Leyendas de cristal: Los dos mundos

CAPÍTULO III: La leyenda de los dos mundos

 

Todo era tan blanco. Luna notó una forma borrosa detrás de ella, como una pared, una larga pared, la larga pared de una torre muy alta de la cual estaba cayendo muy despacio. ¿Estaba soñando de nuevo?, ¿todo había sido un sueño?

Se despertó más sosegada que el día anterior y miró a través de la ventana. Los destellos creaban bonitos brillos de colores en el vidrio y a lo lejos se escuchaba el sonido de los aviones militares. Respiró hondo. Era una noción infantil creer que todo lo malo que sucedía debía de ser un sueño, y ella ya no era una niña. Se volteó en la cama y miró el reloj de pared. Eran las seis y cuarto, no tan tarde como ayer. ¿Había clases hoy, siquiera?

—Santiago dice que las clases van a seguir con normalidad —contestó Yami sus pensamientos, mientras salía ya arreglada del baño—. ¿Lo puedes creer?

—Ahora soy capaz de creer cualquier cosa —dijo Luna, sentándose y apartando la sábana.

—Voy donde Miguel —le informó Yami, sin mirarla, aunque sonreía—, nos vemos en la U.

Luna la vio irse. Supuso que se habían amistado... Cuando sus ojos se volvían a cerrar se paró de un brinco. Tampoco había logrado dormir mucho ayer. Se la pasó pensando en lo sucedido y en su familia, en lo que podrían haber sabido, o en lo que podrían haber creído. Además, en la quietud de la noche, juraría que había sentido como la tierra se movía, suave y continuamente.

Estuvo lista en media hora y decidió bajar a desayunar, aunque no tuviera hambre. Ayer apenas había almorzado. No encontró a nadie en la cocina, pero sí había pan, mermelada y jugo de lima sobre la mesa. Tomó un gran vaso de jugo y se encaminó hasta la sala. Fernando estaba sentado frente al televisor.

—¿Alguna novedad? —preguntó Luna.

—Sí —le respondió Fernando, estirando una mano hacia ella.

Luna la cogió, extrañada, y fue a sentarse junto a él.

—Es mejor que lo veas por ti misma —le dijo Fernando.

La imagen mostraba al Despertar. No se había elevado más... No, incluso parecía haberse hundido. Por un momento, Luna sintió un gran alivio, hasta que se dio cuenta de algo.

—¡Ese no es el Despertar! —exclamó, sorprendida.

—No, no lo es —contestó Fernando.

La construcción era muy similar. La misma cúpula, el mismo muro, todo hecho de cristal, pero era mucho más delgada y no estaba entre escombros de lo que fuera la plaza principal del Valle. Esta torre, si debía llamarla de alguna manera eso era lo que parecía, estaba sobresaliendo en la intersección de dos calles.

—Esa es la avenida Ocaso —la reconoció Luna.

Era una avenida que atravesaba todo el Valle, de norte a sur. Junto a la avenida Principal, eran las calles más anchas de la ciudad. La casa de los Armstrong quedaba a pocos metros de la intersección de ambas vías.

—Sí, la primera cuadra —afirmó Fernando—, al pie de las montañas del norte.

La imagen cambió a una de múltiples tomas, ahora mostrando cuatro diferentes torres en cuatro diferentes puntos de la ciudad.

—Fernando...

—La segunda está en la última cuadra de la misma avenida. La tercera y la cuarta están al inicio y al final del Camino de los algarrobos —explicó Fernando.

—¿En los Algarrobos, dices? —preguntó Luna, uniendo los puntos en su cabeza.

—Están rodeando la parte oeste de la ciudad —respondió Fernando, entendiendo su pregunta—. Forman un rectángulo perfecto.

La imagen ahora cambió al auténtico Despertar, el cual se había elevado a una descomunal altura, hasta estar a sólo pocos metros de distancia de la luna creciente.

—No era tan alto bajo tierra —comentó Luna, sin saber que más decir.

¿Qué estaba pasando?

—No, al parecer había más niveles enterrados —dijo Fernando, poniéndose de pie e instándola a levantarse.

Con una profunda inhalación, Luna lo siguió, tratando de tranquilizarse. Nunca le había gustado cuando el mundo la hacía sentir tan insignificante, tan ignorante. ¿Todos se sentían así ante situaciones adversas? Tenía que enfocarse. Tenía que pensar en lo que sí podía hacer.

—¿Van a evacuar al resto de la ciudad? —preguntó al salir.




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