Let's Play.

Ochenta y uno

COMBINACIÓN DE IMPREVISTOS

No hay reglas cuando la ambición devora y la rabia dicta cada jugada

Harrison

Reconocí su poder, su ambición. Sus putas ganas de romper, deshacer y reconstruir la cadena a su manera

Nunca lo subestimé.

Le enseñé desde cero.

Lo entrené desde el principio.

Lo ayudé cuando lo necesitó.

Me conozco sus malditos pasos.

Siempre tuve claro cómo funcionaba su retorcida cabeza.

Y aún así, el hijo de puta consiguió joderme. Me dio justo en las únicas tres cosas que más me importaban, haciéndome comer mierda.

E iba a pagar.

Lento.

Con calma.

De la manera más calculadora posible.

Me las iba a cobrar, y el muy maldito lo sabía.

Claro que lo sabía.

Si no lo supiera, ¿qué necesidad habría tenido de arrebatarme lo que más me importaba? ¿De tocarme los malditos huevos incluso cuando teníamos nuestra maldita guerra fría vigente?

Pero ahora me tocaba a mí.

Y esta vez sería quirúrgico. Me tomaría mi tiempo para hacerle entender que conmigo no debió joder. E iba a disfrutar de su caída. Porque cuando comprendiera que, de todas las personas, yo era el menos indicado para tocarle los cojones, ya cuando se diera cuenta de que conmigo no, toda su maldita cadena estaría ardiendo en el noveno círculo del infierno, con él incluido.

El muy hijo de mil putas no iba a esperarse el golpe. Porque lo conocía. Yo lo había construido, lo había guiado.

Y así como lo formé, como me tomé el tiempo de instruirlo, lo iba a arruinar. Pieza por pieza. Justamente porque sabía como el maldito funcionaba.

Quemaría todo, pero no empezaría desde abajo. No. Haría que todo quedara en cenizas desde la cima, desde su maldita posición, mientras yo me sentaba en su puta silla y veía cómo su mundo ardía bajo mis pies.

Pero antes...

Antes de ejecutar mi estrategia, antes de desatar el infierno sobre él, tenía que asegurarme de que la única persona que sabía que ejecutaría cada orden estuviera lista para lo que seguía.

Sabía que ella estaría a bordo de todo lo que tenía en mente, pero primero tenía que comprobarlo, y si veía que no, la sacaría a la fuerza porque ya había tenido suficiente de todo.

Entonces, como si el mismísimo infierno quisiera que la sacara de una puta buena vez de ahí, me la encontré. Estaba en la plaza, apoyada en una de las columnas, dándome la espalda. Era la primera vez desde lo que pasó que me cruzaba con ella. También, era la primera vez que se había dignado a dejar su habitación. Lo sabía porque Arabella no respiraba sin que yo estuviera contando cuántas veces.

La observé de arriba abajo, mientras cerraba distancia. Hacerlo me hizo apretar los dientes. Incluso envuelta en esa maldita manta oscura que la cubría casi por completo, incluso con la pobre iluminación de la madrugada, era imposible no verlo.

La falta de alimentación.

La ausencia de ganas de seguir respirando.

La rabia que le hervía bajo la piel, palpable incluso a kilómetros.

Sin embargo, algo en ella había cambiado. Pese a estar arruinada, había algo... que me hizo rodar los ojos en cuanto supe qué era. No me gustaba. No me servía. Pero si era lo único que la mantenía de pie, ¿qué diablos?

Al llegar a su altura, carraspeé, demandando su atención. Ella cambió de postura y se volteó.

—Harrison —masculló al cruzar miradas conmigo.

—Ekaterina —respondí, pasando de largo su repentina tensión.

No desvió la mirada, pero tampoco mostró ademán de querer seguir hablando.

Lástima.

Le había dado suficiente tiempo para que se revolcara en culpas que no tenían que no le correspondían, pero que había tomado como que sí. Para seguir hundiéndose en esa mierda de autodestrucción que, para ser franco, ya me tenía hasta los huevos. Ahora ya no quería ver eso; lo rota, vacía y culpable que se sentía, pese a todo lo que necesitaba de ella, me estaba afectando mucho más de lo que le iba a admitir jamás, por lo que ya había tenido suficiente de ello.

—Me han informado qué...

—Harrison, no —me cortó, aún más tensa, negando con la cabeza. La cáscara vacía en la que Arabella se había convertido me crispaba los nervios. Y el hecho de que ni siquiera por el hijo del maldito bastardo de Alexey hubiese salido de ese estado tampoco me agradaba—. Yo no... No estoy lista. No puedo con eso ahora mismo.

—Me importa una mierda con qué puedas o no —espeté de mala gana—. Has hecho con todos lo que te ha venido en gana, y cada uno de ellos te lo han permitido. Yo no. Permití que te hayas encerrado, dejé que lo sufrieras e incluso que te privaras de hambre, pero no más.

—Harrison...

—No discutas —la corté sin tacto alguno, con la voz afilada como una puta navaja. Su espalda se puso aún más rígida—. Te di mucho más de lo que le he dado a nadie, Ekaterina. No me exijas más, porque eso no va a pasar.

—Harrison, entiéndeme —masculló en un hilo de voz, quebrada, golpeándome directo en el hueco que tenía por corazón—. No puedo.

Sí, sí puedes, joder.

—Zacharias Anderson tenía otro objetivo al llevarse a Kendall consigo —La vi congelarse. Ignoré el vuelco que dio su rostro. La vi desmoronarse, pero no aparté la mirada. Si lo hacía, si me permitía despegar los ojos de los suyos, haría lo que todo el mundo hacía con ella: subestimarla. Creer que porque estaba hecha pedazos, porque estaba vulnerable y destruida, ya no tenía las fuerzas necesarias para pelear con uñas y dientes, colocándose por encima de dolor, cuando ella podía hacer eso y mucho más—. Resulta que Nikolay logró capturar a su familia en Moscú —seguí, sin dejarle espacio para respirar—. Les ofreció un trato tanto a él como a su hermano.

El cambio en sus facciones fue inmediato; la rabia, confusión e indignación fueron unas de las tantas que casi me hicieron sonreír. Porque ahí estaba. Como había dicho, ella podía con todo. Tener entre ceja y ceja la duda de porqué no teníamos más a Kendall entre nosotros era una de las razones por las que podía con cada obstáculo.




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