Lo primero que sintió María Clementina fue el roce de la brisa fresca en contra de su rostro seguido de su cuerpo estremeciéndose ante eso. De todas las excursiones a la que la escuela pudo haberlos llevado tenía que ser en un lugar montañoso con frailejones, lapa, conejo de monte y ardillas regordetas que se escabullen al notarlos. No tiene señal en su celular, lo que es un desastre, pese a que sus compañeros pasan el rato tomando fotos y haciendo vídeos.
La muchacha casi se resbala en el pequeño riachuelo del que no había notado por estar con la vista puesta en la pantalla de su celular en busca de señal.
Sus compañeros se rieron y uno de ellos grabó para, seguramente, publicarlo en Tiktok siendo un vídeo meme en la naturaleza. La muchacha adora tales vídeo, pero no con ella siendo protagonista.
‒ ¡Más te vale borrarlo o…!
‒ ¿O qué? ‒retó su compañero más divertido que aterrorizado por su enfado ‒. Tranquila, chama, no eres la única que seguramente se caiga en el cerro este.
‒Vos si sois un gafo.
Su compañero solo atino a reírse antes de saltar por encima del riachuelo, agacharse y tomar de las aguas cristalinas que, debido a la filtración de rocas y piedras, la hace limpia y potable.
‒El profesor tenía razón, está limpia y fresca ‒le dijo sacando una botella y llenarla de agua, en el proceso se le cayó una bolsa de pepito en el agua, pero no la recogió cosa que notó Maria Clementina.
‒Aparte de gafo, sucio, ¿no vas a recogerlo?
‒No ‒respondió ‒. ¿Pa´ qué?
Su compañero se incorpora y guarda la botella de agua. No había ni caminado medio metro del riachuelo cuando le lanzaron la bolsa de pepito con una piedra dentro a la cabeza. Se vuelve, confundido y molesto, pero ninguno de sus otros compañeros fue.
Su primer instinto fue acusar a su compañera:
‒Cuaima tenías que ser ‒gruñó ‒. Si tanto te molestaba el sucio bien podrías haberlo recogido.
Maria Clementina, con la boca abierta por el insulto, le respondió con el mismo tono presuntuoso.
‒Pues fíjate que yo no fui, gafo. Y, por si no sabes, ¿cómo podría haber tomado la bolsa de pepito sin que te dieras cuenta? ‒preguntó, altiva ‒. Habrá sido Mario o Dirimo, que siempre se la tiran de mamadores de gallo.
Ambos empezaron una riña que llamó la atención de sus compañeros, que se arremolinaron alrededor de ellos. El profesor y de la guía que les explicaba la historia y la fauna del Páramo la Culata.
‒Si siguen así les daré como trabajo un informe sobre el Páramo la Culata y su cuidado medio-ambiental ‒advirtió el profesor al ver la que riña seguía.
La muchacha rápidamente se justificó:
‒Yo no le he tirado nada, más bien, le dije que recogiera la bolsa de pepito. Alguien se la tiró, no se quien, pero me culpa cuando ni eso.
El profesor iba a replicar que no le importaba quien empezó qué, hasta que la risa de la guía llamó la atención de los presentes. Ella parecía divertida por el embrollo que se estaba gestando.
‒Esta vez se la lucieron ‒comentó, sus ojos casi lagrimeando ‒. Los Momoyes les han dado una lección, es eso. Ensuciaste su agua, su tierra, y te han devuelto tu basura ‒explicó ante la cara confundida de los presentes.
‒ ¿Momo…qué?
‒Momoyes ‒repitió la guía ‒. Son criaturas de por aquí. A veces hacen bromas, pero se molestan si ensucian sus aguas y tierras, y te devuelve tu basura ‒caminó hasta el muchacho que en la cabeza ya se le formaban un chichón, recogió la bolsa y se la tendió después de sacarle las piedras ‒. Los locales que les rinden ofrendas para pedir favores para sus cosechas o la lluvia. Son traviesos, no malvados, pero se insultan fácilmente si se les ignora ‒concluyó la guía.
‒Son solo cuentos ‒farfulló el muchacho guardando su basura en el bolso.
La guía se encogió de hombros con una leve sonrisa, mientras que María Clementina intervino:
‒Igual no estás obligado a creer o no.
El profesor aplaudió llamando la atención de todos y dijo:
‒Muy bien, muchachos, vámonos ya que debemos volver al pueblo Valle Grande de inmediato.
María Clementina se quedó rezagada mirando el riachuelo, curiosa, no es que creyese en esa criatura de fantasía, pero admite que fue extraño. ¿Quién le habrá lanzado la bolsa a su compañero? Mario y Dirimo no fueron, lo negaron rotundamente, ambos se encontraban muy lejos para cuando ocurrió.
La muchacha estuvo a punto de irse hasta que notó un pequeño sombrero de cogollo del tamaño de un accesorio de juguete en una piedra. Ella iba a recogerlo cuando un hombrecillo salió de la nada y tomó el sobrero, se lo colocó y la miró antes de arrojarle agua a la cara.
María Clementina gritó una vez se recuperó de la sorpresa inicial. Tuvo que decir que se encontró con una culebra cuando el profesor fue a verificar que estuviera bien. Si decía la verdad, se burlaran de ella y prefería fingir que nunca vio nada.
Detrás de una gran piedra el pequeño duende reía tanto que su pequeño cuerpo tuvo pequeños espasmos. Siguió a los turistas hasta que salieron de sus tierras, no sin antes esconderles varias cosas, moverlas de lugar o lanzar una lata a otro estudiante que osaba ensuciar su preciada tierra.