—El problema entre humanos y cambiantes reside en que los primeros han perdido el vínculo con la naturaleza hasta tal punto de que se perciben por encima y por fuera de ella, mientras que los segundos están tan aferrados a sus instintos naturales que se ciegan y se vuelven propensos a ideologías extremistas.
Charles J. Wick, en la famosa tesis sobre la gran grieta. Mayo, 3, 2437.
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Alguien había sentido piedad, o había decidido redimirse, sea cual fuere el motivo, Jeanine agradeció la llave que le arrojaron en un movimiento casi silencioso, inadvertido.
Ver a Derek enfrentarse con coraje a otro adversario en condiciones desiguales le hizo temblar el cuerpo, cada parte de su loba pedía a gritos liberarse para ayudarlo, sin embargo Seth le dijo que esperara el momento adecuado, pues ambos sabían que las posibilidades de salir con vida eran minúsculas.
Ahora, transformada en el fuerte animal, ella sentía la vibración del lobo en su pelaje, los latidos acelerados, la sangre corriendo, ella se apegaba a su cuerpo quedándose por debajo de su cabeza, resguardando la garganta, protegiéndole. Volvieron a ser alfa y lugarteniente, ambos sincronizados para atacar y matar, la adrenalina le corría por las venas y la necesidad de alejarlo del peligro clamaba saltarle encima a Marcell.
Ni siquiera se dio cuenta que Seth le estaba amenazando con un arma y que era por eso que el lobo blanco se detuvo unos segundos. Un frágil momento y ella se sintió orgullosa del rastreador, al final, Seth había superado su miedo a las armas. No era momento para felicitar su acto de valentía, pues ahora veinte lobos franceses le apuntaban con sus armas, mientras que él le amenazaba a Marcell.
Más allá, el territorio de convirtió en un campo de guerra.
— ¡Baja el arma! —Vociferó un guarda.
Un gruñido estridente retumbó en su pecho.
— ¡Moriremos de todas formas!
Derek reaccionó, su cuerpo se movió fluido en el aire, Jeanine le siguió, el olor de la sangre ascendió, gruñidos y mordidas, quejidos rabiosos, el tibio líquido acompañó el sabor metálico que despertaba sus instintos primarios, lucha y defensa, la loba quería sangre.
Pero el disparo... El disparo le congeló el cuerpo... Pelaje blanco se vio manchado por un color espeso, rojizo como el cobre, la bala rozó el omóplato de Marcell, debilitándole, más no pudo derribarlo al suelo, seguía mordiendo cruelmente la espalda de Derek mientras recibía una profunda dentellada en la herida.
— ¡A la mierda el honor! —Exclamó furioso uno de los guardas—. ¡Mátenlos de una vez!
Seth se movió, ágil y rápido entre disparos que pretendían alcanzarle, se cubrió entre los árboles llevándose consigo la atención de la mayoría de los guardas. Astuto, la lógica era simple, si uno solo de ellos lograba sobrevivir, probaría todas las irregularidades y delitos de los Blue Storm, no podían dejarlo ir, y entonces, Seth Meyer, gran y poderoso líder de rastreadores, valientemente se convirtió en la presa.
Un aullido, Jeanine rasgó la tierra y cuando un nuevo giro le propició un espacio, ella saltó al lomo de Marcell, le agarró una oreja y comenzó a sacudirle, el lobo blanco trató de levantarse en el aire para derribarla, Derek vio su oportunidad, hundió los colmillos en su vientre, Marcell se quejó, un lamento cortado en el aire, resopló, se estaba volviendo lento.
Derek retrocedió. Permaneció imperturbable ante el estremecedor sonido del helicóptero que sobrevoló el área, obligando a los guardas a cubrirse para evitar ser alcanzados por los francotiradores.
— ¡Ríndete Marcell! —Exigió Sean Wells a través de un altavoz—. ¡El puritanismo jamás echará raíces en estos territorios!
Marcell chasqueó los dientes, cada vez salía más sangre de la herida, furioso dio un giro violento, Jeanine perdió el agarre y rodó sobre la tierra, intentó ponerse de pie pero fue demasiado lenta, el golpe le había aturdido, más el lobo que se le puso encima estaba dispuesto a matarla, y podía, porque le había acorralado, no tenía salidas.
El cuerpo de un hombre desnudo le saltó encima, sin contemplación alguna Derek atravesó el costado de Marcell con sus garras, una y otra vez, gemidos dolorosos salieron de la garganta del lobo blanco, más sangre tiñó su pelaje mientras le desgarraba con furia, debilitado trastabilló, con el último remanente de fuerzas Derek le empujó hasta el arroyo en donde, finalmente, cayó. El borboteo fue un sonido escalofriante, el mal llamado Pródigo terminó ahogado en sus aguas.
Derek cayó de rodillas, agotado, todo su cuerpo le temblaba y cuando sus miradas se encontraron, percibió su calma en la suave miel que se desvaneció al cerrar sus ojos.
—Jeannie... —Dijo, y se desplomó.
Jeanine se apresuró a cubrirle, desesperada, su corazón hundiéndose ante la posibilidad de perderle, comenzó a buscar signos vitales. Respiraba, pero a un nivel muy bajo que despertó todas sus alarmas, ella miró alrededor, a lo lejos los disparos continuaban y no había signos de médicos, Dashiell y sus ayudantes no estaban para socorrerlos. Angustiada, elevó su cabeza al cielo y aulló, no sabía si alguien de los que luchaban a su favor podría comprenderle, su canto era de dolor, de angustia, un desesperado pedido de auxilio porque Derek..., su Derek..., se desvanecía frente a ella.
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Editado: 18.08.2019