Miguel ayudó a Judith a volver a entrar en la casa; la rigidez de su pierna derecha apenas y le permitía caminar. Se sentó en un sillón reclinable.
—No deberías salir sola, ma —le dijo Miguel.
—Tu padre llamó —le dijo Judith y Miguel frunció el ceño—. Estaba preocupado.
Miró hacia el televisor. La pantalla mostraba una toma aérea de lo que una vez había sido la zona oeste de la ciudad.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Miguel, atónito.
—Han estado saliendo toda la mañana —dijo Judith con dificultad.
Toda la zona estaba llena de altos muros de cristal blancuzco que reflejaban el sol en un bello y devastador espectáculo de luces. Las casas, pistas y veredas se encontraban en diferentes estados de destrucción: algunos edificios habían caído por completo, otros habían sido atravesados, y los pocos que habían quedado intactos estaban encapsulados entre cristal y escombros.
Luna no estaba segura de cómo sentirse, o qué decir, o qué pensar, a pesar de que el doctor Craze ya les había advertido que esto pasaría. Lo único de lo que estaba segura era que ningún creciente podría volver a habitar esa parte de la ciudad; cientos de familias se habían quedado sin un hogar. Se sentó con Fernando en el sillón frente al televisor. Yami se acercó a Judith.
—Eso tiene que ser lo que estaba debajo de la ciudad —comentó en un susurro.
En ese momento, la cámara captó un nuevo muro que se elevó y destruyó una vereda y una larga fila de sardineles.
—¿No deberíamos de sentir tanto movimiento? —preguntó Miguel—. No estamos muy lejos.
—No lo sé —dijo Yami.
—¿Aún no se ha concretado la evacuación de la ciudad? —preguntó Ítalo desde el estudio de grabación.
La toma cambió a una terrestre. Luna se sorprendió cuando se enfocó a Paul a sólo una cuadra de la casa de los Armstrong. Un gran muro de cristal se mostraba hacia su izquierda.
—Creo que la evacuación no se realizará —dijo Paul con un dejo de disgusto en su voz—. La construcción no está haciéndole daño a la parte este de la ciudad, ni a lo que hay más allá de la cadena de montañas. Se está elevando por partes y de una forma muy... tranquila —Extendió su brazo, señalando el lugar donde estaba parado—. Yo estoy ahora mismo dentro del área de la construcción y no siento nada.
—¡Se va a matar! —dijo Yami con alarma—. ¡Este chico es muy temerario! ¿Qué hace ahí metido? —cuestionó en voz aguda.
—Que se mate si quiere —dijo Miguel con antipatía.
Judith lo miró con reproche.
—Debo de estar loca —dijo Selene, acercándose al televisor—, pero desearía poder estar ahí con él.
Judith rio.
—¡No estás loca! ¡Si yo pudiera, también iría! —le dijo con su fuerte voz llena de emoción.
—Lo que pasa, ma, es que tú también estás loca —le dijo Miguel con cariño.
—¡Mi hijo, estoy más cuerda que tú! —exclamó Judith en tono ofendido, pero con una sonrisa.
—Los muros son de diferentes tamaños y están saliendo por todas partes —comentó Paul, avanzando e internándose más en las pistas destruidas—. Están formando largos pasadizos y enormes, enormes, espacios, aunque aún no se puede saber si estos van a permanecer así —La cámara enfocó varios muros—. Sin embargo, no han surgido ni techos, ni suelo, ni tampoco muros que se conecten a las cinco torres.
—Si no hay techos, debe ser una ciudadela —afirmó Yami.
—¿Ciudadela? —preguntó Judith, curiosa.
—Craze dijo que era una de las posibilidades —respondió Fernando.
—Al parecer hay tres murallas, Judith —le dijo Yami con una sonrisa—. ¿Te imaginas cómo será cuando termine de salir? Cielos... va a ser gigantesca y va a estar tan cerca de mi casa. Es aterrador, pero asombroso, ¿no?
—¿Se han implementado medidas de seguridad para evitar que los pobladores se acerquen a la zona? —preguntó Ítalo.
—Las FAM siguen apostadas en cada una de las intersecciones que dan a esta zona —comentó Paul, avanzado hacia el sur—. Se están colocando también cintas de contención en las áreas que han quedado más despejadas debido a los derrumbes. Otras medidas deberán ser implementadas en las próximas horas.
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Editado: 22.02.2019