo que pasara en el exterior desde las alturas, comprándonos tiempo si las cosas se complicaban. Aaron también añadió un sistema de comunicación inusual: granadas. Tanto para volar a los refuerzos en pedazos como para avisarme cuando las cosas estuvieran bastante feas arriba, las granadas, para él, serían esenciales. Sin embargo, el pequeño detalle se encontraba en qué tantas granadas podría soportar el lugar sin que terminara colapsando sobre nosotros.
—Kendall —la voz de Zach exigiendo mi atención, cortó el hilo de mis pensamientos.
Parpadeé para despejarme y lo busqué. Me despegué del árbol al notar que no solo estaba él, sino todo el escuadrón ordenados en cuatro filas, esperando por mí. Si hubiésemos planeado esto con más tiempo, dudaba que nos hubiese salido así de bien: la noche nos arropaba, el bosque estaba despejado, y solo el sonido de los grillos y el río cercano rompía el silencio.
—Se saben el plan, se saben el mapa —comencé con voz firme, sin perder el tiempo—. De aquí a allá se mantendrán los equipos y las formaciones formadas en el aeródromo. Una vez dentro del lugar, sí tomaremos las formaciones habladas con anterioridad —reparé en cada uno de ellos, esperando que mis palabras se incrustaran en sus cabezas—. Lo dije una vez y lo volveré a repetir: no quiero ni permito errores. Pisaremos territorio enemigo en menos de quince minutos, me niego a aceptar margen alguno de error. Si por alguna de sus estupideces el rescate falla, lo mínimo que les va a preocupar será Harrison —moví mis piernas. Pasé por cada fila, erguida y manteniendo el mentón en alto—. Háganme fallar aquí y les aseguro, les prometo que Grant Harrison se quedará diminuto a mi lado.
Editado: 09.10.2024