Los rayos del sol de la segunda parte en que se divide el día, se reflejaban en unos ojos grisáceos a través del gran ventanal que adornada un salón de clases. Aquellos ojos le pertenecían a una chica quien se había deleitado con aquel astro que se encargaba de brindar luz. Prefería hacer eso a escuchar la monótona voz de su maestro de historia, quien respondía la duda de una compañera. Y la verdad ni siquiera había atendido a la pregunta por lo que no tenia sentido prestar atención.
Sus ojos pasaron del sol, al reloj colocado encima del pizarrón en blanco. Faltaban pocos minutos para las cuatro que era la hora en que terminaban las clases. Aun con su mentón sostenido por la palma de su mano izquierda, decidió trazar un garabato en su cuaderno a fin de perder el tiempo. Cuando el timbre sonó, el dibujo había sido terminado. Miró satisfecha al principito y la rosa, quienes decoraban ahora una hoja de su libreta, antes de ser guardados en su mochila y salir del salón.
Aceleraba su caminar ya que no solo era viernes por la tarde, sino que seria el último en que fuera a la escuela debido a que en la semana próxima habrán entrado las deseadas vacaciones de verano. Ansiaba que llegaran, pues se había prometido pasarlas en la biblioteca del pueblo escudriñando los diferentes libros que había en ella. Se había propuesto leer al menos diez de ellos y como le gustaban los retos, estaba casi segura de que podría conseguir cumplir su objetivo.
— ¡Amelie!
Sus apresurados pasos fueron detenidos por el llamado de una conocida voz. La mencionada giró su cabeza para encontrarse con los ojos café de un chico. De inmediato arrugó la nariz en señal de estar un poco enojada.
— Pensé haberte dicho que debías buscar los utensilios de limpieza— le regañó al ver al castaño sin nada en las manos.
— Si lo hice, lo que pasa es que como no tomó tanto tiempo, fui al salón de maestros para comentarle a Ms. Camile acerca de las actividades que hará el club para las vacaciones— se defendió aquel chico mientras rascaba su mejilla.
— Vaya... Tenemos un vice presidente eficiente. — Bromeó al proseguir con su caminar. El joven le siguió los pasos y encogió los hombros.
Agradece que Mrs. Belmont no decidió que corriéramos diez veces alrededor del patio.
La chica rio por lo bajo ante el comentario. Es que le sorprende que su maestro de educación física les exige hasta que no pueden continuar ejercitándose mientras que el señor es todo lo opuesto de alguien en buena forma, ¡Que ironía!
—¿Y que ha dicho Ms. Camile?
—Pues… aún no tiene muy seguro de si venir en vacaciones a la escuela. Me comentó que podría viajar a Paris, por lo que quizás no habrá actividades extras.
Amelie guardó silencio ante las noticias para así aparentar su pesar, pero en el fondo no quería actividades extras. Lo único en lo que estaba interesada era en leer todo el verano sin interrupciones. Aunque pensando bien, la tarea del club podría ser asignar tres libros por integrante para que así lo leyera en las vacaciones, cuando volvieran cada uno traería un resumen con el objetivo de que los que no leyeron esos libros pudieran saber de qué trataban.
Hay otras formas sin necesidad de tener que venir a la escuela. El fin de semana pensare en algunas ideas y se las daré de propuesta el lunes a Ms. Camile.
De acuerdo. Tratare también de pensar en algo.
Amelie asintió en aprobación y ambos jóvenes guardaron silencio en el resto del trayecto. Tras caminar por el largo pasillo donde se encontraban todos los clubes de la escuela, llegaron hasta el último que tenía un letrero en la puerta blanca que decía en letras negras: Club de Lectura. Amelie abrió la entrada y de inmediato una pelirroja, integrante del club, le entregó en sus manos un trozo de tela.
—Presidente, no hay tiempo que perder— al chico le pasó un trapeador— Dean, te toca la parte mas fuerte—rio mientras se alejaba a limpiar el pizarrón.
—¡Dentro del club no soy Dean, soy el vicepresidente! — le corrigió enojado al acercarse a la chica.
Como era el último viernes de clases ya que la próxima semana solo sería hasta el miércoles, todos los integrantes de los diferentes clubes debían asegurarse de que sus respectivos salones quedaran limpios, por lo que esa tarde, las cubetas de agua, los trapeadores y barrederas eran los objetos más solicitados. Todos los salones debían quedar impecables.
La presidente no perdió tiempo e inició la tarea que se le fue asignada. Todos con cuidado empezaron a dejar perfecto el salón. No fue tan complicado ya que dentro sólo había una mesa de madera con varios butacones del mismo material, una pizarra verde colocada en la pared que daba frente a la puerta, utilizada para escribir informaciones relevantes, cuatro estanterías blancas repletas de libros que fueron analizados con el paso del tiempo, colocadas en cada pared, algunas cajas apiladas en el fondo y tres letreros de reglas lingüísticas colocados en la pared donde se encontraba la puerta.
Mientras Amelie removía el polvo de algunos objetos, los demás integrantes, que eran siete incluyéndola a ella y a Dean, se encargaban de organizar los libros por orden alfabético, otros limpiaban el gran ventanal que estaba en la pared izquierda si se observaba desde la puerta, sacaban la basura y Dean, quien no podía aun trapear, se encargó de ir a la sala de maestros para solicitar nuevos ficheros de varias frases de algunos libros que habían sido leídos en el club.
En el momento en que la pelinegra se acercó al estante que estaba más alejado, el cual ya había sido organizado por las chicas, se decidió a sacar el polvo que estaba debajo del mismo, como lo había hecho con los anteriores. Cuando se inclinó, descubrió algo que no había notado antes en esos dos años que había estado en el club. Aun sin poder creer lo que veía, escondió un poco su expresión y decidió prestar más atención a lo visto. Pasó su mano por encima de ese suelo y confirmó lo que se negaba creer: Había una especie de cerradura en el suelo.
Editado: 03.06.2019