Leyendas de cristal: Los dos mundos

CAPÍTULO XVI: La varilla de cristal se hunde

 

La sensación de arrastre fue desconcertante. Luna sintió que estaba siendo atraída hacia el fondo del pozo, pero no por ninguna fuerza gravitacional bajo sus pies, si no por una presión sobre su cabeza similar a la que se sentía cuando estabas parado bajo una caída de agua. No era una sensación del todo desagradable. Fueron expulsados a un lugar muy opaco, y luego comenzaron a caer muy suavemente. Luna ya se había sentido así antes, en sus sueños. Recordó haber despertado aquel primer día de clases con el corazón acelerado por haber estado soñando que caía desde un lugar demasiado alto.

Ahora, su corazón se detuvo por un segundo cuando notó el suelo gris y polvoriento de la luna a muchos metros por debajo de sus pies; en ese mismo instante, comenzó a caer con más rapidez, tanta que sólo tuvo tiempo de preguntarse si sobreviviría a la caída antes de verse a sí misma con un pie y una rodilla en el suelo, ilesa. Luego, cuando notó que su cuerpo tiritaba de frío, lo sintió calentarse sutilmente, como bañado por el sol de otoño, desde los dedos de los pies hasta la coronilla de la cabeza. Y, finalmente, cuando notó que no había estado respirando desde que había salido de aquel pozo, una bocanada de aire húmedo y fresco llegó a su nariz y a su boca, y la inhaló con necesidad. Con un estruendo, el castillo comenzó a reconstruirse.

Luna se levantó, usando el cetro que aún tenía en sus manos para impulsarse, y observó con asombro cómo las plantas y las paredes y los techos crecían a su alrededor, armándose como un cubo mágico, sabiendo exactamente dónde colocarse para llegar a estar en el lugar que les correspondía. La luminosidad del cristal llenó los espacios oscuros de la superficie y de la atmosfera lunar, formando paisajes en blanco y negro, como fotografías antiguas. Todos caminaron, absortos, por aquel jardín que contenía las mismas plantas y artilugios que el de la tierra, atravesaron el mismo arco que los llevaba a un espacio que no tenía más función que ser un enorme vestíbulo, y la puerta se abrió de la misma manera que la de la tierra lo había hecho: cuando la tocaron sólo una vez.

Luna había visto imágenes de la luna tomadas por sondas espaciales y había visto incontables películas de ciencia ficción, pero encontró que ninguna de esas representaciones, ni la real ni la fantástica, retrataba con exactitud lo que estaba viendo. Las fotografías no podían haber captado todos los contrastes y el esplendor de estar de pie en un lugar muy diferente dentro del universo: con un cielo casi añil que dejaba ver muchas más estrellas que desde la tierra, y con una esfera azulina como punto central al alzar la mirada. Las películas tampoco podían plasmar lo natural y a la vez desconocido que todo se veía, se escuchaba: el roce de los tallos y de las hojas de un desvaído verdemar al crecer, la sutileza con la que se mecían los fragantes vientos, el crujir de los pasos al caminar sobre una superficie plomiza.

Luna sonrió, maravillándose en como sus meras presencias habían cambiado, irrevocablemente, algo tan inmenso, algo tan intocable. Porque eso era lo que había sucedido, no habían cambiado una pequeña parte de la luna, no, habían cambiado todo el mundo. La puerta del castillo se cerró detrás de ellos.

—¿Estamos en la luna? Se siente como si aún estuviéramos en la tierra —preguntó Selene, mirando a su alrededor con los ojos muy abiertos.

—Pero lo que está allá arriba, nena, no es la luna —dijo Santiago, sonriendo.

Estiró un brazo hacia el cielo para envolver el contorno de la tierra con los dedos.

—Es hermosa —susurró Dianira.

Luna asintió, sintiéndose extrañamente en paz al ver la luz azulada y fría que la envolvía.

Terraformación —susurró Emiliano—. Se siente como la tierra porque ahora la luna tiene las mismas características que la hacen apta para la vida —explicó en voz más alta.

—¿La terraformación no es un concepto fantástico? —preguntó Yami, extrañada.

—Es un concepto usado en el ámbito científico, aunque el término fue sacado de una historia de ficción —explicó Emiliano—. Era una posibilidad, una grande, pero nuestra tecnología tendría que haber sido mucho más avanzada para poder lograr un cambio duradero. Por eso nunca se había intentado.

—Hasta ahora —canturreó Yami.

Emiliano asintió con una sonrisa.

—Pero ¿cómo? —preguntó Aarón con asombro—. Yo... Nosotros apenas hemos llegado.

—Capaz eso era todo lo que necesitábamos hacer —afirmó Miguel, caminando hacia una pequeña elevación.




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