Leyendas de cristal: Los dos mundos

CAPÍTULO XII: Una llave para las puertas

 

Había hecho esto antes. Caminar hacia ese punto, con su mano izquierda cerrada alrededor de aquel objeto, y con un sólo pensamiento en su mente. Había querido detenerse, también, como ahora, pero no había podido hacerlo. Se había precipitado hacia adelante hasta que el sonido tintineante de dos cristales al chocar la había hecho abrir los ojos.

Bajó los brazos cuando escuchó la voz de Miguel:

—Estás concentrándote demasiado en lo quieres hacer en vez de dejar que tu cuerpo lo haga solo —le dijo—. Ese es tu problema.

Estaba acuclillado a su lado, comiendo una manzana.

—Sí, eso suena muy bien —dijo Luna con cansancio, dejándose caer sobre sus pantorrillas—, pero no puedo entenderlo. Todo lo que haces es procesado por tu cerebro, si no enfoco mi mente...

—Tienes que enfocar tu cuerpo, no tu mente —insistió Miguel—. Olvida lo que dijo Fernando. Esto es más como caminar, o manejar bicicleta. Cuando recién aprendes, te es difícil, pero después tus músculos se adaptan y lo puedes hacer automáticamente, como si la memoria ya no perteneciera a tu mente, sino a tu cuerpo. No piensas, sólo lo haces.

Luna asintió, eso lo entendía, pero...

—Pero esto no es algo que ya sepamos hacer, ¿no? —indicó.

Miguel sonrió de lado.

—Yo no estaría tan seguro —afirmó—. ¿Cómo explicas que todos podamos usar nuestras habilidades tan fácilmente, como si siempre los hubiéramos tenido?

Luna miró más allá de él. Yami estaba dándole diferentes formas a rocas y a algunos metales, tratando de crear enormes escudos, algo que había estado haciendo sólo cuando Miguel no estaba a su lado; al chico le gustaba más practicar la parte ofensiva. Selene estaba intentando que el viento soportara su peso; según ella, sabía cómo hacerlo, pero Emiliano creía que había algún tipo de instinto de preservación que no la dejaba lograrlo, después de todo, si caía de una gran altura, elemental o no, terminaría como un “sangriento tapiz dorado”. Ilargi, aunque indecisa, estaba siendo guiada por Aarón para manejar correctamente los distintos “fuegos”; se habían dado cuenta, con la ayuda del libro de los talentos, que podían crear y controlar varios tipos de sustancias que iban desde el fuego creado por combustión hasta el plasma, por lo que ahora estaban tratando de diferenciarlos para usar los menos peligrosos. Santiago simplemente estaba jugando con el agua de la fuente y mojando a todos en el proceso; Dianira se había distraído leyendo el libro de los talentos, nuevamente.

—¡Deja de comportarte como un niño! —le gritó Ilargi a Santiago, estirando un brazo hacia él y enviándole una bola de fuego.

Santiago creó un muro de agua que convirtió las llamas en vapor.

—No era mi intención... —Ilargi retrocedió, espantada por lo que había hecho sin querer.

—¡Hazlo otra vez! —la instó Santiago, divertido.

Ilargi se volteó y no le hizo caso.

—Sabes, es como esa idea de que todo se pone en cámara lenta cuando estás en peligro —dijo Miguel, llamando la atención de Luna—. La percepción del tiempo cambia porque estás experimentando algo nuevo, y tu mente siempre se aferrará a las nuevas ideas; de esa manera, si vuelve a ocurrirte algo similar, actuarás por instinto. Es supervivencia pura y llana.

—Se nota que has leído sobre eso —indicó Yami con incredulidad, acercándose—. ¿Desde cuándo tú lees sobre algo?

—Tenía curiosidad por que me ha pasado cuando he estado a punto de chocar con la moto —dijo Miguel, poniéndose de pie.

—No debí preguntar —masculló Yami.

Miguel le hizo señas a Yami para que lo siguiera y continuaron con su rutina; desde hace dos horas habían estado arrojándose varias cosas, como práctica. Luna esperaba que realmente no necesitaran nada de eso. Había estado esperando noticias de Sophía, pero hasta ahora no había aparecido a hacerles otra visita. Cerró los ojos y estiró los brazos, el izquierdo hacia arriba y el derecho hacia el costado, por enésima vez. Escuchaba cada sonido a su alrededor: las hojas de los árboles, el cantar de los pájaros y las pisadas alrededor del jardín. Trató de nivelar sus respiraciones y de dejarse llevar por su cuerpo, pero no pudo.

Lo que Fernando le había revelado ayer seguía pesando en su mente y en su corazón como si se tratara de un peso físico. Aún no entendía quién era y estaba comenzando a tener miedo de sí misma. ¿Qué pasaría si su naturaleza la hiciera diferente?, el mundo le había enseñado que las personas rehuían de lo que era diferente. ¿Y si sus talentos fueran también diferentes?, o, tal vez, el que poseyera dos talentos es lo que la hacía diferente... ¿Y por qué no los podía hacer salir? Ella quería ser valiente, como le había enseñado su madre, y enfrentarse a sus temores.




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