Leyendas del destino y el reino de los Fuathan

Dicen los rumores que a tu madre solo le importa el dinero

          

 

Las bodas en aquel tiempo solían durar días, y la de Sir Nicholas McLaren, Jefe del Clann mhic Labhrainn, no se quedó atrás. Se dice que fue una boda legendaria, que la música y los bailes nunca habían sido tan alegres, y el alcohol parecía ser sacado de un manantial natural.

Mientras los invitados se alcoholizaban, charlaban, bailaban, comían y cortejaban a las damas, una joven de cabello castaño claro, piel blanca pecosa y ojos azules como el mar se veía al espejo de su habitación. Llevaba puesto un vestido muy sencillo en color hueso, hecho especialmente para el último día de la celebración, y una gargantilla de obsidiana con una gema azul brillante en el centro. Aun pensaba en el joven que se la había vendido, en aquel muchacho de piel bronceada y ojos de zafiro con sonrisa traviesa y demasiado confiada. Y al cerrar los ojos podía sentir sus dedos temblorosos en su nuca intentando abrochar el collar, las suaves caricias que se escabullían con timidez, y su aliento erizando su piel al chocar con ella.

Después de ese día había soñado a diario con él, y se soñaba a ella, nadando en el mar de Escocia, en Fiordo de Clyde a toda velocidad, saliendo del agua dando saltos de delfín, y otras veces, corriendo en los verdes campos de los valles.

No había momento más feliz para Kathy que cuando se encontraba dentro del mundo de los sueños, y el siguiente puesto era ese instante en que despiertas y la realidad se mezcla con la fantasía, ese minuto en que la magia es posible.

Sin embargo, ahora era desdichada, pues su madre la había presentando con un tal Leopold Zellman, un respetado hombre negocios con tanto dinero como años, que caminaba balanceándose de un lado a otro como si el cuerpo le pesara, llevaba una gran panza bajo el tartán del kilt, una prominente calva al centro del cráneo con unos pelillos largos y blancos en la base de la cabeza, un bigote extraño sobre el labio, y una horrible forma de sentarse de cunclillas con las piernas abiertas y el miembro colgando entre sus talones levantados.

Kath estaba segura de que su madre se le había ocurrido tremenda osadía gracias a que su hermano estaba ocupado con su nueva esposa, y también por venganza, por haber apoyado en la unión de Sir Nicholas McLaren con una joven sin dote ni apellido de renombre.

Tras notar la forma perversa en la que aquel hombre la veía, con los ojos entornados, salivando como un perro frente a un bistec y con un horrible bulto asomándose entre la tela del kilt, Kath buscó refugio en su habitación, cerrando la puerta con seguro y apagando todas las luces para que nadie notara su presencia.

Pero era momento de salir, pues apenas había comido y el hambre ya le calaba hasta los huesos. Por eso se colocó la gargantilla, esperando que esta le dotara de valentía y fortaleza, quizá un poco de velocidad para huir si era necesario.

Leopold Zellman no tardó en interceptarla, la agarró justo cuando estaba en la mesa de bocadillos sirviendo una buena porción de mariscos y haggis en su plato. Ella, a pesar de estar concentrada en la comida, distinguió su presencia gracias al olor grasiento y rancio del hombre.

—¿En esta casa no te dan de comer, niña? —me preguntó con su voz ronca.

—¿Qué le hace pensar eso? —Kath respondió sin ocultar su fastidio.

El hombre la observó llenando el plato con una montaña de comida y rió, como diciendo: «La comida no se va a ir corriendo, linda». Obviamente no se atrevió a decirlo porque sabía que ella era una McLaren, y en aquellos en los que corre la sangre de los guerreros de las islas de Tiree se rumora que tienen un pésimo temperamento. No hace mucho tiempo el jefe de la familia había echado de la casa a una joven que se había atrevido a importunar a la pareja recién casada. Y también sabía que las mujeres siempre son más salvajes que los hombres, mucho más las de las Highlands.

—Mira niña, sobre lo de hace rato —comenzó a hablar aquel hombre—, no tienes mucho de sufrir por este matrimonio arreglado. Yo ya estoy viejo y necesito un heredero, no creo vivir mucho tiempo, ya siento la muerte pisándome los talones. Solo te pido un heredero o dos, por si el primero llega a morirse. Ya sabes cómo son estas cosas…

—Yo no he accedido a ningún matrimonio, señor Zellman, y estoy segura de que mi hermano tampoco estará de acuerdo.

—Pues tu madre puede ser muy convincente —dijo sonriendo—. Y escuché que tu hermano está intentando levantar los negocios de Sir Frank Malcome, estoy seguro de que le vendrá bien un socio con conexiones como las mías.

—Él no me vendería por algo como eso, señor Zellman, se nota que no ha tratado con él —contestó dejando las cucharas sobre la mesa.



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En el texto hay: leyendas, personajes fantasticos, almas gemelas

Editado: 28.08.2018

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