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Setenta y siete

PURGANDO EL DOLOR

La rabia se convirtió en mi estrategia, un arma afilada que iba a usar para saciar lo que el dolor me había arrebatado

Rush

Las palabras del maldito hijo de puta se quedaron dando vueltas en mi cabeza, girando una y otra vez, haciéndome destrozarlas letra por letra en busca de algún indicio de mentira. Pero no lo había.

No. No puede ser verdad.

Y, sin embargo, lo era. No había una pizca alguna de falsedad en su mirada, solo puro miedo. Zacharias sudaba a mares, apestando a terror en cada respiro. Cada poro de su piel dejaba escapar ese hedor, y cuando lo sujeté de su sudoroso cuello, noté cómo su asqueroso temblor se intensificaba. Lo llevé a uno de los despachos inutilizados del área médica, donde el bastardo seguía transpirando miedo, aunque intentara ocultarlo detrás de gritos y excusas que yo apenas podía escuchar. La ira me ensordecía.

Quería respuestas. Quería saber cómo era posible. Quería que me contara detalle por detalle. Quería... Maldita sea. Pero el sonido de la puerta azotándose interrumpió sus intentos patéticos de hablar, y una pequeña y corta sonrisa de satisfacción se plantó en mi rostro después de notar el motivo del ruido y el jadeo asustadizo de Zacharias: Harrison. Su entrada furiosa hizo que el maldito se quedara sin aliento.

—¡¿Qué diablos hiciste?! —Rugió Harrison, empujando el cuerpo de Zacharias al suelo con su zapato clavado en su pecho, y el cañón de su arma apuntando directo a su cabeza—. ¿Qué fue lo que hiciste con ella? ¡¿En dónde está?! ¿¡Qué fue lo que hiciste, joder!?

—Yo... Yo... —balbuceó él, luchando para liberarse de Harrison—. Ella...

—¡¡Ella nada, maldita sea!! —Harrison dejó caer su zapato en el estómago de Zacharias, rabioso—. ¡¿Dónde está, pedazo de mierda?! ¿¡Dónde!?

Mi boca no se movió, por más que quería preguntar cómo se había enterado. Ni siquiera podía decir una palabra ante el asombro de verlo perder el control de esa manera.

—Ella... Nikolay...

Pensé que la rabia de Harrison no podía aumentar, pero me equivoqué. Y aunque me equivoqué, no moví un dedo. Dejé que el espectáculo corriera ante mis ojos, saliéndose de control con cada segundo que pasaba. Me quedé ahí, en silencio, inmóvil, observando como Zacharias me miraba con desesperación, pidiéndome ayuda a gritos mientras Harrison descargaba golpe tras golpe con el filo del cargador de su glock, cada impacto más salvaje que el anterior.

Quisiera decir que en ese momento mi mente se llenó de recuerdos de Kendall, como si algo de ella aún estuviera anclado en mí.

Quisiera decir que me atravesaron los momentos más sencillos y sarcásticos que compartimos, sus sonrisas breves y su mirada fija, que me clavaba sin importarle lo que opinara. Pero estaría mintiendo. Joder, incluso quisiera poder decir pude ver por última vez el cómo ella rodaba los ojos cada vez que yo estaba cerca, pero no pasó.

Ni una imagen, ni un solo gesto suyo se cruzó en mi cabeza, ni siquiera un instante de su risa burlona. Nada. Ni gestos, ni recuerdos. Solo un vacío.

Pero en ese vacío, alguien más decidió ocupar su lugar y no tuve el tiempo necesario para empujarla lejos. Cada detalle de Arabella se coló en mi mente, llenando esos espacios donde debería estar Kendall. La forma en que arrugaba su nariz cuando se enojaba, cómo revoloteaba sus pestañas con inocencia fingida cuando quería algo que se le había negado, su manía por pedir huevos en comidas donde no tenía que haberlos, solo porque sí. Vi su sonrisa en mi mente, el suave roce de su cabello negro rozando mi nariz cuando dormía en mi pecho... Vi tanto. La necesidad de tenerla en mis brazos se volvió tan insoportable como siempre, dejándome sin aire, y sin embargo, estaba perdiéndola, de nuevo.

Nunca pensé en lo que significaba realmente perder a alguien, a alguien que te importa, que se había ligado a tu vida sin que tú tuvieras las intenciones de hacerlo. No hasta que tuve que perder a mi mundo no una, sino dos veces. En la última fue cuando pasé por el dolor, la ira, la negación y la depresión. Nunca alcancé la aceptación porque, para ser honesto, mi mente solo me llevaba a la venganza, a un vacío desesperado que se hacía más fuerte con cada momento que pasaba en mi mierda.

Siempre había creído que podía proteger a los míos, que mis acciones los mantenían seguros, a los pocos que realmente me importaban. Hasta hoy. Ahora me encontraba aquí, sin saber si debía llorar, maldecir o qué demonios hacer porque no comprendía este maldito vacío. Entonces, ¿qué se suponía que tenía que hacer con el vacío que me estaba oprimiendo el pecho? Era casi el mismo vacío oscuro que sentí aquella vez, colgado de las cadenas de Alexey, solo que esta vez no podía ignorar la extraña sensación.

¿Era por Kendall? ¿Por perderla sin tiempo de resolver nada? ¿Así se sentía cuando te arrebataban a una persona sin aviso, sin siquiera una oportunidad para enmendar los errores que se cruzaron entre ambos? ¿Esto es lo que se siente perder una amiga?

Tenía pocas. De hecho, solo tenía una: Hannelore. Pero Kendall se había ganado ese título el día que no le había temblado el pulso para apuntarme la cabeza aquella vez en mi oficina cuando las cosas con Arabella se... descontrolaron. A su manera, fue una aliada, y aunque a veces no la soportaba, su lealtad era innegable. Kendall fue eso: una amiga. Alguien leal, importante, incluso admirada por mi hermano, que la veneraba casi tanto como yo veneraba a Arabella.

Maldita sea. Rise. Pensar en lo que sentiría mi hermano cuando se llegara a enterar de todo este desastre... Joder.

Y entonces, pese a que no quería, otro pensamiento se abrió paso en mi cabeza, uno que no pude reprimir por mucho que lo intentara. Su voz, la de Kendall, retumbó en mi mente, espetándome que tuviera las bolas necesarias para aclarar toda mi mierda y que me centrara en Arabella.




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