Leyendas de cristal: Los dos mundos

CAPÍTULO II: Una tablilla para advertir el destino

                                        

Era como ser parte de esos cuentos que leía de niña que se desdoblaban para formar asombrosas escenas en tres dimensiones, las cuales parecían brotar mágicamente desde una llana y simple página. Sin embargo, Luna estaba segura que nada a su alrededor estaba hecho de cartón: ni Fernando, ni Yami, ni el Valle, ni mucho menos aquella luna de cristal.

Permaneció atrapada durante varios segundos por la imagen ante sus ojos, sin poder creerlo totalmente. ¿Estaba aún soñando?

—Luna —escuchó que Fernando la llamaba.

Su visión estaba volviéndose borrosa, por lo que se obligó a respirar.

—¿Qué es eso? —preguntó Yami en un susurro casi inaudible.

—Entremos —dijo Fernando, yendo hacia la casa de los Armstrong, que se encontraba a pocos pasos.

Por un momento, Luna estuvo tentada a ir a donde estaba esa luna creciente. Quería verla de cerca, tocarla, de ser posible, para saber que no se trataba de una ilusión, para comprobar que no estaba perdiendo la cabeza. Pero algo dentro de su pecho no la dejaba actuar por su propia voluntad.

—Vamos —le dijo Yami, arrastrándola, nuevamente.

—¡¡Ahí están!! ¡¿Están bien?! —preguntó Dorotea apenas entraron por la puerta, parándose de enfrente del televisor.

Estaba tan pálida que Yami avanzó hacia ella, temiendo que se desmayara. Dorotea la abrazó con fuerza.

—Estamos bien —le respondió Fernando antes de centrar su atención en el televisor.

Luna también avanzó y hecho un vistazo, por inercia, a la trasmisión. La imagen que vio ahí la sacó de su aturdimiento.

—¡No puede ser!

Se mostraba la plaza principal del Valle Creciente completamente destruida. Trozos del empedrado y de los bancos, y farolas y árboles caídos, todos se esparcían por el deshecho lugar. Sólo la cúpula del Despertar se encontraba intacta entre los escombros.

—¿Está...? —comenzó Yami a preguntar.

Se detuvo cuando la toma se amplió, mostrando la luna creciente que acababan de ver. Se encontraba justo por encima de la construcción, muy alto en el cielo, tanto que casi tocaba las nubes. Había parecido pequeña antes, pero realmente era gigantesca.

—¿La construcción está elevándose? —cuestionó la voz de una mujer.

La imagen de la pantalla se dividió, mostrando a la derecha la trasmisión del Valle y a la izquierda el estudio de grabación del noticiero del medio día. Luna se dejó caer pesadamente en uno de los sillones. Fernando se sentó lentamente a su lado. Yami y Dorotea se quedaron de pie, ambas en diferentes niveles de ansiedad. La toma que mostraba la plaza cambió.

—Según testigos, se elevó notoriamente durante varios minutos después del movimiento inicial, pero no podemos asegurar si sigue o si seguirá haciéndolo —dijo un joven de facciones gruesas, el cual se encontraba al borde de la antigua plaza.

—Paul —susurró Yami con sorpresa.

Luna también lo reconoció. Era Paul Mischen, un buen amigo, estudiante de periodismo. El verlo ahí hizo todo mucho más real, y también todo mucho más increíble.

—Por precaución, se está despejando el área: el municipio, la iglesia, los templos y otras instituciones y comercios alrededor de la plaza —continuó Paul con presteza—. Al ser día de mantenimiento, no había visitantes ni en el Despertar, ni en el museo, pero sí personal técnico y de seguridad, el cual ya ha sido evacuado. Ninguno de ellos ha sufrido heridas de gravedad.

—Con lo particular que es la situación, es un alivio que no hayan más complicaciones —afirmó el otro comentarista.

—Eso es cierto —dijo su compañera—. De haber sido un día operativo, muchas vidas hubieran corrido peligro.

—¿Ha habido alguna declaración por parte de las autoridades competentes, Paul? —preguntó el comentarista—. ¿O de alguien que pueda dar algún tipo de explicación de lo que está sucediendo?

Paul negó con la cabeza.

—Sólo nos hemos podido comunicar con el jefe de la policía, el comandante Hoyos, quien se ha hecho cargo de la evacuación y de algunas medidas preventivas —respondió mientras caminaba.




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