Leyendas de cristal: Los dos mundos

CAPÍTULO V: De dios el rey, del rey la ley

 

Luna no pudo dormir bien por tercera noche consecutiva. Sus sueños habían sido intranquilos, plagados de gritos y lamentos lejanos, ruidos de pasos acelerados y de golpes secos, mientras que ella seguía cayendo. Se había despertado muchas veces para mirar al vacío, pensando en mucho y en nada a la vez. ¿Así se habían sentido los hombres y las mujeres que habían presenciado los grandes cambios en la historia de la humanidad: revoluciones, guerras, la creación de grandes inventos? Sin saber qué iba a pasar, cómo el mundo cambiaría, o qué es lo que aún reconocerían de su antigua vida.

Recordaba que cuando era niña solía pensar que el mundo era un lugar muy gentil y feliz. Lo había tenido todo. Una familia amorosa, un hogar cómodo y muchos amigos con los que jugar y reír; hasta que todo eso había cambiado y había entendido que el mundo no era tan pequeño. El mundo que ella había creído feliz era su propio mundo, el Valle, su casa, sus seres queridos. Ese mundo que se tornó triste y cruel cuando un ser tan bueno como su abuelo murió. Entonces no había querido nada más que huir y escapar del dolor, así que corrió y corrió y corrió, y sus pisadas fueron demasiado fuertes, porque el mundo la encontró ahí donde se había escondido y sus padres también la dejaron.

Era extraño pensar en cómo la desaparición de sus padres la había hecho valorar todo lo que aún tenía y lo que aún podía lograr en la vida. Reacciones tan contrarias para un mismo dolor, pero, un único entendimiento: puedes huir, puedes correr y puedes esconderte, pero el mundo te seguirá ahí a donde vayas, porque tú eres el centro de tu pequeño mundo, y sólo cuando dejes de existir este dejará de girar.

—No has dormido.

Ese fue el saludo de Fernando cuando bajó a la cocina, muy tarde; no la habían despertado, otra vez. Dorotea estaba en la cocina también, secando la vajilla.

—Sí no hubiera dormido, hubiera bajado temprano —le contestó Luna, cogiendo un vaso de...—. ¿Qué es esto?

—Es un remedio, cariño —le respondió Dorotea—; es para los nervios —agregó cuando Luna hizo un gesto al probarlo—. Tómalo caliente.

Luna asintió y se lo tomó, sin pensar en el sabor, aunque al final no fue tan malo; dejaba un regusto a cebada tostada.

—Me preocupa tener que dejarlos solos —dijo Dorotea, secando un plato con el mantel—. Si tan sólo hubiera más manos, me podrían haber dado permiso...

Dorotea había estado repitiendo lo mismo desde ayer, cuando llegaron de la universidad y la encontraron hecha un mar de nervios. Según el progreso de los talentos a nivel mundial, estos llegarían a Mons, y al Valle, ese mismo día por la tarde. Y en todos los hospitales se estaba requiriendo, con carácter de obligatoriedad, que todo médico o enfermero se mantuviera activo durante toda la contingencia, por lo que Dorotea no iba a poder estar en casa en el momento en que los presentaran.

Su madrina no había podido estar tranquila hasta que Judith los había llamado para invitarlos a pasar el día con ella. Aunque en su estado no les pudiera ofrecer más que su compañía, al menos no estarían completamente solos.

—No sé qué está pensando el gobierno al no aceptar ni un poco de ayuda —continuó Dorotea, refunfuñando y secando el mismo plato—. Entiendo sus temores, de verdad lo hago, pero dejar entrar a un puñado de médicos no le va a hacer daño a nadie. ¡No son personas peligrosas, por todos los cielos!

—¿No están aceptando ayuda? —cuestionó Fernando.

Se había visto en las noticias que algunos gobiernos estaban aceptando personal de apoyo de las naciones que ya habían sido afectadas. Eso facilitaba mucho las cosas, ya que no sólo tenían más conocimiento de qué hacer ante la mayoría de los casos, sino que también podían ayudar a tiempo completo, lo que no sucedía con los médicos y enfermeros del mismo lugar, quienes pasarían por la misma situación tarde o temprano.

—No, les han prohibido la entrada —explicó Dorotea con exasperación—. El gobierno de Ekiester está mandando brigadistas y médicos a todas las naciones de América, sobre todo las del sur, pero Mons se ha negado rotundamente a recibirlos en su territorio —Suspiró, dejando el plato de lado—. Hubiera querido estar aquí para ustedes, aunque tal vez lo mejor sea estar allá —murmulló—. Apenas sientan algo inusual, por favor, avísenme al hospital para estar pendiente de vuestra llegada —les pidió—. Y si pasara algo más, cualquier cosa, sólo mantengan la cabeza fría y actúen con responsabilidad —Les sonrió—. Son buenos muchachos, sé que estarán bien.




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