Estaba agradecida, súper, súper, súper agradecida con nuestros traseros por salvarnos la vida. Nunca pensé deberle la vida al culo de Eider, pero ya ves como es el mundo. Raro, incierto, ¿difícil? o en otras palabras, una cagada. Dicho en todos los sentidos posibles de la palabra aparecimos en las alcantarillas de la ciudad y ese líquido verdoso de residuos provenientes de lugares ya sabidos nos bañó con su para nada dulce olor a mierda.
—¡Joder, que asco!—el chico hizo una mueca y se levantó escurriendo la apestosa agua
—¡Huele que te cagas!—me levanté bañada en... que asco, y sí, vomité
—No me digas, ¡¿no será porque estamos en las malditas alcantarillas?!—gritó él
—Al menos agradece que estas vivo idiota—me apollé a una pared de piedra musgosa y seguí vomitando la vida.
—¡Para ya Claus! Tengo el estómago como una lavadora—cubrió su boca y se recostó a una pared como si aguantara las ganas de hacer lo mismo que yo
—No soy tan gilipollas como tú, no puedo aguantar las ganas de...—volví a vomitar con más ganas
—A la mierda, no puedo quedarme aquí, voy a buscar una salida—hizo un mojín y desapareció doblando una esquina
Me quedé yo sola con mi malestar tratando de recuperar el aliento
—¡Eider quiero agua!—supliqué deseado quitar este mal sabor de boca
—¡¿Tengo cara de grifo?!—gritó desde alguna parte acompañado por su eco.
—¡Voy a llorar!—cerré los ojos aguantando las ganas de desaparecer. Yo me consideraba una chica inteligente, pero la supervivencia y el soportar condiciones tan difíciles, incómodas y ¿asquerosas? no era mi punto fuerte, no lo soportaba y me entraban deseos de gritar por ayuda. En otras palabras soy un cristalito, en cambio Eider aguantaba mejor, era más fuerte y en ocasiones como en la cabaña demostró que pude usar el cerebro para algo más que contradecirme.
Mientras esperaba a que sucediera un milagro y unos chicos guapos vestidos de overol nos encontraran, una vocecilla risueña interrumpió el silencio solo destruido por las goteras.
La voz venía de uno de los estrechos pasillos de las cloacas, si tuviera que ponerle edad sonaba como una niña bastante pequeña. Con ese pensamiento decidí seguir su voz mientras decía: —¿Hola?
Nadie respondía, y la voz que desaparecía por momentos se volvía a escuchar más fuerte. Seguí doblando esquinas sin saber por dónde iba, solo guiada por esa niña escurridiza. Por fin llegué al final y logré ver unos piececitos pequeños, descalzos y delgados subir por una escalera a la superficie. Solo logré ver eso, los pies. Corrí lo más rápido que pude y mire hacia arriba de las las escaleras de mano intentando ver a la niña, sin embargo no había nadie, y la escotilla que llevaba al pueblo estaba cerrada, solo se podían ver uno pocos rayos de sol en su circular borde.
—¡¿Abril?! ¡¿En dónde puñetas de has metido?!—Eider voceaba con eco por los pasillos húmedos
—¡Estoy aquí!—grité—¡Sigue mi voz, encontré la salida!
—¡Vale, vale, no te muevas y sigue hablando!
Después de unos minutos Eider llegó sin problemas, me preguntó cómo había encontrado la salida, no quise hablarle sobre la niña porque ya habíamos tenidos suficientes sustos por hoy y solamente le dije que tenía un excelente sentido de la orientación, lo cual era una total mentira, eso solo me servía en el bosque, no en unas alcantarillas.
Subió él primero para abrir la escotilla metálica y la luz fúnebre de Owen iluminó nuestra cara. Enchiné los ojos casi acostumbrados a la oscuridad del otro mundo y salí al exterior.
Me sentí como una superviviente de un naufragio que había pasado semanas en un bote a la deriva y por fin volvía a tocar tierra. En cuanto subí me tiré en la hierba observando al cielo y el rubio se desplomó a mi lado. Después de tanto miedo, de tanto correr desesperadamente en un mundo oscuro volvíamos a respirar tranquilamente, y aunque oliéramos fatal nos echamos a reír juntos como amigos, amigos que hasta hace poco solo eran conocidos desconocidos.
Después de un pequeño descanso en la realidad retomamos el camino. No sabíamos exactamente cuántos días habían pasado desde que desaparecimos y todo el recorrido nos la pasamos inventando teorías locas para justificarle a Deba nuestra ausencia.
—Fuimos secuestrados por bandidos—propuse muy seria
—Escapamos con nuestros súper poderes y después de tal victoria nos dimos un bañito de gloria en las cloacas—dijo él sarcástico
—¡Nada te parece bien!—expeté
—Abril, ser secuestrado por bandidos, drogados en una fiesta y perdidos en el bosque no justifica nuestro aspecto de emigrantes con olor a alcantarilla—agregó el rubio y nos paramos en el portal de la casa.
—Solo debemos darnos un baño antes que Deba regrese del trabajo—dije pensativa. Parecía ser mediodía y su madre almorzaba en la casa para luego volver al hospital en la tarde.
—Olvídalo, no pienso esperar a que se marche al trabajo para quitarme esta ropa mojada—de un portazo repentino abrió la puerta el chico y yo di un salto hacia atrás del susto—¡Ya llegamos mamá!—gritó él sin una pizca de preocupación
—Llegaron temprano, justo estaba terminado el almuer...—ella estaba en la cocina y quedó sin habla cuando se giró, nos vió empapados con mochilas, mal olor y probablemente una cara fatal llena de ojeras cansadas.
—¿Temprano?—pregunté con una ceja arqueada.
—¿Qué estaban haciendo? ¿Dónde se metieron?—se acercó ella analizando nuestro aspecto y ambos dimos un paso atrás ocultando nuestros rostros que lamentablemente eran muy malos mintiendo—Y ese olor tan horrible—se tapó la nariz como si fuéramos ratas acabadas de salir del basurero.
—Es que... es que como trabajo de la escuela... nos mandaron a ayudar con la... con el mantenimiento del pueblo y pues... fuimos a echar una mano en la limpieza de las alcantarillas—mintió el chico, mintió tan mal que no pudo evitar soltar una risita incómoda al final. Yo puse mi mejor cara y aguanté la risa