Un hombre pasaba por las calles junto a su amigo luego de haber estado en una licorería bebiendo cerveza y escuchando música llanera. Caminaba trastabillando por la acera con una botella de cucuy en mano. Reían y bromeaban, aunque en su estado hasta se reían al ver la cara del otro.
Ambos se toparon con una dama muy sugestiva saliendo de un callejón. Lo curioso no era que estaba sola, no, sino que no se dejaba ver el rostro.
Extrañado le preguntó:
‒ ¿Por qué ocultas tu cara?
La mujer no respondió, ni se volvió a ellos.
Ambos estaban seguros de no haberla visto nunca. En el pequeño municipio casi todos se conocen ya sea de vista o por un saludo ocasional, esta vez se interesaron en saber de donde era, por si se había perdido y ha de necesitar una indicación.
‒ ¿Necesitas ayuda? ‒preguntó esta vez su amigo, mucho más compuesto que él y menos propenso a tropezar.
Fue ahí que ella responde con una voz suave y cálida, como cuando le hablan a un infante.
‒Sí, necesito ayuda. ¿Pueden acompañarme a mi casa?
Los hombres asintieron sin sobre pensar demasiado. Los tres caminaron varias cuadras hasta llegar al cementerio Bella Vista. De repente la mujer se detuvo y gritó:
‒ ¡Esta es mi casa!
La mujer se vuelve a sus acompañantes revelando finalmente su rostro y sus grandes dientes salientes capaces de despedazar la carne.
Los hombres huyeron despavoridos, y mientras corrían uno de ellos se tropezó y el otro soltó la botella de cucuy que se hizo añicos en la acera. Los efectos del alcohol que los tenían adormecidos parecían haberse esfumado en ese momento. Ambos tropezaron con un caballero que estaba recostado en una pared fumando un puro. No lo conocían ni de vista, pero empezaron a contarle lo sucedido hace rato.
Al describir tal dentadura, el hombre tiró el puro y preguntó con una expresión divertida y algo burlona:
‒Díganme, mis estimados, ¿eran como estos?
Los amigos vieron horrorizados la aparición de dientes afilados cual cuchillas, dientes que no se parecían a los de la mujer de hace rato, pero no menos aterradores de contemplar.
Huyeron despavoridos, corriendo sin parar hasta llegar a la casa de uno de ellos y reflexionaron de lo ocurrido el resto de esa noche llena insomnio.
Ambos hicieron un pacto esa noche de nunca hablar de lo sucedido. Es mejor olvidar aquella noche.