Flora hundió las patas en la tierra fangosa, esperando pacientemente a que el Cù Sith escuchara el llamado lobezno y fuera tras ella. El perro había estado atormentando a la chica pelirroja por varias horas, la acosaba con preguntas y peticiones extrañas, y la pobre loba no podía más que observar a la distancia mientras veía la forma de distraer al perro infernal para acabarlo de una vez por todas.
Cuando lo vio venir, tambaleándose, como sabueso moribundo, se preparó. Gruñó amenazante, con el humo saliendo de entre sus afilados dientes, frunciendo el hocico con ferocidad. El Cù Sith no perdió tiempo, se lanzó contra el lobo, directamente a la yugular. Flora pudo esquivar la mordida, dando un zarpazo que rasgó la oreja negra del animal. Unas gotas de sangre negruzca salpicaron el pelaje pardo de la joven, quemándole ligeramente por su efecto ponzoñoso.
Ambos animales místicos comenzaron una rabiosa pelea, llena de mordidas, rasguños, golpes, sacudidas, gruñidos y aullidos. La joven era más hábil en su forma humana, pero estaba luchando bastante bien contra el Cù Sith, tanto que deseaba que su hermano estuviese viéndola. Entonces, ella empujó al perro con la cabeza, y este tomó impulso hacia ella, logrando clavar sus filosos dientes en su cuello.
Un horrible dolor le atravesó el cuerpo entero; de solo mover la cola sentía que moría. La tenía atrapada, en sus garras. Se sintió morir. Ahora sí veía venir su hora. Ni siquiera quería chillar, pensó que, si lo hacía, solo acortaría su tiempo de vida. Y, en eso, un disco de agua salió volando por los aires y golpeó fuertemente al perro, obligándolo a soltar a la loba. Un segundo ataque no se hizo esperar, esta vez en forma de esfera, encestándole un buen porrazo que le hizo crujir las costillas.
Un gran lobo negro entró corriendo a la escena, inmovilizando al perro, mientras el joven Cardo Gunn se acercaba a Flora. Se hincó a su lado, acarició su pelaje y revisó cuidadosamente la herida de su cuello. El chico cerró los ojos, enterrando sus dedos en el suave pelo castaño de Flora, colocándose muy cerca de su pecho. El agua del fango se filtró en el aire, subiendo hasta sus muñeras en forma de hilo, se enredó en ellas y viajó hasta la punta de sus dedos, mojando el pelaje del lobo, quien no dejaba de moverse y retorcerse, pensando internamente que estaba bien, que no necesitaba de la ayuda de Cardo.
Él chistó, abriendo sus verdes ojos por un segundo, mirándola de reojo antes de volver a concentrarse.
Mientras tanto, a unos metros de ahí, un preocupado muchacho rubio, de facciones afiladas y ojos color ámbar, buscaba desesperado a Roselyn McLaren.
—¡Roselyn! —gritó una vez supo que el Cù Sith había sido subyugado—. ¡Roselyn! ¿Dónde estás?
—¡Aquí! —la pelirroja contestó alzando la voz, no estando muy segura de quién la estaba llamando. Lo importante para ella era que alguien había llegado a salvarla, alguien que sabía su nombre.
Con el sonido, el joven la localizó, atravesó a través de los árboles un pedazo de bosque cerrado y llegó hasta la pequeña granja. Caminó un poco más, y encontró a la muchacha sentada en aquella silla, siendo apresada por una bruma negra y eléctrica. Sus ojos azules lo miraron con desesperación, y a él se le partió el corazón de verla así. Se culpó enormemente por no haber podido protegerla como se debía. Prácticamente había sido culpa suya que el Cù Sith la atrapara. Él debió saber mejor sobre eso, debió escuchar los aullidos, oler la peste a muerte que en perro dejaba…
El chico se acercó hasta ella, sacó una cantimplora de cuero de su morral y la abrió, dejando salir el agua de su interior. La controló, haciéndola flotar entre sus manos, y luego creó un arma afilada con la que fue cortando y cauterizando los tentáculos de humo negro.
—¿Cómo hace eso? —Rose preguntó temerosa. Estaba agradecida, pero eso que estaba haciendo su salvador era demasiado sobrenatural para su gusto.
—Magia —él contestó, sonriendo, mientras trabajaba en su liberación.
En cuanto terminó, la jaló, atrayéndola a su pecho, antes de que esa cosa espumosa volviera a sujetarla. Rose se estrelló contra él, sintiendo cómo los brazos del joven la envolvían, sujetándola por la espalda. Hundió su nariz en la tela de su camisa, respirando el olor a madera y pasto, y se aferró a su ropa tímidamente.
Él pudo haberse quedado así por horas, sosteniendo a la pelirroja entre sus brazos, sintiéndola respirar y temblar bajo su piel, pero no lo hizo, la alejó levemente, solo lo suficiente para observarla y revisar que no estuviese herida. La examinó con cuidado; vio su largo cabello color rojo despeinado, su pálido rostro sucio con lodo y un poco de sangre, sus azules ojos llorosos, sus labios partidos, y el camisón rosado enlodado y roto. Ese viejo pedazo de tela apenas alcanzaba para cubrirla, él podía ver mucho más de ella de lo que esperaba para la primera noche juntos. Intentó no ver el pronunciado escote que dejaba a la vista su pecho blanquecino, ni la forma en que sus curvas se trasparentaban por la delgada prenda. Mejor se concentró en los pies de Rose, en cómo pisaban directamente el frío fango.