Libertad

Capítulo 2. La llegada del monje

Más de cuarenta jóvenes de entre veinte y treinta años de edad bailaban desaforados música rock en la pequeña sala de una modesta casa, cuyo espacio lucía insuficiente para tanta gente. Camilo, eufórico y ebrio, bailaba con una chica, la cual le quitaba las inquietas manos de sus glúteos de vez en vez. Había un cartel colgando en una pared en la que se leía la frase: “Feliz Cumpleaños Camilo”. El olor a alcohol y humo de cigarrillo era intenso, y densa la fumarada que lo provocaba.

Kristel y Nancy se mantenían en un rincón conversando, cada una con un par de tragos en sus manos. A pesar del ambiente festivo, se sentían apesadumbradas; presentes físicamente en la fiesta, pero ausentes en mente y corazón. Ellas en realidad no estaban allí para hundirse en el abismo de la celebración descontrolada, sino por dos motivos especiales que tenían nombres de hombre.

—Nancy, extraño tanto a mi familia. En los cumpleaños siempre estábamos todos juntos. Qué triste para uno, irse a estudiar a otra ciudad lejos de la familia, por buscar mejores oportunidades. Tenemos ya años en esta ciudad y aún no me acostumbro… —comentó Kristel torciendo su boca, mientras el recuerdo de su familia le estrujaba el corazón y la hacía suspirar.

—También extraño a mi familia, Kristel, pero ánimo. Esto nos forma carácter y en un futuro nos será útil. ¿Acaso no vamos a ser presidenta y vicepresidenta de Caribea algún día?  Disfrutemos la fiesta. Espero el profesor Ariel venga. ¿Cómo le habrá ido en la Asamblea Nacional esta tarde?

—Presidenta y vicepresidenta. ¿Te imaginas? —preguntó Kristel sonriendo con sus ojos entornados, viéndose por un momento con la banda presidencial colgada de su hombro—. No solo te gusta el profesor Ariel, te mueres por él, ¿cierto? Pero él es muy recto para involucrarse con una alumna —bromeó guiñándole el ojo.

—Bueno siento que… él me causa ilusión. Y tú te mueres por Roberto —respondió Nancy con un leve rubor en sus mejillas y un brillo especial en sus ojos.

Siempre que Kristel oía el nombre de Roberto sentía un efecto estremecedor, similar al que Nancy experimentaba cuando le mencionaban el nombre de Ariel.

Todos escucharon el timbre de la puerta y éste generó un sobresalto en Nancy, cuyo gesto de alegría delataba sus sentimientos.

—Kristel, espero sea el profesor —dijo emocionada apretando el brazo de su amiga.

Desde el rincón, Kristel y Nancy vieron a Victoria, la chica con la que Camilo bailaba, abrir la puerta. Por ella entró Roberto Carrizales un joven moreno, delgado, alto y de gesto muy serio, vistiendo casual. Saludó con un beso en la mejilla a Victoria y luego caminó hasta Camilo, abriéndose paso entre la muchedumbre. Ambos se abrazaron con palmadas y estrecharon sus manos. Roberto se percató que era observado desde la distancia por Kristel y Nancy, y caminó hacia ellas.

—Hola chicas. Nancy, ¿feliz? Supe que el profesor Ariel viene —dijo saludándolas a ambas con beso en la mejilla y guiñándole el ojo a Nancy de forma jocosa.

—¡Oh por Dios! ¿Acaso ya toda la universidad lo sabe? —respondió la chica ruborizada con una leve sonrisa de vergüenza, iniciando la risa de todos, incluso de ella misma.

 Franco se les acercó con un vaso en una mano y un libro en otro. Era un joven delgado de veintidós años.

—“El conocimiento absoluto” —leyó Roberto el título del libro de Franco con una mueca de desconcierto —. Vaya título, Franco. ¿Qué haces con eso en una fiesta?

—Bueno ya sabes que…soy un ambicioso intelectual —respondió blandiendo al libro como una espada.

—Roberto, no te vi hoy en la clase del profesor Ariel, y te ves tan cansado. ¿Es tan duro ser presidente del Centro de Estudiantes cómo parece? —preguntó Kristel luego de tomar un sorbo de su trago, sin dejar de mirar a Roberto a los ojos.

—Sí. Estoy agotado —respondió resoplando—. Vine por cumplir. Solo esta tarde estuve en tres reuniones…

—Pero Camilo es el vicepresidente, debes delegar funciones en él. No todos los asuntos pueden depender de ti, ni todas las personas —replicó Kristel.

Camilo irrumpió en la conversación tropezando a Franco y haciendo que éste derramara un poco su bebida. El cumpleañero lucía agitado, sudoroso y bastante ebrio.

—¡Menos hablar y más bailar! —exclamó jadeando, con la lengua muy engolada, para luego llevarse de un brazo a Nancy.

Roberto, Franco y Kristel rieron de aquel espectáculo y siguieron hablando.




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