—La esperanza nos mantendrá unidos.
Proclamación de libertad cambiante, 15 de septiembre de 2115.
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Derek colocó el dinero en su correspondiente sitio, dejando todos los billetes ordenados según el valor, recogió un par de monedas como vuelto y cerró la caja registradora.
—Su vuelto, señorita.
La joven que había comprado artículos al azar sonrió y se le quedó mirando fijo, Derek ya sabía por qué pero era mejor para su estabilidad emocional ignorar el tema de que el número de clientes femeninos había aumentado considerablemente desde que lo contrataron como cajero del nuevo supermercado.
Llegó a pensar que la gente era demasiado superficial, pues un día sus facciones caerían bajo el yugo de la vejez, aunque lo más probable era que no llegara a viejo.
—Gracias —la joven morena recogió las monedas pasando los dedos intencionalmente por su mano.
—A usted, tenga un buen día.
Derek miró la fila, y luego el reloj, cinco minutos más y su turno estaba terminado.
—Siguiente.
Tras finalizar otra jornada de trabajo, Derek dejó el uniforme negro y rojo en el casillero del vestidor para empleados. Tomó su chaqueta de abrigo azul oscuro y su mochila, salió comiendo una barra de chocolate, nueces y maní, tarareando una vieja canción hacia el estacionamiento de bicicletas. Liberó la suya del candado que guardaba la unión de la cadena de hierro y luego guardó ambas cosas en la mochila.
La tarde era fría, nublada por una débil capa gris que dejaba traspasar mucha luz del sol. El pueblo era tranquilo, perfecto para un retiro. Nadie se percató del nuevo individuo que se asentó en la zona más alejada, y eso estaba bien, Derek no quería llamar la atención, solo vivir en paz.
Sin embargo, este día no sería normal. Para empezar, mientras se acercaba pedaleando en la bajada hacia la periferia del pueblo, comenzó a notar un fuerte olor a madreselva que le hizo acelerar el pulso. El lobo se desperezó en su mente y acudió a analizar ese extraño olor que le recordaba a una persona muy especial. Luego, al llegar a la pequeña casa que Sean Wells le consiguió, dejó la bicicleta tirada cuando vio las cortinas corridas. Él las cerró por la mañana, había un intruso en su hogar.
Derek se preparó, caminando en absoluto silencio extendió sus garras, tomó la perilla, ese olor se hizo más potente, estaba mezclado con una esencia terrenal confundiendo sus sentidos que gritaban que adentro podía estar ella..., o un intruso no deseado. Abrió la puerta, el aliento se le quedó atascado en el fondo de la garganta, de pronto el suelo se volvió inestable y el calor tomó dominio de su cuerpo entero. Extrañaba la manera en que su corazón daba vuelcos desenfrenados en su pecho cada vez que veía esa cabellera plateada.
— ¿Je..., Je..., Jeanine?
Santa madre del cielo, estaba completamente indefenso, como un lobato adolescente que ve a una hermosa mujer por primera vez. Pero la sorpresa era tal que no tenía palabras para expresar la enorme dicha que le inundó cuando ella volteó a verlo desde la silla en la que estaba, y luego le sonrió.
Tal vez Derek se había caído en la bicicleta y esto no era más que un sueño provocado por la inconsciencia.
—Eres difícil de encontrar.
Su voz se escuchaba real... Derek cerró el puño derecho y las garras le pincharon dolorosamente, el lobo aulló, esto era real, Jeanine estaba con él.
— ¿Qué haces aquí?
Al parecer, su mente quería una cosa que era distinta a lo que anhelaba su cuerpo y corazón. No estaban bien sincronizados.
Además, Derek creyó que ella se quedaría en el clan y estaría a disposición del nuevo alfa. Una idea que al lobo le parecía bastante absurda y loca dado que ambos sabían que la lealtad de Jeanine, una vez que la otorgaba, no la quitaba jamás.
Sus labios temblaron mientras parecía absorberlo con esos ojos oscuros, tan malditamente hermosos, Jeanine se puso de pie y con extraña timidez tan rara en ella, avanzó lentamente hasta cerrar por completo la distancia y...
Abrazarlo.
Las emociones se enredaron alrededor como fuertes lianas que los estrechaban a ambos en el contacto, Jeanine hundió la mejilla en el pecho de Derek y él se sintió vivo otra vez, contuvo las lágrimas, había imaginado esto tantas veces, había recreado momentos durante demasiado tiempo que ahora que lo tenía en sus manos dudaba si fuera real...
—Quería cerciorarme de que estuvieras vivo —su voz sonó ahogada por las emociones que fluían de su cuerpo, preocupación y miedo, pero también mucho alivio.
No pudo contener la tonta sonrisa por mucho tiempo.
—Bueno, aquí me tienes.
Jeanine levantó la mirada, podía ver a la loba moverse, sentirla. Una suave sonrisa débil se dibujó en su rostro.
—Me alegra saberlo —dijo, le fascinaba que ella nunca se amedrentara por el contacto visual, le hacía sentir como si ella fuera capaz de ver cada cosa en su interior, su alma—. He visto que trabajas en un supermercado y usas esos lentes... —Rió bajo, estrechando su mirada—. Tus ojos son ámbar, no azules.
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Editado: 18.08.2019