En vísperas de Semana Santa una familia fue a pasarla en una hacienda cerca del llano y del río. Los niños estaban emocionados por estar allí. Montarían a caballo, se bañarían en el río y jugarían en la orilla de este.
Uno de los vecinos de la familia, descendiente de los nativos que hoy en día siguen viviendo en los llanos y en la sierra, les advirtió a los padres de los infantes que los niños no deberían estar solos en el río, mucho menos en la orilla o quebradas, pues se los roban al verlos solos.
La madre, alterada, le preguntó:
‒ ¿Quién se los lleva, usted sabe?
El hombre ya anciano pero firme como un roble respondió:
‒La llorona, señora. Ese espanto se roba a los niños que andan solos en el llano, en las quebradas, en el río o en la orilla de este mismo, No los dejen solos.
El esposo y padre de los infantes se carcajea negándose a creer en tales supersticiones. Al recuperarse de las risas, le dijo a su esposa:
‒No le hagas caso a este viejo, mi amor. No sabe ya lo que dice. Tantos años aquí en el llano ha de haberlo afectado ‒y añadió: ‒. Nadie se llevara a los niños. Están a salvo por la gracia de Dios ‒agregó.
El vecino no quiso condenar tales palabras ni contradecir la terquedad del padre. Cumplió con advertirles y esperaba que, en el fondo, la llorona no se llevase a ninguno de los infantes en esa Santa Semana y se conviertan en otra desafortunada historia y advertencia para los escépticos.
Luego del tal intercambio de palabras los padres volvieron a su hacienda. Los niños les esperaban impacientes en la sala con un bolso en mano y una pelota en la otra. Querían salir a jugar y esperaban que sus progenitores les acompañaran.
Uno de ellos dio un paso al frente y preguntó:
‒ ¿Podemos ir a jugar en el río, mamá?
La madre todavía turbada por la advertencia tardó en responder que fue su marido quien concedió tal permiso por ella. Y el padre añadió:
‒Vuelvan para la merienda.
Los niños salieron a jugar con grandes sonrisas, ajenos a la sonrisa trémula de su madre, que lo único que hizo fue darles un beso a cada uno a modo de un “hasta luego” prometiéndoles preparar su merienda favorita.
El río estaba calmo, el sol brillaba con fuerza y la brisa era fresca. Debido a que estaban pendientes del juego no notaron la falta de canto o graznidos de las aves, ni el ruido de los insectos. Una vista preciosa pero sin sonido alguno más allá que el correr del río.
De repente escucharon un leve sonido a lo lejos. Los niños lo asociaron a un conejo de monte o un perro de algún campesino, pero el sonido se empezó a escuchar más cercano hasta reconocer el sollozo seguido de un lamento y un grito:
‒ ¡Ay, mi hijo!
Asustado, uno de los infantes salió corriendo dejando a su hermano mayor que se quedó a investigar el origen de tal ruido, corriendo así hasta llegar a la hacienda con el corazón agotado gritando:
‒ ¡Mamá, papá, hay una señora llorando por su hijo cerca del río! La escuche, pero me asuste.
Los padres recordando tal advertencia más temprano ese día salieron en busca de su hijo. Todos los vecinos se unieron a la búsqueda, incluyendo el viejo vecino que advirtió a los padres. Lo único que encontraron del infante mayor fue la pelota y el bolso cerca de la orilla, pero ni rastro del niño. La madre gritó de tal manera que hizo que todos los presentes sintieran un escalofrío, recordando los gritos la llorona que se ha hecho con otro niño.
Curiosidades: La versión en la que esta leyenda de la Llorona esta basada es: "Ella salió corriendo hacia el llano y se convirtió en espanto. Siempre está llorando, y cuando entra a los poblados dicen que llama a su hijo. Se sabe que roba niños que están solos, ya sea en sus casas o en las orillas de ríos o quebradas. Por lo general se la oye llorar en tiempos de Semana Santa".
Como saben, cada leyenda tiene su variante y quise tomar esta, ya que la más popular es aquella donde un soldado abandona a su mujer y ella, en venganza, asesinó a sus dos hijos en el río. Cuando la joven se percató de lo que había hecho, comenzó a llorar y a gritar fuertemente, lo que atrajo a los vecinos y familiares. Al ver lo sucedido, la maldijeron.