De camino a la cabaña estudiaba y juntaba los puntos. Desde su falta de apetito hasta el hedor de las carretas y la poca seguridad de nuestro recinto. No quise juzgar a nadie, pero como que algo no cuadraba en toda esta historia, como si su afable amabilidad guardara otras intenciones.
Subí a la habitación, pasando por alto la puerta nuevamente. Eider roncaba como locomotora oxidada y le desperté abruptamente sin cuidado ni pizca de delicadeza. El ocupó unos segundos en captar mis sacudidas y con los ojos chinos volvió a recostar su cabezota en la almohada
—No molestes—refunfuñó y siguió como oso boca abajo fundido en la colcha de estampado de cuadros color vino
—¡Tenemos que hablar!—le grité
—¿Me quieres terminar?—mofó con los ojos cerrados y una mueca curiosa
—¿Terminar? Si no me escuchas es muy probable que terminemos en un caldero.
—¿Qué dices Claus?—mostró un poco más de interés por el asunto.
Quería evitar decirlo, no pretendía exponer una idea tan loca frente a Aswel, pensaría que estoy paranóica y que cosas así no podrían suceder.
Estuve pensando mucho sobre la aldea y comencé a generar teorías que involucraban a estas personas con los wendigos.
Confío plenamente en el libro de mamá, donde hablaba sobre estas criaturas, pero no mencionaba el fuego como su debilidad.
En su cuaderno también mencionaba posibles seguidores de los wendigos, humanos con placeres prohibidos que se convertían en wendigos.
Tampoco podía creer que no hubiese un solo anciano vivo en estas murallas y que ninguno de los habitantes probara la comida, que era abundante en las cocinas.
Lo más inquietante eran las carretas cubiertas, cuyo olor me recordaba a un cuerpo en descomposición, olor que conocía perfectamente, tan repugnante e irrespirable que nunca podría olvidar, no desde ese día, cuando llegue a casa del campamento escolar y entré al comedor para abrazar a mis padres.
Estaban muertos, en estado de descomposición, con un plato de carne cruda en frente.
Aswel me observaba con curiosidad mientras yo divagaba en mis pensamientos, tratando de encontrar alguna pista sobre lo que estaba sucediendo en la aldea. No podía sacarme de la cabeza la idea de que los lugareños estaban involucrados de alguna manera con los wendigos, y que tal vez esos temores y supersticiones que hablaban sobre ellos eran más reales de lo que creían.
Decidí compartir mis teorías con Aswel, aunque sabía que podría sonar descabellado. Sin embargo, su reacción me sorprendió. En lugar de pensar que estaba loca, Aswel escuchaba atentamente cada palabra que salía de mi boca, asintiendo de vez en cuando como si estuviera conectando piezas de un rompecabezas.
Parece que después de todo si puede usar el cerebro.
—Creo que son...—me acerqué a su oído —caníbales—murmuré por lo bajo
Finalmente, Aswel rompió el silencio y me dijo:
—Concuerdo perfectamente contigo, yo también creo que estas loca—asintió acariciado su barbilla como si me analizara yo fuera un raro espécimen de alienígena chifladito.
Ok retiro lo dicho, no tiene materia gris
—Son solo suposiciones, no me dan buena espina—fijé la vista en el chico y la colcha que envolvía su cuerpo—¿Esa colcha estaba anoche? —después de echarle un vistaso a la colcha, un kit de costura en el armario robó mi atención.
—Razona Claus, y sobre la colcha no recuerdo—se sentó con las piernas abiertas en el centro de la cama y llevó una palma a su frente como si se le fuese a caer la cabeza por la resaca—La única verdad, es que esas personas nos salvaron el trasero. ¿También tengo que recordarte quién nos llevó a la boca del monstruo?
—No te pedí que me siguieras—rebusqué entre los carretes de hilos y por andar prestándole atención al chico me pinché un dedo con la aguja—carajo—encontré una tijera metálica, con una punta bastante filosa. La guardé en un bolsillo trasero del pantalón y pasé la camisa por encima escondiéndola
—¡Oh no!, ¿qué piensas hacer con eso?—inquirió con molestia.
—Toma—le aventé un martillo. Debajo de la cama había una caja de herramientas, parece que alguien estuvo reformando la vivienda, por algo las ventanas se veían más resistentes.
—¡Oye!—lo atrapó en un brinco—¿Para qué me das esto?
—Aquí están los clavos, quitaremos las tablas de abajo del colchón y bloquearemos la puerta—ordené cerrando las ventanas.
—Ahora si se te fue la catalina Abril—sobó su frente como buscando paciencia e intentado comprender mis repentinas órdenes
—Tenemos comida suficiente abajo, hoy hay una ceremonia muy sospechosa y no me tranquilizó para nada el tono de Aria—Busqué más cosas en el armario, habían cinco mochilas de viaje, perfectas para un escape de emergencia.
—Te preocupas demasiado, ¿todos los nerds son así? ¿De paranóicos?—hizo un mojín—¿O tú eres el único bicho raro?—intentó provocarme.
—Me encantan los bichos, amo los insectos—saqué las mochilas levantando una nube de polvo y comenzé a tocer.
—Rara, muy rara, ¡rarísima!—revolvió sus pelo frustrado. Existen muchos amantes de los insectos, él estaba frustrado por no lograr hacerme enojar.
—Raro es que alguien desconocido se meta en tu habitación a mitad de la noche a cubrirte con una colcha y que de paso deje una mordida en tu cuello—le señalé a la zona del cuerpo que figuraba una sutil marcadura dental—Escoge tu ropa, la mochila tiene que quedar llena, y no olvides las botellas de agua y algo de comida—empecé a escoger ropas no muy pesadas que me brindaran buena movilidad, un par de botas y tenis para correr en caso de ser atacados por algo.
—Esto...—tocó su cuello—No pienso hacer nada—se tiró en la cama ignorando mi advertencia como si estuviera bromeado.
—Oh sí lo vas a hacer—me levanté y le agarré por la oreja
—¡Oye que haces! ¡Ah, ah, ah!—expetó con quejidos de molesto dolor
—Ve a bloquear la puerta como te dije, yo me encargo de las mochilas, solo no te quejes si toda tu ropa es color rosa—lo saqué de la cama a jalones y levanté el colchón—Estas son las tablas, ocúpate de eso—puse la más manos en la cintura y le lancé una mirada de teniente coronel con un mal día.