Lobos grises, catalogados en mi cuaderno y los registros de Owen como el principal peligro del pueblo, se han reportado alrededor de 7 ataques al año con devastadoras consecuencias, sobre todo porque las principales víctimas son niños pequeños que buscan diversión entre las ramitas secas de un profundo abismo y terminan adentrándose en el bosque. Las tragedias pasan incluso en un remoto pueblito y entiendo la desesperación de ser perseguido por un animal salvaje. Yo también fui perseguida por lobos en mi infancia, pero esa es otra historia.
—¿En qué tanto piensas?—Eider me lanzó sin reparos una mochila llena de quien sabe qué, pesaba más que mi cabeza llena de ideas y luché con mis canillas inservibles para no caer al suelo.
—¡Ah! ¿Qué llevas aquí? ¿Droga en bloque?
—Son solo sogas, gasolina y un encendedor
—¡Vas a quemar el bosque!—asomé la cabeza por el costado de la enorme mochila con una lluvia de ideas que involucraban a él y a mí, sentados en la comisaría y por alguna razón yo cargando toda la culpa
—Que va, ¿no es obvio? Son para amarrarte en un árbol y prenderte fuego, lástima que no estemos en abril—se colocó otra mochila en la espalda
No sé por qué no me sorprendió su comentario
—Tecnicamente si me prendes fuego amarrada a un árbol el fuego se expandiría y acabaría quemando el bosque—dije analíticamente.
Eider frunció el seño ante mi comentario
—Eres molesta—sentenció mientras caminaba hacia la salida de la habitación.
—Y tu un idiota—repliqué de forma automática, antes de cargar la mochila sobre mis hombros y seguirlo.
—Solo has tu trabajo Claus—salió de la habitación—andando, el recorrido es largo
—¿A dónde vamos?—ya sabía a dónde, pero lo pregunté en automático y él me miró como si fuera una mosca
—Al cine pues—respondió con sarcasmo
—En Owen no hay cines
—¡Te quieres callar cinco minutos!—alzó la voz con irritabilidad—Vamos al bosque Abril, ¡al bos–que!—recalcó cada palabra como si fuera una niña de cinco años.
—¡Haberlo dicho antes!—dije alegre y le di una palmada fuerte en la espalda, como amigos de toda la vida, aunque solo me estaba burlando de él.
—Serás—tomó bocados de aire buscando paciencia, la cual nunca tuvo mucha por no decir nada. De niño hacía berrinches porque sus calzoncillos favoritos de Scooby Doo no se secaban y prefería andar desnudo con el paquete al aire
Salimos al exterior, hacía frío de invierno y titirité por la brisa. Él ni se inmutó por el repentino cambio de temperatura y rodeó la casa camino al viejo garaje. Yo intenté seguirlo con curiosidad, nunca me dejaba entrar al garaje y lo siempre lo mantenía cerrado bajo candado.
—Espera aquí—me miro por encima del hombro y continuó con las manos en sus bolsillos.
Me quedé recostada a una pared de ladrillos pensando por donde comenzaría esta investigación, estaba emocionada, debo admitirlo, pero me sentía rara al estar junto a Eider. Fueron tantos años de una inexplicable indiferencia que marcaron mi vida de mala manera, llegué a sentir asco de mí misma, como si fuera un ser repugnante que alejaba a las personas. No es que tenga tan bajo autoestima, pero es normal sentirse así cuando ni el niño que vive contigo quería jugar a la pelota y otras cosas más, como por ejemplo—¡Auch!—Una bola de nieve congeló (literalmente) mis pensamientos.
—Oye Claus, no te quedes ahí parada y monta—El rubio estaba sobre una moto verde brillante aparcada en la carretera frente a mí.
—Me llamo Abril, y no era necesario esa bola de nieve—me quejé y subí detrás de él
—No pronuncio nombres de tontas—se excusó y retrocedió la moto con los pies alineándose con el camino
—Mencionaste mi nombre antes de salir—rebatí su arrogancia.
—No, no lo hice—dijo con seguridad
—Si, si lo hiciste
—Dije que no
—Que sí
—¡Qué no y punto!—arrancó fuerte los motores y me tomó desprevenida, por acto inconsciente (y de no morir a la primera vez que me subo a una moto) me agarré como koala a su torso—¡Ah!—chillé
—Me aprietas mucho Claus—soltó con dificultad para respirar
—¡Vas muy rápido!—lloriqueé escondido la cabeza en su espalda
—Relájate, no pienso morir contigo
—¡Ah!
El viaje fue corto, pero para mí fueron como horas de adrenalina que nunca pedí. Se me congelaban los mocos con el aire frío que me golpeaba la cara y él parecía relajado, incluso estoy segura que disfrutaba de mi sufrimiento.
Nuestro destino era la antigua casa de los Aswel, donde todo ocurrió. Una mansión vieja de madera podrida que se encontraba bastante alejada del pueblo e inmersa en el oscuro follaje. Lo único que la conectaba con el mundo era un camino de tierra maltratado por raíces y baches. Un tremendo dolor de cabeza para la pobre moto
—Si no descubres nada hoy te haré pagar llantas nuevas para la moto—comentó él refiriéndose a la difícil ruta.
—¡¿Yo?! Tú fuiste el de la idea de venir.
—Y tú la detective farsante que nunca pudo resolver ni: "el misterio de los calcetines perdidos de Deba"—dijo con una voz tonta
—¡Leíste eso!—le grité al oído
—No grites
—Eso lo escribí a los 7 años
—Espero que ahora seas más útil, llegamos
Se detuvo delante la mansión, la había visto antes cuando llegué por primera vez a la vida de los Aswel, aunque no la recordaba bien refrescaba la memoria en viejas fotos del álbum familiar, pero ahora que la tengo en frente es más alucinante y misteriosa. Quedé muda admirando su estructura, sus pilares parecían que se derrumbarían en cualquier momento y en algunas partes la madera parecía quemada y...
—¿Me quieres soltar de una vez?—Eider me sacó de mis pensamientos curiosos
—¡Ah, perdón!—le solté la cintura como si se me quemaran las mano. También se me estaba quemando la cara y no se por qué.
—Venga, ese es el bosque, haz tu trabajo niña—me sacó del vehículo con un empujoncito y luego se bajó él para tomar asiento en un escalón de la entrada.