Leyendas de Abril

Capítulo 1: Conocidos Desconocidos

Las leyendas representan la fuente de misterio más utilizada para traumar niños inocentes frente a la hoguera en campamentos escolares, para evitar que esos mocosos metiches salgan a cazar fantasmas y terminen en el cementerio jugando dentro de una tumba. Porque algo si es real, y siempre he mantenido la idea de que mientras no existan pruebas nada es verdadero o falso, solo una pregunta más que tal vez nunca nadie le dé una respuesta válida.

Pero para ratas curiosidad estoy yo—ríe sínica mientras escribe esto en su cuaderno con tapa dura—desde los 7 años soy una adicta al misterio y me identifico a mí misma como la hija perdida de Sherlock Holmes con mi patrona Irene Adler, claro, me falta mucho para ser tan brillante, pero me esfuerzo cada día por darle un final a todas esas historias que tanto amaba mi madre.

Así que comencé mis pequeñas investigaciones en mi remoto pueblo Owen guiándome por el antiguo diario de mi madre, donde catalogaba sus visiones como criaturas deformes y sombras oscuras que según los doctores fueron producto de una maravillosa imaginación seguida por el trauma de perder a mis abuelos en un accidente automovilístico.

Pero antes de exponer los más oscuros secretos de Owen debo darle créditos a la autora de estas revelaciones, osea yo—se retuerce de emoción casi destrozando el bolígrafo—Esta hermosa, inteligente, delgada, hermosa, peli larga hermosa, y sobre todo ¿ya dije hermosa? Y nada narcisista investigadora tiene por nombre Abirl, Abrile Claus—recalca dándole una calada a su pipa imaginaria—tengo 17 años y estudio en el intragable Instituto Frox, donde las princesas ricas hijas de los más grandes políticos de Owen pasan (literalmente) sobre la invisible huérfana Claus, apodo para nada agradable que adorna mi apellido desde primaria.

En cuanto apariencia física quiero que piensen en mí como esa inalcanzable multimillonaria dueña de 5 empresas heredadas por su padre con cabellera larga y marrón, con unos ojos ahumados cafés claros y también...—. juega con su lengua tratando de sacar un trozo de pan de sus frenillos— bueno tonterías a un lado. Les contaba que...

—¡Abril vas a perder el autobús!

—¡Ya bajo!

La chica tomó su mochila con prisa dejando su cuaderno sobre el escritorio. Bajó las escaleras dando brincos mientras se colocaba los tenis malamente desabrochados.

—Soo caballo, se te queda el almuerzo—Deba Aswel, la mejor amiga de mi madre cuida de mi penosa existencia desde pequeña y estoy eternamente agradecida con ese ángel que me salvó de ser llevada por los servicios sociales y alejada de todo tipo de lazos o recuerdos con mi familia en este pueblo.

—Gracias Debi—tomé la bolsita y la guardé en la mochila para salir agitada y sin peinar a correr detrás el autobús

Madre mía que vergüenza

—¡Espere! ¡Espere!—grité jadeando y alzando una mano al chófer. Mis piernas flacas estaban dando su mejor esfuerzo, no corría tanto desde que me persiguió un lobo a los 8 años.

Dentro del autobús
 


Una chica pelinegra disfrutaba super relajada una canción de María Becerra en sus auriculares azules chillantes mientras hacía pompas rosas con chicle. Estaba sentada al lado de la ventana con el trasero tenso al borde del asiento y la espalda desplomada en el espaldar cuando desvió su mirada aburrida afuera para ver el paisaje, aunque paisaje no era la palabra que describiría al observar a un ser tan rápido que parecía inhumano. Una penosa criatura que casi estaba llorando en plena calle concurrida de baches tropezando de manera chistosa.

Ella abrió los ojos como canicas y alzó las cejas para soltar un carcajada recluida que parecía más bien un escupitaso al cristal. Vaya amiga

—¡Deténgase! ¡Pare! Una estudiante quiere subir—gritó al conductor levantándose de su asiento.

Y el vehiculo amarillo se detuvo en seco haciendo que chocara con su parte trasera en un buen cabezazo

—¡Mierda!—maldije sobando mi nariz que sangraba. Genial. Subí las escaleras con el corazón en la garganta y la respiración a mil.

—¿Tu madre no te despertó?—dijo el chófer ajeno a mi situación, lo que provocó un estallido de risitas.

—¿Sí, tu padre tampoco pudo despertarte Huérfana Claus?—soltó un idiota al fondo y más risitas burlonas llenaron el estrecho espacio que para mí parecía el infierno.

—Lo siento... no sabía—se disculpó el señor apenado.

—No importa—bajé la cabeza ignorando los comentarios, ya pasaba por esto desde hace tanto que ya me acostumbré a imaginar sus voces como pajaritos cantando. Y créeme que era mejor así, tenía en mi mente mi propia banda de pajaritos tiernos. ¿A qué es cool?

—No les prestes atención, venga te guardé un asiento—la pelinegra retira su mochila del puesto a su lado.

—Gracias Ailén—suspiré para darle una sonrisa amable.

Ailén Bernat ha sido mi única amiga real desde siempre. La única que no se burló de mí y me defendió de esas personas vomitables que llaman compañeros de clase. Tampoco necesito más amigos, con una verdadera basta ¿verdad?

—¿El día pinta bien no crees?—ironicé enlazando mi situación con el cielo teñido de nubes grises.

—Arriba esos ánimos mujer, tienes que ver el lado positivo a las cosas—la chica me colocó los auriculares y comenzó a buscar una canción en su teléfono.

—¿El lado positivo? Hice reír a todo el autobús, o más bien se burlaron de mí, ¿eso cuenta?—comencé a jugar con las correas de mi mochila.

—Bueno... tal vez no sea el mejor ejemplo, pero ya olvida eso, escucha esta canción de Morat que descargué—puso la música, lo cual me relaja mucho y a la vez me deprime porque habla sobre amores y yo sigo aquí enamorada de pie grande.

El viaje transcurrió relativamente normal, Ailén me dejó los auriculares para evitar que escuchara pajaritos cantando, ya estaba arta de esos chillidos molestos.

Llegamos y tocó la hora de bajar. Como de costumbre siempre esperamos que bajen todos para no caer al suelo por empujones nada accidentales.



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En el texto hay: paranormal, amor, terror

Editado: 15.04.2024

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