Let's Play.

Setenta y uno

MOVIMIENTO IMPREDECIBLE

Jugar hasta el final nunca es suficiente para prepararte para el dolor de la incredulidad que te sigue después

Arabella

Decir que el corazón me retumbaba en el pecho con una intensidad que no tenía nombre, que no había sentido nunca, era decir poco. Es decir, él cayó encima de mí, se desmayó encima de mí, y a raíz de eso, su cuerpo empezó a ceder. Lo sostuve como pude, pero aun así su cuerpo comenzó a deslizarse, cayendo al suelo. En ese instante quedé paralizada, congelada como idiota. El pánico me invadió, pero era como si no pudiera moverme, como si mis músculos no respondieran.

—¡Quítale eso! —Demandó Rise, señalando el chaleco, mientras se movía tan rápido como podía, buscando su cuello, tratando de encontrar su pulso.

Le arranqué el chaleco en cuanto pude, con mis manos temblando sin mi consentimiento. Cuando por fin pude controlar el temblor y quitarle lo que le obstruía a Rise, el nudo de la garganta se me hizo tan grande, casi al punto de impedirme respirar, al volver a presenciar cada corte, rasguño, y hematoma en su cuerpo, dejándome tal y cómo la vista me había dejado antes de quitarle aquellos jodidos grilletes: fría. Y hubo varias diferencias que lograron mantenerme en ese estado: la luz, todo lo que venía guardando, los gritos.

La luz porque contribuía a que pudiera detallarlo mejor; resaltaban esos cortes profundos por todo su torso, su pecho, sus costillas, sus brazos y hasta en sus piernas. La carne mal cosida apenas contenía la sangre que goteaba al suelo, haciendo un pequeño charco bajo él. Era como si esa maldita luz se estuviera burlando de mí, obligándome a ver cada centímetro de su sufrimiento, cada signo de que lo habían destruido por dentro y por fuera.

Todo lo que me venía guardando porque, junto a los gritos, impidieron que me siguiera moviendo. Mi cuerpo no respondía. Lo único que pude hacer fue mirar. Incluso cuando Rise gritó que siguiera moviéndome, no pude. Por eso, Kendall me alejó de él, aunque yo no quería, aunque mi instinto era quedarme con él, hacer algo, cualquier cosa. Pero me apartó, dejándome fuera de la escena, dejando que Rise y Riden se encargaran de su hermano. De mi espécimen.

Mi cuerpo no respondía ante mí, ante las cosas que quería hacer para ayudar. Mi cuerpo tan solo permitía que las lágrimas se deslizaran por mis mejillas y que los sollozos me rasgaran la garganta con un dolor aplastante, sin siquiera apartar la mirada de él. Por más que lo intentaba, no lo lograba. No podía hacer nada.

La voz de Kendall implorando que me calmara la oí lejana. Las manos de Mila, que llegaron minutos después, intentando apaciguarme, apretando las mías, lo sentí efímero. El sonido del helicóptero retumbando para mí era solo un vacío. No escuchaba nada más que el latido ensordecedor de mi propio corazón y los sollozos que se deslizaban sin control. Quería moverme, hacer algo, pero mi cuerpo se encontraba tan roto como me sentía. Estaba paralizada, incapaz de procesar lo que estaba ocurriendo.

Vas a perderlo.

Llegaste tarde.

¿Esto es todo lo que pudiste hacer? ¿Por él? ¿Es en serio?

Lo salvaste para que sus hermanos lo pudieran ver morir.

Es tu culpa.

Habían más palabras que se dedicaron a atormentarme, y por como estaba, sin pensarlo les di la razón. Sin embargo, no me detuve a analizarlas. Mi cabeza no tuvo tiempo para eso, debido a que todo lo que intentaba hacer para llegar a mí no funcionaba. Todo empezó a desvanecerse en un eco distante, como si estuviera atrapada en una neblina interminable, incapaz de procesar el horror que tenía frente a mí.

Lo siguiente que recuerdo fue el silencio. El helicóptero, el jet, cómo saltamos de París a Escocia... Todo aquel trayecto, para mí, fue un parpadeo. De lo único de lo que llegué a estar consciente fue de cómo, al llegar al búnker, Rise y Riden metieron el cuerpo de Rush al estrecho ascensor como pudieron, bajando de primeros, mientras que a Kendall, Mila y a mí nos tocó esperar por el siguiente que nos dejó en el área médica, además de cómo la gente pasaba ante mis ojos a la velocidad de la luz, mientras me sumía en desesperación, sentada en la bendita sala de espera, a la espera de algo, cualquier cosa que me asegurara que él estuviera bien.

Apenas reconocí que Mila se había ausentado, y que Kendall se había quedado a mi lado y que puede que nunca se hubiese ido porque en ningún momento sentí su mano dejar la mía, ni siquiera cuando Adalia Schröder, seguida de su hermana, Harrison y un par de personas más hicieron acto de presencia al, creía yo, haber escuchado la noticia de que habíamos llegado.

Las voces preguntándome qué diablos había pasado las oí lejanas, como un susurro nadando al fondo de mi cabeza. No quería responder. No podía responder. Y se dieron cuenta porque dejaron de preguntarme cosas, pasando de mí a Kendall, exigiendo respuestas.

No me importó qué fue lo que dijo Kendall o cuáles fueron las respuestas de los demás. Lo único que me importaba era el hombre que se encontraba vivo a duras penas, encerrado en un quirófano, mientras que alguien trataba de mantenerlo consciente. Vivo. Conmigo. Aquí.

Los segundos se convirtieron en minutos, los minutos en horas, y las horas en una eternidad infinita. Pese a eso, jamás me levanté. Las necesidades que mi cuerpo me exigía las ignoré. Dormir, comer, bañarme... nada de eso me era importante justo en esos momentos. Lo único que quería era saber si estaba bien, si se encontraba bien. Lo demás, no. Eso podía esperar.

La gente que pisaba la sala de espera siguió moviéndose en cámara rápida, siendo un borrón cada vez que siquiera parpadeaba. No sé cuánto tiempo estuve así, no sé por cuánto tiempo las voces siguieron mudas a mi alrededor, no sabía nada. Mi vista estaba fija en aquel pasillo con puertas cerradas y luces blancas que se hacía cada vez más estrecho pasado el tiempo, el cual me impedía respirar bien.




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