No dejó que la alarma fuera la razón de que abriera sus ojos. Amelie se había despertado una hora antes de lo normal ¿Razón? La ansiedad se había apoderado completamente de ella. Sin dejar que su cuerpo se despertara del todo, tomó asiento en su cama decorada con una manta rosa pastel, y decidió mirar a través de la ventana que había en su habitación, la cual se encontraba entre dos columnas, buscando a su amigo el sol, quien aún no había despertado. Sonrió al recordar que esa mañana era el primer lunes en su vida que esperaba llegara.
Sin pensarlo, se puso de pie, y evitando despertar a sus padres, abrió la puerta de su recamara y se dirigió al baño que estaba justo al frente. Antes de entrar a ducharse, miró por las escaleras que doblaban hacia la derecha y seguían a un tercer piso. Confirmó no haber despertado a sus padres, porque no se distinguía alguna luz que proviniera de su habitación. Agradecía que el departamento en que vivían fuera de esa forma, o más bien, la habitación del hotel. Resultaba que en realidad su casa era un tanto peculiar. Sus padres, amantes de la zona antigua de la ciudad donde viven, le propusieron al gerente del hotel donde residen, dejarles vivir allí como si fuera un departamento, eso sí, pagándole mensual una cantidad aproximada de lo que un turista pagaría por ese periodo de tiempo.
El gerente, quien se había hecho buen amigo de su padre, aceptó tras las severas insistencias del mismo, y allí estaban: Una habitación de tres niveles, donde en el segundo, que era el lugar en que dormía Amelie, no solía tener una pared, sino que tenía un barandal para formar un pequeño pasillo. Con el tiempo, sus padres, con la autorización de su amigo, colocaron una, para que así su hija pudiera tener la privacidad de todo adolescente. Amelie en verdad le gustaba su hogar, y aunque el primer nivel no era lo suficientemente grande para que cada división de la casa estuviera establecida, no le tomaba importancia y agradecía que a sus padres se le hubiese ocurrido la brillante idea de pedir vivir allí, porque en realidad, amaba esa pequeña parte de Annecy que era conocida como la pequeña Venecia. Y aunque nunca había visitado Venecia, con las imágenes que había visto en los libros, podía afirmar que su pueblo quería parecerse a esa ciudad, ya que ambos lugares eran recorridos por hermosos canales.
Tras una corta ducha, la chica nuevamente se encontraba en su lugar privado, como todo adolescente debería tener, usando su albornoz rosa. Tomó de su armario unos jeans desgastados un poco holgados, una remera manga larga púrpura y para los pies unos zapatos cafés. Se observó en su pequeño espejo e intentó agarrar su corta melena en una media coleta. No quedó tan bien, pero al menos no parecía una vagabunda, por lo que lo dejó así. Ya estaba lista y aun su alarma había sonado, asi que decidió tomar asiento en su pequeño escritorio de madera localizado frente a la ventana. Nuevamente observó a través de ella y esta vez su amigo ya se había despertado. Esbozó una media sonrisa cuando lo vio.
—Así que por fin has decidido levantarte— murmuró como si esperara una respuesta. Buscó entre sus pertenencias hasta encontrar la página donde estaba el dibujo que había hecho el viernes. Apreció al Principito y la rosa. El dibujo no estaba tan bien diseñado, pero al menos se distinguían quienes eran. Tomó un bolígrafo del bote de lápices que estaba en la mesa y escribió al lado de su dibujo una frase que le había gustado de la lectura que había hecho en el fin de semana.
—Lo esencial es invisible a los ojos— recitó mientras escribía y apreciaba por unos segundos aquella frase, estando de acuerdo en lo que decía. La había analizado con total seriedad y descubrió que lo importante no era la apariencia, sino que lo que está dentro del corazón de alguien es lo que de verdad es esencial. Los ojos pueden engañarnos, el corazón no.
Decidió mirar hacia abajo a través de la ventana y apreció la ruta del canal que cruzaba por allí hasta que su alarma por fin se decidiera sonar, justo a las siete en punto. Cuando lo hizo, de inmediato bajó las escaleras, entró a la pequeña cocina, sacó una baguette del armario y se preparó una taza de café. Volvió al lugar donde la sala y el comedor estaban juntos y tomó asiento en la mesa que llevaba cuatro sillas de cuero negro, encendió la tele que estaba en esa pared y se dispuso a ver a la chica del clima.
Tras unos minutos, sintió pasos. Miró hacia las escaleras y encontró a su madre vestida lista para ir a trabajar bajando.
—¿Tienes examen hoy, Amelie? — preguntó al instante de ver a su hija tan temprano despierta. La pelinegra apagó la tele para prestarle atención a su madre.
—No… Solo que tengo una exposición esta tarde y pues me he puesto nerviosa— mintió. No podía hablar de su secreto, pues ni siquiera sabía que había detrás de aquella puerta.
—Entiendo. Espero todo salga bien.
La chica sonrió mientras le daba un mordisco a la baguette. Aun con ella en la boca, se puso de pie y subió las escaleras para buscar su mochila. Cuando bajó de nuevo, su madre tomaba una taza de café y comía un croissant. Volvió a tomar asiento y tras quince minutos, dio las siete y media, por lo que decidió irse, ya que llegaba a pie.
—Hablamos mas tarde mamá, saluda a papá de mi parte cuando despierte.
Tras darle un beso a su madre en la mejilla, salió del departamento. Bajó las escaleras, cruzo por la recepción saludando a la chica que se encargaba de recibir a los clientes hasta llegar a lo que seria el estacionamiento del hotel. En realidad, el hotel se encontraba alrededor formando un semi cirulo donde en el centro se parqueaban los vehículos. Frente a la entrada estaba la peluquería Coiffure Maddys, del lado derecho siguiendo desde la perspectiva de la entrada estaba el restaurante del hotel. En ocasiones lo visitaba, pero como resultaba mas costoso, era inusual que ella entrara.
Editado: 03.06.2019