Leyendas de cristal: Los dos mundos

CAPÍTULO XV: Dos cetros para los príncipes

 

Llegaron a la base de la torre al mismo tiempo que la puerta que daba al exterior se abría. Algunos dudaron antes de volverse a colocar las máscaras. No iban a mantener ese secreto por mucho tiempo, pero mientras pudieran hacerlo, mientras pudieran separar sus antiguos “yo” de los actuales, lo harían. Salieron y se encontraron con una imagen disonante. Decenas de aviones militares, helicópteros y drones sobrevolaban la parte este del Valle, como aves e insectos de metal que vuelan sobre arboles de yeso; y en la calle principal, al ras del suelo, el fuego, la tierra, el agua y el aire fulguraban de forma intermitente.

—Görtarez está atacando la ciudad —dijo Aarón.

Luna tuvo el impulso de volver abajo, pero sabía que eso no le haría ningún bien a nadie al final.

—Debemos apresurarnos —dijo Fernando.

Le dieron la espalda a la escena y contemplaron la alta torre. Tenían que enfocarse en lo que podían hacer.

—Debe de haber una forma de subir —dijo Dianira, frunciendo los labios.

Luna respiró hondo y se acercó. En algún lugar, de alguna forma, tenían que encontrar la manera de llegar al Despertar: otra plataforma o una escalera. Estiró la mano y rozó el cristal de la puerta por la que acababan de salir. Saltó hacia atrás cuando ambas hojas vibraron y se transformaron, dividiéndose y convirtiéndose en largos escalones que rotaban, subían y se cruzaban, rodeando la torre varias veces, hasta llegar a una entrada que era mucho más grande de la que recordaba.

—Eso fue muy fácil —dijo Selene con asombro.

—El castillo nos está ayudando —dijo Emiliano con una pequeña sonrisa.

Creepy —afirmó Santiago.

Subieron con cuidado, pero rápidamente. A pesar de la altura, el viento no soplaba con fuerza; sólo una ligera brisa les azotaba los cabellos y los vestidos. Luna se estremeció; el frio era casi paralizante y les estaba tomando demasiado tiempo subir. Después de lo que se sintió como la centésima grada, comenzó a apurar su paso y luego comenzó a correr, tratando de no pensar en lo que pasaría si pisaba mal y caía.

Luna entró primero al lugar que tan bien conocía y fue recibida por un aturdidor silencio y una bienvenida calidez. Todo ruido del exterior había sido cortado abruptamente, y el frío había desaparecido por completo. Se sintió desconectada del mundo y, en el mismo instante, lo volvió a escuchar, ese cántico en su cabeza, salvo que no era un cántico, ni un susurro, ni un zumbido. Por primera vez las identificó en medio de aquel mutismo: eran plegarias, muchas de ellas, cientos, miles.

—¿Escuchan esas voces? —preguntó, subiendo con pequeños pasos hacia el altar.

Estaban pasando entre los retratos del primero y del doceavo relato.

—¿Qué voces? —cuestionó Ilargi con cierta impaciencia—. No se escucha nada aquí adentro.

—Tampoco parece que tuviera mucha acústica —dijo Emiliano, acomodándose su máscara.

Santiago silbó y el sonido no reverberó como en otros lugares del castillo, más bien parecía ser absorbido y silenciado antes de tiempo.

—Es-estoy escuchando muchas voces en mi cabeza —dijo Luna con inquietud—. Antes pensé que era un zumbido, pero no, son como súplicas. Es como un cántico, como si muchas voces pidieran por lo mismo al mismo tiempo.

—¿Voces? —le preguntó Miguel, mirándola con extrañeza—. Yo no escucho ninguna voz aparte de las nuestras.

—Yo escucho las voces de las personas que están allá abajo —dijo Fernando de repente.

—¿Tú también las escuchas? —le preguntó Luna, sorprendida.

—Lo hago —afirmó Fernando, sin mirarla—, pero no están en mi cabeza, y no están diciendo lo mismo. Las escucho como si estuvieran susurrándome al oído y todas están diciendo cosas distintas —Levantó la mirada—. He tenido la sensación de escuchar voces lejanas desde que el castillo comenzó a elevarse —Negó con la cabeza—. Al principio pensé que estaba imaginándome cosas, pero ahora, definitivamente, estoy escuchando todo lo que están diciendo en la ciudad como si estuviera ahí y no aquí.

Luna estaba cansándose de descubrir estas nuevas peculiaridades. ¿Estas cosas raras les seguían pasando por ser quienes eran? Pasaron entre los retratos del segundo y onceavo relato.

—¿Esto tendrá que ver con que sean los destinados a gobernar terra-luna? —cuestionó Selene con curiosidad.




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