Leyendas del Yermo - Nikky y yo

Reencuentro...

La primera a la que vi fue a Debra. Ella siempre se levantaba temprano, y al parecer, Landyard no la había hecho perder las buenas costumbres. Sin embargo, la elegancia que mostraba en el 109 estaba ausente en Landyard. Se veía más gorda, usaba un feo vestido de ondulante falda y un turbante en la cabeza que la envejecía por lo menos mil años.

  Pero era Debra. Mi querida “suegra”.

  Ella no me reconoció, o más bien, ni siquiera reparó en mí. Llevaba una pesada bolsa, y caminaba cojeando un poco.

  ¿Qué rayos pasaba?

  De cualquier forma, no iba a visitar a Debra. Yo iba por Kim.

  Avancé, temblando de miedo, subí la escalerilla y me encontré con una docena de puertas. Había juguetes por todos lados, algunas plantas medio florecidas y unas botas de saqueador completamente acabadas.

  Escuché llanto de niño. De niños…

  ¿Cuál de las puertas ocultaba a mi amada?

  Mi amada…

  Pero… ¿todavía la amaba?

  ¿Qué era lo que esperaba de ella después de tanto tiempo?

  De pronto, mi cerebro despertó. Kim era parte de mi pasado, uno muy soso, y bastante mediocre, por cierto. Kim era la protagonista de uno de los mejores momentos de mi vida, pero el momento había pasado, mi vida había tomado rumbos distintos… y ahora caminaba al lado de Nikky, que no era humana, pero que hacía todo lo posible por parecerlo.

  De repente comprendí que ese viaje había sido inútil, la mujer que amaba no estaba en esas casitas, sino en la hostería, esperando por mí.

  Me di la vuelta. Créanme que me di la vuelta, iba a irme de Landyard sin verla de nuevo. La vida es como un libro, y algunas páginas es mejor no releerlas, o eso decía mi padre.

  Otra vez escuché llanto de niño.

  Una puerta se abrió.

  –¿Puedo ayudarlo? –me preguntaron.

  Y esa voz…

  Tragué saliva. La escalerilla estaba a cincuenta centímetros de mí.

  –¿Señor…?

  Cerré los ojos, giré y la enfrenté.

  Creo que ambos sufrimos un fiero choque.

  Yo abrí la boca –eso creo– y ella arrugó la frente.

  ¿Cómo explicarlo? Esa era Kim, mi adorada Kim, la de hermosa piel, la de cabellos pajizos y armoniosas formas. La que yo había amado hasta la saciedad, por la que me había obsesionado hasta enfermar.

  Por la que había cruzado medio mundo, sin importarme los peligros.

  Ahí estaba.

  Y era horrible…

  Sí. Horrible. Fea. Con un niño cogido de la mano, otro cargado en brazos, y una niña revoloteando entre las flores con un osito de peluche podrido.

  Horrible, gorda… probablemente embarazada… con ojeras de necrófago…

  Pero era Kim. La mía.

  Susurré su nombre.

  –¿Ryan? –Ella ladeó la cabeza, como si no creyera que ese era yo.

  ¿Cuál debía ser mi aspecto?

  Desde la plaga de piojos, Nikky me mantenía el cabello al ras, y debo recordarles que yo adoraba estar limpio. Soy mañoso, y así seré hasta que la radiación cobre mis átomos. Así que no creo que me viera tan mal en ese momento.

  –Ryan… eres tú… –Los labios de Kim temblaban. Y sus ojos se anegaron de inmediato.

  Pero no se animaba a abrazarme.

  Me acerqué, uno, dos… tres pasos.

  Entonces nos abrazamos. Se sentía tan distinta, tan extraña… Me era difícil admitir que era Kimberly. Me costaba comprender que había una distancia de mil años entre los dos.

  La besé en la frente, y prolongué el abrazo todo lo que pude.

  De pronto, ella me empujó:

  –¿Qué haces aquí?

  –Vine a verte, Kim… –expliqué–. Vine a buscarte.

  Creo que yo lloraba. Mi consternación era infinita.



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En el texto hay: apocalipsis, armas, fallout

Editado: 15.10.2018

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