Let's Play.

Ochenta y cinco

AJUSTE DE ÚLTIMO SEGUNDO

N/A: por como sé lo que escribí en este capítulo, al finalizarlo tendrán una nota mía. Por favor, no me cuelguen antes de tiempo. Ahí me explico mejor. Sin más que añadir por acá, nos leemos más abajito. 👀

En cada partida hay segundas oportunidades, pero también hay jugadores que casi nunca fueron honestos. A este punto, me considero una de ellos

Arabella

Mentirle en la cara a alguien era mi pan de cada día. Harrison se había encargado de desarmarme y armarse hasta que eso estuviera arraigado en mi sistema como el hecho de respirar. Camuflarme, sacar información, matar... todo estaba en mi código, en mi sistema, lo tenía encriptado. Me sentía bien con ello, jamás me había quejado o intentado hacer lo contrario.

Pero todo eso empezó a cambiar cuando el hijo del bastardo que encabezaba el primer puesto de mi lista "hijos de perra por matar" se cruzó en mi camino. Mis ganas de sangre seguían intactas, ardían con la misma intensidad de siempre, pero lo que ya no era igual era la facilidad con la que mentía. Me costaba. Mentirle a cualquiera que no fuera Harrison o Kendall se había vuelto un desafío. Mucho más cuando esas personas en particular no eran simples aliados, sino una parte de mí. Mi familia.

Por eso, cuando Rise, con esas esmeraldas preciosas que brillaron casi del mismo modo en que lo hacían antes de que le arrebataran su luz, me preguntó qué rayos estaba mal conmigo, me sentí como la peor persona del universo al mentirle. Y ese sentimiento no me soltó ni un segundo, incluso cuando, horas después, estuve en la sala de comandos con Riden.

Me preguntó lo mismo luego de que la conversación hubiese dado un giro más personal en algún punto, lo suficiente como para hacerme llorar un poco cuando intentó agradecerme por encaminar al "estúpido de Rise" al camino correcto. Porque eso de que "estuviera siendo un maldito cadáver viviente" ya era demasiado para él.

Le respondí lo mismo que a su hermano mayor, pero, por la mirada que me lanzó, no me creyó ni una puta palabra. Me dejó ir después de darme un abrazo fugaz y una mirada inquisitiva que me hizo sentir aún peor.

Las siguientes horas fueron una tortura. Fingir que estaba bien ante todos, cuando en realidad lo único que quería hacer era terminar de tirarme de un maldito puente, era agotador. Más aún cuando no había nada en mi estómago que me ayudara a aguantar las miradas de algunos integrantes de los equipos élites que, desde luego, no estaban de acuerdo con el mandato reciente del espécimen.

Entre las mentiras, las hormonas y mi estómago vacío, iba a explotar en cuestión de segundos y a nadie le iba a gustar.

Ni siquiera pude relajarme ni un ápice cuando estuve sentada en la oficina de Harrison, escuchándolo explicarme paso a paso lo que tenía que hacer una vez que él estuviera en Moscú.

—Te ves como si te hubieses saltado la comida —su mirada afilada me hizo resoplar—. Otra vez.

—Harrison, solo pasa de mí —murmuré, subiendo los pies en el sofá de cuero negro—. Te lo suplico.

Sus zafiros azules centellearon con una mezcla de estrés y resignación, pero, por mi paz, dejó estar el tema y se enfocó en lo que realmente importaba.

—Mi viaje a Moscú sólo durará un par de días.

—Es lo que tienes previsto, sí —asentí, sin demasiado ánimo.

—No me debería tomar tanto tiempo —se apoyó en el respaldo de la silla—. Pero con Gretzky nunca se sabe.

Fruncí el ceño.

—¿Está comprobado?

—¿Para qué crees que voy? —resopló—. Puede que sea uno de mis mejores hombres, pero, a estas alturas, cualquiera puede estar soltando mierdas importantes y aún así voy a verificar cada palabra. Una cosa es jugar con la mafia italiana y con el payaso a nada de estar muerto que tiene como líder, Arabella. Otra muy diferente es jugar con el maldito bastardo inteligente que es Nikolay Nóvikov y en eso tocarle los clanes de su cadena.

—Lo sé —suspiré, ladeando un poco la cabeza, pensativa—. ¿Pero qué te hace creer que sea esa persona quién esté de bocazas? Aún me suena... Descabellado. Es decir, de todas las que conforman el consejo, ¿esa? ¿Por qué? ¿Qué gana?

—Eso es lo que voy a averiguar en cuanto pise la mansión —respondió, tan perdido en sus pensamientos como yo—. Pero tiene que ser algo que asegure su cabeza. Que le dé la seguridad que no siente estando con Rush —sacudió la cabeza con ligereza y me miró de nuevo—. Aún así, espero que eso no tome muchos días para comprobarlo.

—¿Jugamos con la paciencia o puedo hacer lo que se me dé la maldita gana una vez que lo tengas? —Cuestioné, mi voz bajando un par de octavas.

Tenía demasiadas cosas en las que ocuparme, demasiada culpa en la que restregarme, pero cuando se trataba de Kendall, cuando se trataba de saldar cuentas, todo lo demás pasaba a un segundo plano. Mi sed de venganza tomaba el control, dándole rienda suelta a la vena rencorosa que me distinguía como mujer rota.

Por eso, mi cabeza dejó atrás todo lo que me atormentaba y se dedicó a dibujar escenarios en los que los responsables de la muerte de Kendall pagaban.

Estaba disfrutando la parte de los gritos cuando Harrison reclamó mi atención. Su semblante, estaba segura, igualaba al mío en cuanto a rabia y venganza se trataban.

—En el momento que lo tenga y que me suelte las razones, después de tantos años, volverás a pisar Moscú.

Una sonrisa maliciosa se apoderó de mis labios mientras que mi cuerpo vibraba por la excitación de lo que sabía que me iba a provocar la escena.

Iba a disfrutarlo.

Malditamente demasiado.

Para cerrar el asunto, discutimos un par de cosas más y, luego de unos momentos, me dejó ir.

Cuando salí de ahí, mi estómago rugía. Traté de ignorarlo lo más que pude, enfocándome en tomar una ducha rápida al llegar a mi habitación y colocándome lo más cómoda posible para mi "reunión" con Jus. Sin embargo, mientras caminaba por los pasillos —estrictamente vacíos por el nuevo horario para ser las once de la noche—, no aguanté más y me desvié hacia la cocina del comedor.




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