Let's Play.

Ochenta

SILENCIO ROTO

En este juego, no hay empate: o ganas todo, o pierdes más de lo que puedes soportar

Arabella se recuperó primero. No dudó en retomar sus movimientos, y esta vez la dejé apartarse de mí. Ella tenía todo el derecho de huir, de dejarme si quería, porque estar con un maldito adicto a tal punto sabía que para ella era tocar fondo.

Furiosa, saltó fuera de la cama y estuvo de pie en un segundo. Se cruzó de brazos, mirándome, asegurándose de que sus ojos, vidriosos por tanto llorar, no reflejaran el asco que sentía por mí. Estaba más que claro que no me encontraba preparado para esta conversación, que si fuera por mí la hubiese evitado por mucho más tiempo, pero la postura de Arabella no me daba escapatoria alguna. Tuve que incorporarme y sentarme en el borde de la cama, esperando a ver si ella decidía dar el primer paso o no.

¿Qué?

Bien. Paso dado.

Clavé mis ojos en su rostro por mucho más tiempo del que ella aguantaría alguna vez de alguien, por la sencilla razón de qué no sabía como continuar con esto, cómo dejarle saber todo lo que le había ocultado, todo lo que no me molesté en decirle porque no podía, no me sentía capaz de hacerlo.

Y aún me sentía incapaz de pronunciar una sola sílaba, pero las palabras ya habían sido dichas, y si lo que yo quería era su perdón, si la quería de vuelta, todo lo que yo no sintiese "capaz" de hacer tenía que irse al carajo. Tenía que encontrar mis jodidas pelotas y ser el hombre que ella necesitaba, tanto por mí como por ella. Porque por más futuro que tuviera por delante, si la mujer de mi vida daba un paso en dirección a la puerta, dejándome aquí, habiendo tomado una decisión, ese futuro, por más brillante que fuera, no iba a significar una mierda. No iba a quererlo. No si Arabella no estaba en él.

Entonces, tragando en seco, me levanté de la cama y me planté delante de ella, dejando una distancia respetable entre ambos.

—Sabes lo que me causa verte —empecé, dejando caer una a una las barreras que me impedían contarle todo, a pesar de que cada una de ellas me gritaban que no lo hiciera—. Sé que sabes bien como Alexey se encargó de jodernos tanto física como mentalmente. Lo has visto, lo has vivido —Arabella solo me dio un gesto tenso con su cabeza, por lo que proseguí, exhalando todo el aire que mis pulmones permitieran—. Te he visto sufrir, princesa. También he visto cómo lo has enfrentado de manera tan abierta y te has redimido después de tanto esfuerzo de tu parte. Has tenido ayuda tanto de mi familia como de tus allegados, y aunque has tenido tus altibajos, has mantenido la cabeza en alto, demostrándome una y otra vez que puedes hacerlo todo por tu cuenta sin necesitarme en ningún punto —respiré hondo—. No me alcanzan las palabras para decir lo orgulloso que...

—No —ella alzó un dedo y me acribilló con la mirada—. No lo digas. Nada de mi mejora tiene nada que ver contigo. Nada. Lo hice por mí, para mí. No busqué, ni busco orgullo alguno tuyo por cada cosa que hice por mí, mucho menos palabras "bonitas" de tu parte. Sé las cosas que puedo hacer sin ti, Rush —dijo, su voz volviéndose cada vez más cortante—. Y sé que tú también las sabes. Toda tu palabrería no me dice una mierda más que recordarme que he podido sin ti y que puedo sin ti también —enfatizó lo último—. Así que ahórrate toda tu estupidez porque nada de eso me responde lo que te pregunté, ni mucho menos me lo aclara.

Asentí. Tenía razón, y lo sabía. Pero eso no hacía que fuese más fácil.

Le estaba dando más vueltas a todo esto más de lo necesario, enredándome como un maldito imbécil. Lo peor era que estaba consciente de ello. Sabía que estaba actuando como un marica, que estaba aplazando lo inevitable. Pero explicarle esto a ella, ponerlo en palabras frente a la única mujer que realmente me importaba... Era como arrancarme la piel con las uñas.

Reconocer que, por más que quisiera, por más que lo intentara, había una posibilidad de que no fuese suficiente para Arabella... Me mataba. Porque no solo se trataba sobre lo que yo sentía o deseaba. No era solo sobre el maldito peso de ser el hombre que debía sostenerla, protegerla, darle el mundo. Era más que eso. Era admitir que algún bastardo había logrado joderme de formas que ni yo mismo estaba listo para enfrentar. Que había grietas en mí que, por mucho que quisiera ocultar, aún no tenía las herramientas para repararlas.

Y verme débil frente a ella...

Eso era lo que me paralizaba. Esa maldita idea de que me mirara de otra manera, de que viera algo en mí que la hiciera cuestionar si realmente valía la pena. El miedo de no ser suficiente no me dejaba respirar. Nunca lo admitiría en voz alta, pero era la verdad.

Quizás todo se reducía a mi maldito orgullo. El mismo que había sido parte de mí desde que tengo memoria, el que me hacía caminar con la cabeza en alto, enfrentar todo y a todos sin titubear. Era lo que me había definido, lo que me había moldeado. No lo iba a negar: mi orgullo era parte de lo que me hacía invencible, de lo que me hacía ser yo. Pero en este maldito momento, también era lo que me estaba jodiendo, haciéndome retroceder en lugar de dar el paso adelante que sabía que tenía que dar.

Me estaba frenando, haciendo que cada palabra que necesitaba decir se quedara atorada en mi garganta como si escupirla me fuera a arrancar algo de mí. Algo que no estaba dispuesto a perder.

Entonces, lo entendí. A pesar de todos los pensamientos que me acribillaban la cabeza, entendí que había más ahí de lo que quería admitir. Porque no era solo por no querer verme débil. Era porque, desde siempre, yo había sido el tipo que lo resolvía todo solo, que no mostraba grietas. Pero ahora, frente a ella, sentía que cada maldita fibra de mí quería ceder, y eso... eso me carcomía.

Porque, ¿qué me quedaría si bajaba la guardia? ¿Si dejaba que ella viera todo el maldito caos que Alexey se había asegurado de dejar dentro de mí? Eso iba en contra de todo lo que era, de lo que siempre había sido. No era solo orgullo, era mi maldita naturaleza. No podía deshacerme de eso tan fácilmente, y por sobre todas las cosas, no quería que su visión hacia mí cambiara.




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