Sus pies habían chocado con el cristal y había seguido caminando. Una, dos, tres, cuatro, cinco veces cayó. Cuando toco la tierra, sus dedos se crisparon, y siguió caminando. Los gritos y los lamentos ya no eran lejanos, pero ella siguió caminando. Tenía que seguir caminando, o todo se acabaría. Tenía que seguir caminando o su mundo quedaría devastado.
El timbre del final de clases sonó, haciéndola saltar. Por el rabillo del ojo, Luna vio a Ilargi y a Aarón irse, abrazados, seguidos de su grupo de amigos. Sólo Fernando se quedó atrás para esperarlas. Luna recogió sus cosas con rapidez y salieron del aula.
—¿Y por qué no me avisaron antes? —cuestionó Amy, enfurruñada.
—Buenoo... Fue repentino y eso —dijo Yami con nerviosismo—. Quiero decir, pensamos que era buena idea hablar sobre, ya sabes, lo que está pasando, porque todo es tan ¡guau!, ¿no? —Respiró—. Si pudieras venir sería genial —agregó con los dientes apretados—, pero si no, pues, entendemos, no hay problema, no te preocupes, para otra vez será.
Rio con nerviosismo.
—No creo que pueda, Medalín me ha pedido que la ayude con sus compras para el baile —dijo Amy con el ceño fruncido—. Aunque no sé a dónde piensa ir; todas las tiendas estaban en la parte oeste de la ciudad.
Medalín estaba con Miguel en la puerta del campus, despidiéndose de él con profusos besos. Yami se tambaleó un momento antes de seguir caminando.
—No hemos tenido tiempo de hablar —dijo Amy en voz baja, como contando una confidencia—. ¿Han visto en las noticias cómo se desenterró esa fortaleza?, ¿y vieron esas raras luces? —preguntó con asombro—. Oh, oh, claro que no —se dijo a sí misma—, ustedes no las tuvieron que ver en las noticias. ¿Verdad que estuvieron ahí?
Luna frunció el ceño por un momento hasta que entendió a qué se refería Amy, pero Yami no lo hizo.
—¿Por-por q-qué estaríamos ahí? —balbuceó y rio, otra vez.
Fernando negó con la cabeza. Amy miró hacia arriba, pensativa, antes de contestar.
—¿Tú casa no queda justo al lado de la avenida Ocaso? —preguntó, confusa.
—¡Ah!, sí, claro —dijo Yami, rápidamente—. Fue algo... muy... hermoso y especial de ver. De las luces nadie sabe nada, aunque las especulaciones son de lo más disparatadas —Volvió a reír—. Mi casa queda justo al frente de la puerta principal de la fortificación esa, digo, frente de la única puerta, porque no han encontrado ninguna otra —Se estrujó las manos—. Dicen que no se puede abrir, lo han intentado. Creo que lo único que no han hecho es meterle dinamita y echarla abajo. Las FAM andan a lo largo de toda la avenida —Respiró—. Por lo visto ya se olvidaron de andar de metidos en los hospitales. Hoy en la mañana han estado por aquí.
—Sí —afirmó Amy—. Me espantaron cuando los vi.
Cuando habían llegado a la universidad se habían encontrado con un grupo de militares en la puerta principal, quienes habían escaneado sus huellas dactilares y corroborado los datos de sus fichas de inscripción antes de dejarlos pasar. Hubo un momento de incertidumbre cuando Luna y Fernando habían descrito sus habilidades. Asombrosamente, o tal vez no tanto si se pensaba en ello, Dorotea les había colocado a los demás un talento perteneciente al elemento que dominaban. Pero en los casos de Luna y Fernando únicamente había colocado una descripción muy vaga: “Su habilidad pertenece al elemento tierra” era el talento de Fernando. El de Luna sólo decía “Aire”.
Sin embargo, los militares no parecían descontentos, aunque sí un poco exasperados. Anotaron en sus tabletas los detalles que les habían dado y programaron una cita en Vuestra Merced para una nueva demostración. Miguel había llegado a la conclusión de que una gran cantidad de fichas debían de haber sido llenadas, o alteradas, de esa misma forma. Luna se preguntó quién podría haber ayudado a Dorotea a hacer tal cosa.
—¡Ya era hora! —le dijo Medalín a Amy al llegar a la salida—. ¿Sabes lo que va a pasar si no encontramos a la costurera? ¡Me dijo que si no le dejaba hoy el vestido no lo podría tener listo para el sábado!
—Sí, ya voy —le dijo Amy en un suspiro—. Nos vemos mañana.
Se despidieron con besos en las mejillas.
—Se nos está haciendo tarde —dijo Fernando, mirando el reloj en su muñeca—. Dianira nos debe de estar esperando.
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Editado: 22.02.2019