Libérame

Capítulo 22

 


—Abraham Miller es una figura emblemática dentro de nuestra raza, sin sus razonamientos nuestra vida habría sido caos. No importa que sea un lobo, debe recordarse a través de las ordenanzas aquí descritas, debe tenerse en la memoria como un cambiante noble, y sobre todo, justo.

Declaración de la Sociedad de Clanes. Prefacio. (Reimpresión 14 de Marzo 2445)


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Jeanine despertó sobresaltada por los fuertes golpes de la puerta, con un medio bostezo, y forzándose a activar cada parte de su cuerpo, tomó una bata colocándosela mientras bajaba las escaleras.

— ¡Ya va! —Exclamó para acallar los insistentes golpes.

Se acomodó el desastre que era su cabello de plata y abrió la puerta.

—Jessie.

—Diablos, te ves terrible.

Jeanine frunció el ceño, no había podido dormir bien, apenas tuvo un ligero descanso de un par de horas, quizá tres, la noche se le escurrió lenta mientras rogaba que Derek regresara de su misión con vida.

—Lo sé, no es necesario que me lo digas —suspiró—. Te ves desesperada, ¿pasa algo?

Jessie sacudió la cabeza.

—Hay un revuelo en el Centro, Jasper dice que Derek llegó con dos desconocidos que se veían mal y está encerrado con ellos y Madeleine desde hace una hora en su oficina.

Su loba se movió agitada en el interior, Jeanine sentía el apremiante impulso de comprobar el estado del alfa. Cruzando a medias la entrada, echó un vistazo alrededor, luego le hizo un ademán a Jessie.

—Entra, me alistaré e iremos.

Jessie cerró la puerta tras de sí.

— ¿Qué está pasando?

Jeanine se fue por las escaleras, pero la mujer le siguió hasta su habitación. Jessie no le dejaría hasta obtener respuestas, la paciencia era virtud de los instructores, pero si se la combinaba con la tenacidad característica de los Beta, nadie estaba a salvo.

Llegando hasta una de las mesas de noche, Jeanine sacó del cajón una de sus ligas negras, ordenando su desprolijo cabello en una coleta alta miró a Jessie.

— ¿Puedes guardar un secreto?

Jessie asintió.

—Madeleine no es la única hija que Brad tuvo fuera del clan.

Jessie abrió los ojos con asombro, el color almendrado se expandió.

— ¿Dices que hay más? ¿Cuántos?

Fue hacia el armario y tomó un pantalón de cargo negro, zapatillas deportivas rojas y un suéter color crema.

—Dos más, hombres —respondió comenzando a vestirse—. Según Derek se llaman Chandler y Arejay.

Jeanine se contorneó para acomodarse el suéter. Jessie quedó en silencio.

—Creí que bromeaba —murmuró, su expresión se veía confundida, el corto cabello teñido de negro hacía su rostro más agudo.

— ¿Quién?

—Derek —Jessie regresó a ella—. Cuando nos llevó a esa junta con los dos gatos traficantes de armas, dijo que las usaría para liberar a sus hermanos. —Frunció el ceño—. No creímos que fuera verdad.

Había tanto que ella no sabía...

—Chandler y Arejay fueron prisioneros Dawn Edge, tomados cuando ese clan perdió una disputa territorial con otro clan de pumas llamado Black Riot.

Las piezas fueron cayendo, y Jessie comenzó a encajarlas en su lugar.

—Por eso les dio las armas a los Dark Spines, para que le ayudaran en una incursión.

Jeanine asintió, dirigiéndose al baño.

— ¿Quién más lo sabe?

—Solo los que fueron a ayudarle, además de nosotras.

Tras cepillarse los dientes y lavarse el rostro con agua fría, Jeanine se fijó en la hora, diez con veinte minutos, su horario habitual empezaba a las nueve.

—Andando.

Había cierta calma en el aire que le erizó la piel apenas salieron, el cielo nublado se fracturó en baches pequeños por la intromisión de las altas ramas de los árboles. El terreno húmedo, la escarcha apenas derritiéndose, y el aire prometía nieve muy cerca.

— ¿Quiénes están?

—Veinte curiosos más el personal de cocina, Elliot y Logan.

— ¿Y el Consejo de Ancianos?

Jessie movió los hombros.

—No han hecho acto de presencia todavía.

Al ingresar al Centro, sus pulmones se llenaron de aromas difusos, centrándose, dirigió su mirada a donde estaban cerca se veinticinco lobos en un acalorado debate sobre si debían intervenir o no en esa extraña reunión que Derek estaba llevando a cabo. En su interior maldijo lo directo que estaba siendo el alfa, de ser ella habría escogido otro lugar donde juntarse a hacer..., lo que fuera que estuviera haciendo con su familia de sangre reunida.

—Oh, gracias al cielo estás aquí —Logan dijo, se acercó para tomarle por los hombros y dirigirla, casi arrastrándole, al centro de la multitud—. Diles, Jeannie, diles que están exagerando demasiado y no deberíamos estar malgastando el tiempo en algo absurdo.

Las voces se elevaron, eran muchas, y cada una exigía la atención sonando al mismo tiempo, la tensión y todo el ruido confundían a su animal hasta el punto de volverlo agresivo.

— ¡Silencio, lobos!

Del barullo a la calma, todos se detuvieron. Jeanine divisó a Elliot entre el montón.

—Eso está mejor, ahora... ¿Por qué tanto escándalo?

Cuando parecía que iban a descontrolarse, Jeanine alzó las manos.

—Uno a la vez —ordenó, de inmediato buscó a Elliot—. ¿Por qué están así?

—Hay dos extraños que parecen vagabundos con Derek allá adentro. —Con un movimiento de cabeza apuntó hacia la oficina principal—. Ah, y la chica esa... Madeleine, también está con ellos.

Jeanine se forzó a mostrarse sorprendida, y un poco indiferente.

— ¿Y por eso arman lío? —Cuestionó para aliviar un poco de la tensión en el ambiente.

—Derek ha estado trayendo muchos desconocidos al clan —replicó en tono acerado un guardián—. Esto ya parece un albergue de acogida.

Varios apoyaron sus palabras.

—A ver..., Madeleine es hija de Brad Miller...

— ¡No es verdad! —Gruñó un rastreador.

Jeanine lo miró fijo, un par de ojos dorados se desviaron más allá de ella.




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