Leyendas de cristal: Los dos mundos

CAPÍTULO XVII: La tierra creciente

 

Luna no se movió mientras ambos mundos se equilibraban y terminaban de encajar entre sí como los dos brazos de una balanza. Con un sonido retumbante, las dos hojas de una gigantesca puerta crecieron desde ambos extremos de la cadena de montañas, formando un haz de luz que iluminó todo el camino. Ilargi, Dianira, Yami y Selene traspasaron el límite entre los dos mundos y se unieron a los enfrentamientos.

Todo el Valle parecía haberse reunido ahí. Como antes, Santiago y Emiliano estaban defendiendo, tratando de repeler ataques dirigidos hacia ellos y hacía todos los que podían proteger a pesar de eso. Aarón y Miguel estaban cerca de Fernando, lanzando fuego y flechas a las piernas de los que se acercaban demasiado. Los crecientes estaban fatigados, la mayoría estaban amontonados contra la ladera de una de las montañas. A lo lejos, las luces de la ciudad estaban apagadas, aunque los destellos de los ataques aclaraban las penumbras de rato en rato; estaba humeando, con calles y casas agrietadas y vacías, automóviles abandonados con puertas abiertas y vidrios rotos, y sembríos en ruinas: quemados, inundados, o arrancados del suelo.

Luna no podía reconocer el lugar donde había vivido toda su vida. A pesar de los cambios y a pesar de la irrealidad que ahora la rodeaba, había esperado contra toda esperanza que algo de su antiguo mundo, aunque sea una pequeña parte, aún pudiera existir. No importaba si existía sin ella, no importaba si ella no volvía a poner un pie ahí. No importaba, incluso, si era diferente, sólo tenía que existir...  Incluso podía convertirse en una mejor versión de sí mismo.

Entonces, Ilargi levantó ambas manos y de ellas nacieron miles de destellos que viajaron cual cometas e iluminaron cada rincón, cada calle y cada rostro, formando un segundo firmamento sobre todo el Valle. Yami hizo crecer cientos de plantas desde los huecos en las calles y flores desde las grietas de las casas, las cuales se enredaron, treparon y deslizaron hasta cubrir cada abertura. Dianira hizo brotar pequeños riachuelos que bajaron desde las montañas, llevándose consigo los escombros y vidrios rotos, y dejando las plantas y flores húmedas y los caminos limpios. Por último, Selene sopló una brisa que olía a primavera y a frescura que disipó el humo, avivó los destellos y ahuyentó las nubes. Y el cielo se volvió tan claro y las estrellas tan brillantes que no hubo más diferencia entre el cielo de la tierra y el cielo de la luna.

Hubo un largo silencio después de que todo esto sucedió. Luna estaba totalmente maravillada; jamás había pensado que algo tan precioso fuera posible. Los crecientes miraban de un lado para otro, embelesados. Los atacantes habían retrocedido, temerosos y cautos. Luna buscó la mirada de Fernando, quien le sonrió. Se había enderezado y tenía el cetro en una de sus manos. Luna tiró del suyo con algo de fuerza y este se desprendió rápidamente. Observó sus manos; no parecían haber sido quemadas, pero podía ver unas cuantas cicatrices que no habían estado ahí antes. Con la mano libre acarició la palma de la otra y suaves astillas de cristal se desprendieron de su piel, luego buscó la herida en su brazo e intentó llegar a la de su espalda.

Un pequeño susurró de alarma llegó a su cabeza cuando Görtarez salió de entre los atacantes.

—Hermoso —dijo el general con su extraña sonrisa.

Fernando redujo los ojos, pidiéndole a Luna que no se moviera. Se dio la vuelta. Aarón, Miguel, Santiago y Emiliano se acercaron a él.

—Muy hermoso —repitió Görtarez.

Estaba cojeando y parte de su capote faltaba. Tenía el cabello revuelto y la cara llena de ceniza. Sus ojos miraban intermitentemente entre Fernando, Luna, y ambos cetros en sus manos.

—¡Así que ustedes deben de ser los príncipes de terra-luna! —afirmó con grandilocuencia—. Al fin se muestran. Aquí están. Esperaba que lo hicieran antes. Nunca quise que todo esto pasara —agregó con suavidad, señalando a su alrededor.

Algunos crecientes fruncieron el ceño. Ahora que el asombro inicial se había desvanecido, Luna pudo escuchar leves lamentos y sollozos. Debía de haber gente herida entre la multitud. Tenían que ayudarlos.

—Yo sólo quería hablar con ustedes —dijo Görtarez, acercándose—. Necesitaba saber qué querían, que harían. Decirles que no pueden cambiarlo todo, no pueden alterar nuestras vidas, las vidas de millones de personas de esta manera, ¡no pueden! —exclamó con vehemencia.

—Nosotros no vinimos a cambiar nada —dijo Fernando con una pequeña sonrisa.

—Claro que sí, claro que lo están haciendo, ¡no me mientan! —dijo Görtarez con una expresión feroz—. ¡Ustedes están cambiándolo todo! Estas habilidades —Alzó una mano y un trozo de metal recubrió su brazo—, esto, esto es antinatural, una abominación, desafía todo lo que conocemos, todo lo que somos. ¡Las personas no deberíamos poder controlar a la naturaleza! ¡Es demasiado poder! ¡Demasiada libertad!




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