Let's Play.

Setenta y cinco

PRELUDIO AL CAOS

El caos dictó el ritmo del juego, pero fue la desesperación la que realmente marcó el último golpe

Rise

Correr, disparar al blanco y meterme de lleno en operativos que no requerían mi presencia solían ser mis cosas favoritas de hacer cuando tenía que desestresarme por estar teniendo que huir de una maldita mujer que se complicaba hasta la manera de como tomar agua. Sin embargo, ahora que la tenía para mí, el simple hecho de levantarme de la cama ya me resultaba tedioso. Podía pasarme el día entero con ella entre mis brazos, y aún así, seguía sin ser suficiente. Pero, para mi desgracia, las responsabilidades nunca te dejan día libre, mucho menos cuando tenías a Arabella Ross de cuñada y menos cuando ser el canguro de todo el jodido mundo parecía haberse convertido en mi segunda carrera, de la cual, por cierto, me había graduado con los malditos honores.

—¿Y qué quieres que haga, Riden? —Suspiré, imaginando cuarenta formas distintas de matar a Arabella mientras rebuscaba en cada rincón del jet su pequeño trasero escurridizo—. Devolvernos no es una opción y...

O haces que Nathaniel vuele con ella directo a Escocia, o lo hago yo mismo, Rise —espetó él con un tono que...—. Ganas no me faltan, y dos jodidos dedos de frente tampoco.

Conocía bien los tonos de Riden. Estaba familiarizado con su tono mordaz, su tono aburrido y su tono jocoso. ¿Pero saben con qué más estaba familiarizado? Con su tono posesivo. Ese que solo había dejado relucir un par de contadas veces en toda su vida. Ese que casualmente estaba usando en cada oración que tuviese el nombre de Arabella incluido desde que llegó Rush. Ese que jodidamente quería que se guardara nada más para Roelle porque si aquella fijación extraña que traía por Bells se salía de sus cabales... Joder.

—No te voy a preguntar nada ahora mismo porque no es el momento —empecé, recorriendo con pasos largos el pasillo de la única cabina de servicio—, pero ten en cuenta de que cuando volvamos a Escocia y tu jodido trasero esté en la sala de comandos, tú y yo vamos a tener una extensa conversación sobre tu lado posesivo recién afilado, Riden.

El silencio en la línea duró más de lo que me esperaba, y eso no hacía más que confirmarme lo que ya sabía. Solté un suspiro frustrado, maldiciendo entre dientes. Una cosa era tontear con Arabella, como lo habíamos hecho todos en su momento: yo, Mila, incluso el propio Riden. Pero sucumbir ante sus encantos era otro juego completamente distinto. Y joder si Arabella no era adictiva. Todo en ella lo era: sus ojos oscuros, su forma de hablar, su voz, su risa pícara, y cómo te seguía el juego con una facilidad que te hacía preguntarte si de verdad eras tú quien estaba en control.

Ella.

Todo eso en un pequeño cuerpo de un metro sesenta y tres, con ese cabello largo y tan negro como el carbón, y una energía que era puro imán era una trampa mortal y adictiva. Al entrar en su órbita, cada paso que dabas tenías que hacerlo con cuidado, con una precisión minuciosa, ya que si ser tragado por aquellos ojos negros no se encontraba en tus planes, la cautela tenía que ser tu mayor arma. No obstante, un paso en falso era todo lo que necesitabas para caer de golpe en sus encantos.

Rush era el perfecto ejemplo de eso. Pero él no se arrepentía de aquello, y para ser honesto, ninguno de nosotros tampoco lo hacía. No había por qué. La mujer era un torbellino de aire fresco y el que hubiese cautivado a Rush desde el momento en que le pateó su culo orgulloso y narcisista fue, por no decir lo menos, entretenido.

Arabella, desde ese día, sin siquiera intentarlo, nos tuvo a todos comiendo de la palma de su mano. Aún pienso que el que lo lograra con tanta facilidad daba mucho de qué hablar de la familia Massey, pero, qué diablos, estábamos bien con eso. Al menos, hasta que Riden fue confiado y dio un paso en falso, dejándose envolver por los encantos de Bells.

Enciérrala en un maldito baño —espetó Riden de nuevo, ahora con tono resignado, justo en el momento que yo deslizaba la puerta del pequeño cuarto de descanso—, y luego de ahí, devuelvela a Escocia con Nathaniel. No veo el jet despegando luego de que todo el mundo haya bajado de ahí y te juro, Rise, que lo hago yo mismo. Me va a saber a mierda cómo te las apañas aquí.

La línea se quedó en silencio otra vez, y guardé el teléfono. No hacía falta ser un genio para saber que me había colgado, ni tampoco un psicólogo experimentado para entender que él sí hablaba en serio. Y entonces, las cuarentas maneras de quitarle la cabeza a Arabella que había imaginado se convirtieron en cien cuando la vi. Ahí estaba, un pequeño taco de persona en el centro de la cama individual, envuelta en sábanas más dormida que despierta. Maldije a Nathaniel tanto que me prometí encargarme de él cuando tuviese la oportunidad porque había sido su maldito trabajo revisar que las cosas estuviesen en orden aquí atrás y en cada compartimiento del jodido jet.

No hizo falta despertarla. Se removió sola, luchando por deshacerse de las sábanas, colocándose una almohada en la cara, murmurando molesta algo incoherente. Y por un segundo, estuve a nada de ahorcarla. ¿Cómo podía ser tan estúpida, tan imprudente? ¿Cómo se atrevía a exponerse de tal manera, cuando sabía y tenía prohibido hacerlo? Pero entonces sus ojos se encontraron con los míos. Se detuvo en seco al verme plantado en la puerta, y su rostro pasó por una montaña rusa de emociones. Aunque una parte de mí quería reírse por lo ridícula que se veía, me limité a cruzar los brazos, dejando que comprendiera por sí misma qué tanto quería arrancarle la cabeza.

Al final, su semblante optó por reflejar lo mucho que la había cagado, drenando casi todo el color de su rostro, pareciendo más un fantasma que otra cosa.




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