Let's Play.

Ochenta y dos

¿SUCUMBIR O CEDER?

Al final, el juego siempre termina, pero la culpa... quizás esa nunca se retire de la mesa

La luz blanca fue lo primero que me quemó los ojos al abrirlos. Los cerré al instante en que la cabeza me martilló por la acción y siseé una maldición entre dientes. Lo único que se escuchaba a mi alrededor eran los pitidos constantes del monitor cardíaco que estaba segura que tenía incrustado en el cerebro, y nada más, dándome así la respuesta necesaria para saber en dónde rayos me encontraba.

Quise suspirar de irritación al siempre, cada vez que me sucedía algo no tan grave, terminar dentro de las cuatro paredes de un cuarto en el área médica en vez de, no sé, mi habitación, por ejemplo. Pero la acción quedó estancada en mi garganta al escuchar la puerta abrirse y cerrarse con un excesivo cuidado.

—Veinte minutos —escuché sisear a Harrison, furioso. Fue sorprendente que, por primera vez en lo que llevaba con él, no levantara la voz ni una octava. Aunque, de nuevo, el tema era Harrison. Él era consciente de que no necesitaba levantar la voz para transmitir su enojo—. Desaparece de mi vista por solo veinte malditos minutos y mira como la encuentro. ¿Estás de adorno cuando de la seguridad de ella y el maldito búnker se trata o qué mierda?

—Desde que el culo de Drake Anderson se plantó en Escocia una vez más, he verificado cada uno de sus putos movimientos, Harrison —replicó Rush, tan molesto como él, manteniendo su voz a raya—. Se suponía que iba a tener una conversación conmigo fuera del búnker anoche, pero se pasó por las bolas esa petición y apareció aquí sin ser invitado. Las alarmas no sonaron, los soldatos de guardia no lo vieron entrar y las cámaras ni siquiera captaron su presencia. ¿Cómo diablos quieres que esté pendiente de alguien que parece un fantasma cuando le da la gana y encima tiene ayuda de alguien de aquí adentro?

Ahora, esa era información nueva. ¿Por qué Rush tenía que hablar con el jodido Anderson? ¿De qué? ¿De eso era lo que quería hablar conmigo anoche?

Maldita sea.

Debí luchar más contra el sueño que se apoderó de todo mi cuerpo al segundo de que toqué la cama. Es decir, ¿qué otra cosa estaba mal conmigo? Podía aguantar muchos más días sin dormir de los que ya traía, entonces, ¿por qué ahora me desplomaba en cualquier rincón del búnker como si fuera un maldito peso muerto?

—Tenías que...

—¿Hacer qué? ¿Magia? ¿Verificar todo por una puta bola de cristal? Métete en la cabeza que estamos tratando con algo que se nos escapa de las manos, con alguien que quiere vernos jodidos y está utilizando a los jugadores que sobran para hacerlo, Harrison. Drake fue una de sus cartas. Lo utilizó y nos dejó ver que tanto poder tiene sobre nosotros al hacerlo aparecer sin levantar ni una puta alarma. ¿Quién crees que sigue? ¿Blaz? ¿Sus hijas? Quien sea que está haciendo todo esto no es un idiota. ¿Moviendo a la gente como le da la gana? —Rush chasqueó la lengua—. No estamos tratando con una persona estúpida.

—Pero al parecer yo sí —resopló mi jefe de mala gana. Rush bufó—. ¿Qué hay de él?

—Los hombres de Kaela se hicieron cargo —respondió él, su voz sonando más cerca de mí.

—¿Está muerto?

—Tanto como su pulso y tres disparos más lo demostraron.

Presentía que Harrison diría algo más, pero el sonido de la puerta volviéndose a abrir sin el más mínimo cuidado lo interrumpió, seguido de varios pasos más. Entre el golpe agudo que sufrió mi cabeza por el estruendo de la puerta contra la pared y el aire cargado que se instaló entre Harrison y Rush, comprendí que las cosas se saldrían de las manos.

Porque ese cambio en la atmósfera, en mi lenguaje, significaba aún más problemas. Muchos más de los que estaba dispuesta a soportar en el estado en que estaba si decidían escalar con rapidez.

—Al segundo que apareció debiste haberme llamado, hijo de perra —soltó Rise, sin esperar saludos de nadie, la verdad.

—Rise —reprendió una voz cantarina que no había escuchado desde hace tiempo.

—Cállate —le siseó él a su hermana—. ¿Dónde está?

—Muerto, imbécil —respondió Riden, sonando más enojado de lo habitual—. Si me hubieses dejado hablar, te lo habría dicho, pero ahora resulta que se te hace más fácil actuar que pensar con el maldito cerebro que te gastas.

—Quiero asegurarme de eso por mi cuenta —dijo Rise, seguramente dirigiéndose a Rush—. ¿En dónde está?

—Maldito idiota —murmuró Riden. Lo oí a mi lado derecho, sintiendo como tomaba mi mano. Apreté la suya y repetí el gesto para dejarle saber que tenía que mantener la boca cerrada.

Quería escuchar.

Sabía que esta conversación no la tendrían si estuviera despierta, puesto que "alterarme" más no era una opción para nadie en particular

—¿Una sí, dos no? —susurró con una tonalidad jocosa en su voz.

—Rush, no me hagas repetirlo dos veces —la voz baja y peligrosa de Rise me apretó el corazón.

Ese no era él, y me dolía. Sin embargo, cada quien llevaba el dolor a su manera. Yo no contaba con voz ni voto en eso, dado que yo misma estaba llevando mi desgracia de la manera más... poco saludable que podía. Por ende, Rise tenía derecho a sobrellevar la suya como pudiera.

—Si quieres saber eso, habla con Kaela, no conmigo —suspiró Rush, sonando cansado—. Sus hombres fueron quienes se encargaron del jodido desastre, porque si no te has dado cuenta, tuve que encargarme de cosas mucho más importantes que un puto cadáver, Rise.

Solo tomé dos respiraciones superficiales antes de que el ambiente volviera a cambiar. Esta vez, gracias a la actitud afligida del Massey mayor.

—¿Cómo está? —Preguntó después de unos minutos en silencio, más mesurado.

—Cinco puntos entre la parte parietal y occipital —creo que fue lo que pude entender del espécimen. Había hablado demasiado bajo y entre dientes, pero eso explicaba mi severo dolor de cabeza—. Tuvo suerte. Un poco más y tendría una hematoma subgaleal en vez de varias conmociones cerebrales.




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