Let's Play.

Setenta

TERMINAL DE HIS, PARIS II

Al final, los sueños no valen nada si apuestas todas tus fichas en la realidad equivocada

La oscuridad que me envolvía era densa, impenetrable, y a pesar de la adrenalina que de manera curiosa bombeaba a través de mi cuerpo, mi mente estaba atrapada en una nebulosa de confusión y dolor. Las cadenas que mordían mis muñecas y tobillos eran lo único que mantenía mi cuerpo en suspensión, colgando en el lugar que me era más que familiar. El dolor constante en mis músculos y huesos era un recordatorio del infierno que estaba pasando en manos del hijo de puta, y a pesar de todo, mis pensamientos se seguían centrando en una sola cosa: cómo haría pagar al bastardo en cuando le pusiera las manos encima.

Sin embargo, algo me distrajo. Sentí un tirón, y de repente, mi cuerpo comenzó a descender. Intenté discernir con rapidez algo en la oscuridad, pero me resultó inútil. La sensación de estar bajando fue lenta, como siempre, hipnótica. Mi confusión aumentó aún más cuando me di cuenta de que esta vez podía moverme a voluntad, que el cuerpo me respondía de manera natural a cada sacudida de cabeza que hacía, que el dolor no me paralizaba. Cada músculo, cada tendón parecía responder a mis órdenes, una anomalía que me producía curiosidad, pero que al mismo tiempo me ponía alerta.

Cuando mis pies tocaron el suelo, una mezcla extraña de alivio me recorrió el cuerpo, pero, así como me recorrió, un aumento de desconfianza también lo hizo. Respiré hondo, acción que me solía ser difícil anteriormente, casi imposible. Pero ahora, cada aliento entraba con facilidad. Justo cuando mi cabeza empezó a reproducir pensamientos para explicar la situación, unas manos frías se posaron en mis muñecas, trabajando con rapidez para liberar las cadenas.

Al no sentir el pinchazo de la aguja a la que ya estaba acostumbrado, seguido de su ardor y la pesadez de mi cuerpo, mi primer instinto fue atacar. Pero algo me dijo que me esperara, que permitiera que ese imbécil, de seguro un maldito perro que no sabía cómo hacer su trabajo, terminara lo que estaba haciendo. Las manos, firmes pero veloces, desabrocharon los grilletes en mis muñecas y luego pasaron a mis tobillos. Entrecerré los ojos en la oscuridad, tratando de discernir la figura que trabajaba tan cerca de mí, pero la falta de luz del maldito hoyo lo hacía imposible.

El último grillete cayó al suelo con un sonido metálico, y de inmediato sentí la libertad recorrerme. No esperé un segundo más. A pesar de que mi cuerpo estaba destrozado y debilitado por meses de jodida diversión de Alexey, mis manos se movieron por puro instinto. Atrapé la garganta del bastardo con una fuerza que ni siquiera creí que me quedaba. Un gruñido bajo salió de mi garganta mientras lo levantaba del suelo, la sorpresa reflejada en sus ojos.

El cuerpo se retorcía y forcejeaba, pero para sorpresa de los dos, yo era más fuerte. Tampoco iba a dejar que se liberara, no después de todo lo que había pasado y no justo cuando tenía la oportunidad de salir de este maldito infierno de una vez por todas. La ira que había acumulado durante tanto tiempo estalló en cada fibra de mi ser, y comencé a ejercer presión, sintiendo el cuello ceder bajo mis dedos. Mis manos eran tenazas implacables, y no me importaba cuantas veces intentara liberar su cuello de mi agarre. No soltaría. No todavía.

El cuerpo intentó defenderse, enrollando las piernas alrededor de mis brazos, tratando de inmovilizarme. Pero yo nunca había sido fácil de dominar, mucho menos en el estado en que me encontraba. Me llevó al suelo con una llave, pero seguía ejerciendo presión en su garganta, aplastándolo con mi fuerza.

La furia bullía dentro de mí, cegándome a todo lo demás e incrementando de golpe cuando por fin mis ojos detallaron a quien sostenía.

—Maldito perro, hijo de puta —siseé, rabioso, apretando con más ganas.

Aunque él intentó decir algo por su repugnante boca, el olor a acre familiar golpeó mis fosas nasales, distrayéndome en gran manera, enmudeciendo su voz al instante. Sin embargo, algo en su mirada, en la forma en que sus ojos brillaban con lágrimas contenidas, me detuvo de partirle el cuello en dos. El rostro incluso estaba cambiado, diferente a lo que recordaba, pero eso no importaba. ¡No importaba! Lo que me importaba era que él, el maldito bastardo que había jodido conmigo, con ella. La ira en mi interior se volvió incontrolable. Un odio antiguo y feroz me recorrió como un veneno, y cada puñetazo que le propiné fue con la intención de destruir, de borrar cualquier vestigio de su existencia.

Mis puños se estrellaron contra su cuerpo una y otra vez, sintiendo cómo la carne cedía bajo la presión, como los huesos crujían. La sangre salpicaba, mezclándose con la mía propia, formando un caos carmesí que solo aumentaba mi sed de venganza. Cada maldito golpe era un grito mudo, una maldición que lanzaba contra él por haberla tocado, por haberse atrevido a mancillar lo que era mío.

—¡Jodido hijo de perra! —Troné, tras cada golpe.

Él apenas se defendía, y eso solo me enfurecía más. ¿Dónde estaba el maldito animal que había destruido mi vida? ¿Dónde estaba el perro que había jurado que disfrutaría devolverme con creces cada mala mirada que le llegué a dar, cada escupitajo que le atiné? ¿Dónde estaba el bastardo que había arrancado a la mujer por la que quemaría todo a mi paso de mi lado? Los golpes que me devolvía, pese a que me llegaron a aturdir momentáneamente, no eran nada comparados a los míos. Para mí eran débiles, insignificantes. No había rastro de la fuerza que yo recordaba, solo un hombre destrozado, tratando de sobrevivir al infierno que le estaba cayendo encima.

Lanzó patadas que aterrizaron en mi tórax, lanzó puños que reventaron mi nariz, y conectó en mi ojo izquierdo y en la comisura de mi boca. Lo sentía desesperado, su boca se movía, en su cuello se marcaban sus cuerdas vocales tratando de gritar algo, pero me pasé cualquier cosa que saliera por su parte por las bolas. Lo quería muerto. Muerto y ardiendo en el infierno. Y, aunque quería deleitarme con cada gota de sangre que salía de él como bien lo necesitaba, no tenía tiempo. Podía disfrutarlo de manera rápida, pero no contaba con el tiempo necesario para deleitarme tanto como quería.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.