ENGAÑO MUTUO
Es curioso cómo, después de jugar, las consecuencias de tus movimientos quedan atadas a una culpa fría y constante, junto al dolor creciente y la rabia que no desaparece
Riden
Me encontraba tan ensimismado en mi mierda que no me di cuenta de que tenía compañía hasta que sentí toques en mis hombros. El ligero toqueteo fue tan molesto como una mosca zumbando al oído. No reaccioné. Ni siquiera parpadeé. Seguía concentrado en las pantallas frente a mí, con demasiado que hacer y cero ganas de perder tiempo en cosas que no iban a ayudarme en algo. Como por ejemplo, la mujer que tenía detrás de mí.
—Cuando estás así de mezquino es posible que me gustes más —susurró ella en mi oído luego de unos intentos de llamar mi atención.
—Cuando jodes más de la cuenta, provoca alistarte el jet y mandarte directo de vuelta a Roma —espeté, cambiando ciertas fórmulas—. Estoy ocupado, Roelle.
—No soy ciega —replicó sin dejarse afectar por mi humor, dejando mis hombros para arrastrar una silla y sentarse a mi lado—. ¿Cómo vas?
Su pregunta fue tan irrelevante que el silencio la devoró por completo. ¿Para qué molestarse? Ella sabía cómo trabajaba y sabía cuándo las cosas no corrían como a mí me gustarían que corrieran. Así que no le respondí porque ella sabía que las cosas no estaban yendo como a mí me gustarían. No lo habían hecho desde hace casi dos semanas y no lo estaban haciendo ahora. Pero eso era solo con los asuntos que tenían el puto nombre de mi hermano como título, ya que desde que llegó, en él era en lo único que me había enfocado.
No lo había visto, era verdad. Desde que decidió convertirse en el imbécil más grande de esta galaxia, lo mínimo que quería era verlo. Mucho menos si tenía al dolor de bolas guindado en el cuello en vez de a cierta mujer que dejó hecha un desastre porque no tuvo los cojones necesarios para superar su mierda, pero para mi desgracia tenía que cargar con su trasero aunque no lo quisiera.
—Rush preguntó por ti otra vez.
Torcí el gesto. El mismo gesto que había repetido cada vez que alguien mencionaba su nombre. Había sido claro con todos: no quería verlo. ¿Por qué diablos seguían insistiendo? No después de desplazarla sin remordimiento alguno, ni mucho menos ahora luego de que Arabella viniera a mí hace dos días, llorando a moco tendido por haber estado aguantando cosas que no tenía por qué aguantar.
Rise y Mila lo entendían. Sabían que no tenía sentido forzarme a sentarme con el idiota cuando no lo merecía. Pero Justine, y la mujer que tenía ahora a mi lado, seguían insistiendo en que debía verlo, porque, al parecer, el lazo sanguíneo tenía algún significado mágico que debía sobrepasar cualquier idiotez. Para ellas, Rush seguía siendo mi hermano.
La cuestión era que me sabía a mierda. El hombre que pedía verme no era mi hermano. No desde que permitió que la estupidez lo dominara, que desechara a la única persona que realmente importaba por un par de piernas irritantes y una sonrisa vacía. El hombre con el que había crecido, poco después de que Beniamino muriera, jamás habría hecho algo así.
Me giré hacia Roelle, sin ocultar el desprecio en mis ojos.
—Si sigue con esa mierda, voy a hacerle un puto favor al mundo y patearle el trasero yo mismo —le dije con una sonrisa sarcástica, aunque detrás de esa sonrisa, la rabia era tangible.
Mi respuesta hizo que ella gimiera por lo bajo.
—Riden...
—Sabes que mi respuesta será la misma por más que sigas rogando por mierdas que no van a pasar, Roelle —al fin la miré. Verla disgustada era una de mis cosas favoritas, pero ahora no estaba pensando en qué tan bonita se veía frunciendo sus labios mientras que la punta de su nariz se colocaba de un sutil color rosado y me dedicaba una mirada de reprimenda. No. Justo ahora estaba pensando en qué tanto alivio me traería si se fuera de mi maldito lugar de trabajo—. Deja de tocarme las pelotas con el mismo jodido tema.
—Es tu hermano.
—Me importa una mierda.
—Quiere verte.
—Yo no.
—Él solo quiere...
—¡Me importan tres hectáreas de mierdas completas lo que él quiera! —Exploté, levantándome de golpe, clavando la mirada en ella—. ¡Arabella también quiere un montón de cosas, pero a ella no la ves rogando por cosas que no van a pasar! Ella se adapta a eso, se traga su mierda y sigue como si nada hubiese pasado, preocupándose por todo el mundo menos por ella misma.
Mi voz retumbó en la habitación, pero no me importó. Estaba harto, harto de todo esto. Arabella había pasado los últimos meses preocupándose por todos menos por sí misma. Lo había visto. Había sido testigo de ello. Demasiadas. Malditas. Veces. Y ya estaba hasta el cuello de eso. Ella no se merecía lo que le estaba ocurriendo. Se había sacrificado por cada maldito problema que ni le correspondía, había soportado situaciones que habrían destrozado a cualquiera, había estado al borde de la muerte incontables veces por proteger a los que le importaban. A su círculo cercano. Círculo que incluía a Rush. El maldito idiota que no había hecho más que evitarla desde que abrió los ojos y decidió seguir haciendo luego de haber "aclarado" las cosas con ella hace cinco días atrás, haciéndole solo más daño.
Cuando ella vino a mí, desbordando todo lo que llevaba atorado en el pecho, tuve que reprimir el instinto de sacarla de esa maldita habitación. Quise encerrarla en la mía, lejos de todo el mundo, para así evitarle ese jodido daño continuo que el hombre que me negaba a reconocer como mi hermano solo seguía dándole. Y se lo dije. Ocho veces. Pero no. Ella se negó en cada una, asegurando que estaba bien y que ambos necesitaban más tiempo juntos, diciendo que ella había aceptado las condiciones del imbécil para llevar las cosas con calma.
Calma mis huevos.
Editado: 09.10.2024