Leyendas del destino y el reino de los Fuathan

Los selkies echan de menos el mar

 

Katherine aseguró la puerta, la atascó con una silla y cerró todas las posibles entradas a su dormitorio con un detallismo casi paranoico. Se quitó el lujoso vestido de fiesta, quedándose con el fondo y el corsé sobre la camisa, y se tiró en la cama con un quejido exhausto. Había sido un día bastante agitado y emocionante, así que no tardó en quedarse dormida. Y como era costumbre, inició el ansiado sueño con aquel chico de ojos azules, un hermoso y furioso mar como escenario, dónde, de repente, se encontraba luchando por su vida mientras sus pulmones ardían al no poder recibir oxígeno.

En vez de sueño era una pesadilla, pero a Kathy le daba lo mismo, pues a pesar del miedo que pasaba al ahogarse, todo lo demás era bastante llevadero y disfrutable.

Esta vez no pudo llegar muy lejos al fondo del agua, pues justo cuando sentía que su cuerpo no daba para más, un ruido la despertó. Alguien intentaba insistentemente abrir la puerta; de alguna forma habían logrado quitar el pestillo y solo la silla detenía sus esfuerzos.

Kathy, con el corazón latiéndole tan fuerte que casi podía sentirlo en la garganta, se preparó para la invasión inminente, quería estar lista para saltar de la cama y correr en cuanto tuviera oportunidad, así que se puso los zapatos y escondió los pies en la sábana.

Esperaba lo peor, imágenes de un asqueroso anciano pervertido asaltaban su mente, a pesar de que ella misma intentaba controlarlo. Trató de pensar en algo más positivo, quizá era su hermana que regresaba de su escapada romántica y quería contarle cómo le había ido. Con ese pensamiento, respiró profundo, sacando el aire por la boca lentamente, como si no quisiera hacer más ruido del necesario. Entonces, la puerta se abrió, fue solo un poco, una pequeña rendija por dónde el perpetrador notó que la silla atrancaba la entrada. Pareció desistir, cerrándola de nuevo, pero en eso, la silla cayó al suelo horizontalmente, como por arte de magia. El portal se abrió de nuevo, dejando entrar a una sombra alta y grande que se escabulló silenciosamente al interior, cerrando a su espalda.

Era un sujeto enorme, cubierto de pies a cabeza con una capa negra encapuchada; se descubrió la cabeza al aproximarse a ella, mostrando un rostro juvenil y hermoso, con ojos azules enmarcados por una espesa línea de pestañas oscuras.

La chica dio gracias al cielo en cuanto lo vio.

—¿Kath? —la llamó tímidamente, moviéndose tan lento como un felino. Después, cuando ella asintió, él corrió hacia ella, sacó una capa como la de él de la abertura de la tela y la dejó sobre la cama—. No hagas ruido. Ponte esto.

Ella obedeció sin chistar, salió de las sábanas consiente de su mirada y se puso la capa.

—¿Duermes con zapatos? —preguntó sorprendido, haciendo una mueca—. ¡Qué extraña eres!

No respondió a eso, estaba muy confundida como para hacerlo.

—Anda, sígueme —le ordenó, tomándola de la mano—. ¿Traes la gargantilla?

—No —susurró y se apresuró al tocador, dónde tomó la joya y se la entregó al joven, quien la guardó en un bolsillo oculto entre la pesada tela negra que lo cubría.

Él abrió la ventana con mucha seguridad, jaló a Kath hacia su pecho, abrazándola fuertemente y la obligó a saltar. Ella estaba tan espantada que creyó que ese era su último momento en la Tierra, pensó que no era tan malo morir en los brazos de semejante hombre, pero también estaba aterrorizada por la idea de estrellarse contra el piso y yacer desparramada toda la noche. Había sido una caída de tres pisos.

Pero, justo cuando estaban a punto de esparcir sus menudencias, entrañas y líquidos en el césped del jardín, la caída se detuvo, dejándolos suspendidos en el aire por un par de segundos, antes de dejarlos caer delicadamente como plumas de pájaro.

A partir de ese momento, la vida se les fue en correr. Primero llegaron al bosque, y ahí, al escuchar un terrible aullido, corrieron en dirección contraria a la casa de los Gunn, y no se detuvieron, aunque sus piernas ya no respondían.

—¿A dónde me llevas? —Kath le preguntó—, ¿Por qué seguimos corriendo? Ya nadie nos persigue, si es que alguna vez lo hicieron.

—El Cù Sith, linda, hay que alejarnos de él.

—¿Ese fue el Cù Sith? —ella preguntó, pasándose la poca saliva que quedaba en su boca—, ¡¿Ese aullido fue él?!

—Afirmativo. Será mejor que no hablemos o nos escuchará y vendrá por nosotros.

 

Siguieron huyendo en silencio hasta que llegaron cerca de Skipness, dónde aminoraron el paso y se detuvieron a beber un poco de agua.

—¿A dónde me llevas? —preguntó por segunda vez.

—Al mar —contestó, y a ella se le erizó la piel al recordar aquellos sueños con final horrible que había tenido por semanas.



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En el texto hay: leyendas, personajes fantasticos, almas gemelas

Editado: 28.08.2018

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