Libertad

Capítulo 3. Batalla en las calles

Llegó el domingo, día para celebrarse la segunda misa de adoración a Rasputín. La primera había sido un éxito; con ella Arlex sacó del medio al diputado Ariel por considerarlo un enemigo peligroso. Además, logró frenar la designación de nuevos jueces en la Corte Suprema de Justicia, los cuales, de haber sido nombrados en el cargo y siendo de seguro aliados de los políticos opositores a su gobierno, hubiesen tratado de destituirlo.

El servicio religioso era llevado a cabo en un recinto rectangular de veinte metros de largo por diez metros de ancho. Había bancas a cada lado de un largo pasillo central, y al fondo un altar con la tabla de Rasputín. El sitio hacia recordar a una clásica iglesia católica, pero con un pavoroso ambiente oscuro carente de iluminación eléctrica y alumbrada, en su lugar, por un centenar de velas encendidas frente a la tabla, que generaban sombras alargadas. Se trataba de una capilla secreta habilitada en unos sótanos subterráneos ocultos bajo el Palacio de Gobierno de Caribea. La extensión de los sótanos secretos era enorme, con infinidad de recámaras, calabozos y pasillos. Arlex los había hecho construir apenas ganó la presidencia, como si lo hubiese planeado desde hacía mucho tiempo. Los constructores trabajaron día y noche y fueron concluidos los trabajos en solo dos años y medio. Estos trabajadores fueron sumados al equipo de gobierno de Arlex para así vigilarlos y evitar que divulgaran el secreto de los sótanos, aunque a veces alguno de ellos desaparecía sin dejar rastro.

Los aliados de alta confianza de Arlex se sentaron en las bancas del lado izquierdo del pasillo central, todos miembros del Partido Socialista Revolucionario, tanto ministros de gabinete, como diputados de la Asamblea Nacional. Fueron pocos los que se atrevieron a ocupar la primera fila: el ministro de Defensa, Jorge Lucas, lo hizo presionado por su trayectoria militar que hacía a todos esperar tal actitud valiente de su parte, aunque hubiese querido estar unas filas atrás; Raymundo, por exigencia de Arlex, pues sus conocimientos en actividad mental podían ser útiles ante cualquier eventualidad; el fiscal general, Daniel Andara, por decisión propia, pues solo creería en todo aquello, si lograba ver una señal milagrosa y allí podría observar mejor; la primera dama, María Laura, lo hizo por lealtad a su esposo, y se mantuvo pasando en su mano las cuentas de un rosario.

Al diputado Israel Gámez le habría gustado sentarse junto a la primera dama, para oler su exquisito perfume y ver de cerca sus expresivos ojos verdes, pero Daniel Andara le ganó el puesto y tuvo que sentarse junto al ministro de finanzas, Calixto Gil, y resignarse a su tufo de alcohol. Detrás de ellos, la diputada Irania Perdomo le comentó a su esposo el ministro de alimentación, Oscar Valdez, sus dudas sobre la efectividad del culto para controlar la mente humana. El diputado Albano Carvajal desde su asiento los oyó, y con indignación los conminó a definir su fe en Arlex o serían considerados traidores. El canciller Nicodemo Méndez, sentado junto a Albano, le recordó la úlcera que padecía por estrés y le pidió calma. El ministro de Economía, Fernando Ramírez y la diputada Celia Ramos, nerviosos, se sentaron en la última fila cerca a la salida por precaución, pensando que algo podía salir mal al rendir culto a lo que consideraban un alma en pena. El resto de diputados y ministros se ubicó en las filas centrales.

Aunque todos ellos estaban comprendidos en un rango de edades de entre 45 y 65 años, en aquel momento lucían como niños asustados unos, y como niños asustados fingiendo valentía, otros. El joven ministro de Interior, Tiberio Haitán de 29 años de edad, también se encontraba allí, sentado junto a Tulio Borjas, el hijo de Arlex y María Laura, un treintañero que fungía como jefe de seguridad del Palacio de Gobierno.

Al lado derecho del pasillo se sentó la comitiva de Dimitri compuesta de diez militares rusos y Mijaíl. Todos vestían hábitos negros de monje y se mantenían expectantes, murmurando en hilos de voz que generaban en conjunto una notable reverberación en todo el lugar. Aún quedaba por lo menos la mitad de las bancas sin ocupar.

Dimitri y Arlex abrieron la puerta rechinante de par en par y entraron. Caminaron en medio del pasillo central con paso solemne hasta detenerse frente al presbiterio. Arlex subió sus tres escalones y se situó detrás del altar en actitud de majestad con un micrófono en su mano, y Dimitri se mantuvo de pie en el ala derecha de la capilla junto a su séquito. Luego el presidente de Caribea tomó la palabra, al tiempo que todos cesaron los murmullos y dieron paso al eco de su única voz.

—Ministros, diputados, Raymundo, esposa, hijo, les recuerdo ahora y les recordaré siempre, que una traición a mí, será traición a Rasputín y él les arrebatará el alma en castigo. Todo del culto a Rasputín y el poder que nos confiere será secreto —dijo con un calmado tono de voz.

—¡Ustedes también, mis camaradas rusos! —añadió Dimitri en idioma ruso.




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