LOS SECRETOS PESAN
En este juego, las reglas cambian con cada mentira, pero se tiene que seguir apostando como si fueran verdad
Rush
Quería que se acabara. Solo necesitaba un puto control remoto que adelantara todo el dolor de cabeza que me estaba consumiendo y lo hiciera explotar justo mañana en Calabria, en el momento en que tuviera la cabeza de Alexey en mis manos. ¿Era mucho pedir? ¿Por qué la vida se empeñaba en lanzarme estrés tras estrés, seguido de personas incompetentes que parecían rogar por un tiro entre ceja y ceja? Primero los imbéciles de la élite, ahora Farid.
No tenía tiempo ni paciencia para sus idioteces y sus berrinches sobre por qué mi mujer hizo qué, así que ignoré la llamada tantas veces como hizo falta, hasta que mi computador estuvo apagado junto con cada maldito aparato electrónico a mi alcance. Arabella tenía todo el derecho de haber hecho lo que hizo, y mucho más. Si Farid no quería aceptar la mierda como era después de tres jodidos días, era su puto problema, no el mío.
Nadie más estaba quejándose de cómo manejó la situación porque todos sabían que lo hizo bien. Incluyéndome. Aunque yo hubiese sido más extremo, ella controló todo a su manera, dejándoles claro a esos bastardos ególatras por qué estaba donde estaba, sin la ayuda de nadie.
—Hazme el favor y o terminas de matar a Farid o enciendes tu puto teléfono, Rush —gruñó Rise, sin apartar la mirada de sus monitores, justo cuando su propio celular vibró por sexta vez en menos de cinco minutos.
—O puedes apagar el tuyo y todos respiramos paz —replicó Riden, con su vista fija también en sus monitores con los planos abiertos que compartía con Arabella.
Mi día había comenzado dentro de las cuatro paredes de la sala de control, y estaba seguro de que iba a terminar en el mismo maldito lugar. Se sintió como la mierda no despertar junto a un cuerpo caliente y un ingenio afilado que soltaba comentarios agudos antes incluso de abrir los ojos. Arabella tenía esa jodida habilidad de hacerme sonreír en las mañanas con su sola existencia. Pero el operativo más importante que armaría la nueva pirámide se ejecutaría en menos de veinticuatro horas, y repasar cada detalle, asegurando que todo estuviera en su punto, no era algo que pudiera delegar ni posponer, por más que quisiera.
Sin embargo, eso no quitaba las ganas que tenía de mandar todo a la mierda y estar con mi mujer hasta que el mundo decidiera que era suficiente y, aún así, seguir ahí.
—Tenemos que verle la cara por más tiempo del que soporto, y ahora también tengo que aguantar sus putas llamadas porque te la das de ciego y no quieres lidiar con él —Rise me dio una mirada de reojo—. ¿Dónde quedaron tus bolas?
Sonreí de soslayo. No iba a responderle, pero tampoco iba a dejar que el bastardo me arrebatara el alivio de verlo así. Después de tanto tiempo, por fin notaba una gran mejoría. El que estaba hablando ahora era mi hermano, el mismo imbécil irónico y payaso que siempre aprovechaba cualquier oportunidad para joderme. Sí, todavía quedaban rastros de su personalidad vacía, y no, aún no se había abierto del todo. Había un largo camino por recorrer, pero ahí estaba, dándome suficientes vistazos de su regreso para que la diferencia fuera evidente.
Amaba cada día más a la mujer que lo había traído de vuelta. Y estaría en deuda con ella hasta que el infierno viniera a reclamarme, por todo lo que había hecho y conseguido con mi familia. Arabella también había avanzado, incluso mucho más que Rise. Reía, sonreía, hablaba. Había recuperado algo de peso, su ingenio, su esencia. Ya no costaba hacerla comer, y hasta dormía seis horas seguidas.
Adoraba verla rebosante de felicidad y energía, incluso cuando gastaba parte de ella en cosas que me encantaba hacerle a puertas cerradas. Mi princesa me había alzado la bandera verde, concediéndome el permiso que necesitaba para estar entre sus piernas tanto como yo necesitaba perderme en ella.
Por fin, después de haber pasado por un maldito infierno, las cosas se estaban alineando como quería. Pero aún no iba a cantar victoria. No hasta poder respirar tranquilo con la cabeza decapitada de Alexey en mis manos y su compañía. Compañía que incluía al Boss, pero de ese nos ocuparíamos cuándo termináramos con la otra molestia en el camino.
—Al lado de las tuyas, decorando una anticuada repisa cada vez que dejas que una cara bonita haga contigo lo que se le antoje —replicó Riden al ver que no le contesté a Rise, apoyando los codos sobre la mesa con su mejor mirada maliciosa plantada en el rostro.
Quise sonreír. Reírme, si era posible. Pero temí que mi hermano hubiese tocado una tecla que no debía con Rise. Sin embargo, este despegó su mirada de lo que estaba haciendo y me alzó una ceja.
Esta vez, no reprimí la sonrisa y asentí.
El tema que estaba a punto de tocar el idiota para mí estaba más que cerrado y sabía que para Riden también. Aún le afectaba, pero no tanto como antes. De lo contrario, él estaría a mil metros fuera del alcance de Arabella y todo lo que ella representaba. Incluyéndome.
—¿Quieres ir por ahí, Riden? —Rise se guardó una sonrisa.
De inmediato, el rostro de Riden se endureció. Resopló y volvió a sus asuntos.
—Vete a la mierda —masculló.
—Eso creí —se burló Rise, haciéndome reír.
Estaba seguro de que iba a decir otra cosa, pero el zumbido de su celular vibrando contra la mesa una vez más, lo interrumpió. La vibración duró varios segundos antes de cesar. Rise puso los ojos en blanco.
—Vuelve a llamar y te juro por Dios que no te gustará la respuesta que le daré —me miró con cara de pocos amigos.
Me encogí de hombros, dejándole claro que me daba igual. Rise solo gruñó y se ensimismó en lo que tenía frente a él. Lo imité. También tenía planos por revisar y permisos por comprobar.
Editado: 16.03.2025