Libertad

Capítulo 4. Triunfos oscuros

Cuando Julián y Alonso entraron al restaurant, las personas allí presentes habían estado viendo, en un gran televisor situando en el centro del salón, toda la información sobre la marcha estudiantil y como fue atacada con violencia por la policía. Solo con ver a ambos jóvenes llevando en sus manos los restos de las pancartas con mensajes contra Arlex era suficiente para conocer su historia, más aún si aquella imagen era acompañada por la sirena de la patrulla.

—Métanse al baño de mujeres escóndanse allí —dijo una mujer madura vestida con elegante bléiser, que salía de la barra.

Julián y Alonso la miraron con extrañeza.

—Soy la dueña, hagan caso.

—No vayan a salir —dijo Silvia, una obesa mujer de cincuenta años de edad, muy voluminosa, que salía de la cocina secando su cara sudada  con una pañoleta que se quitó de su cabeza.

—Vayan —insistió un hombre, uno de los comensales en una mesa cuando vio que el nerviosismo tenía a ambos chicos casi paralizados.

Julián y Alonso reaccionaron y corrieron al baño de mujeres.

Víctor irrumpió abriendo de forma violenta la puerta. Se presentó ante la dueña y le explicó lo que buscaba. La mujer aseguró que ningún estudiante había entrado allí y les recomendó ir a buscar delincuentes en vez de jóvenes indefensos.

Víctor y su acompañante buscaron en la cocina y en la bodega, mientras otros dos policías aguardaban dentro de la patrulla en la calle justo en la entrada del restaurant. Estos dos últimos reiniciaron la persecución cuando vieron a un joven veinteañero usando una franela sucia y rota, que comenzó a correr por la calle cuando los vio. Asumieron que se trataba de un estudiante y fueron tras él, confiando en que Víctor se las arreglaría con su compañero.

—Revisa tú el baño de hombres y yo, el de mujeres —ordenó Víctor desde la cocina. La obesa cocinera y la dueña, que aguardaban en el salón principal, lo oyeron.

—Los van a descubrir, Silvia —susurró la dueña.

—Ya sé que voy a hacer —indicó la cocinera.

La mujer corrió por en medio del salón hasta el baño de mujeres, mientras los rollos de grasa se sacudían alrededor de su cintura bajo su piel. Una vez dentro encontró a Julián y Alonso pálidos con gestos de temor.

—Escóndanse en los cubículos y no se asomen —dijo ella, al tiempo que se desabotonaba la blusa de su uniforme.

Los jóvenes obedecieron, entraron cada uno a un cubículo, cerraron las puertas y se subieron sobre el inodoro.

Víctor y el otro policía se reunieron de nuevo en el salón principal, y oyeron a la gente molesta que los conminaba a cazar delincuentes y no a estudiantes. Ninguno de los dos se inmutó y caminaron directo a los baños. El compañero de Víctor entró al de hombres y éste último hizo lo mismo en el de mujeres. Afuera, todos se mantuvieron expectantes con el aliento sostenido. El grito de un hombre los hizo correr hacia la puerta del baño de damas, de donde parecía provenir el bramido. El otro policía, con su arma desenfundada, salió del baño de hombres.

Víctor salió del baño con rictus de terror, con sus manos sobre su cara.

—¡Estaba desnuda, esa gorda estaba desnuda! —jadeó—. Vámonos de aquí, esperaremos afuera con la patrulla.

—¿Cuál patrulla? Se fue hace rato —dijo la dueña.

Víctor corrió a la puerta de vidrio y vio que lo dicho por la mujer era cierto.

—Creo que los estudiantes que buscaban se fueron luego de irse la patrulla —añadió un comensal.

—Vámonos, tuvieron tiempo de sobra para escapar, yo no volveré a entrar a ese baño por nada del mundo. Me pagan por hace trabajo sucio, pero no tanto —dijo Víctor.

Los dos oficiales se fueron, mientras todos comenzaron a golpear sus cubiertos contra sus platos en señal de repudio.

Los jóvenes salieron del baño de damas acompañados de la cocinera ya vestida.

—Para algo bueno me tenía que servir este cuerpo que Dios me dio —dijo Silvia riendo y provocando la risa de los demás.

Todos en el salón los aplaudieron y mostraron a los jóvenes sus respetos y admiración por salir a protestar en la calle. Los muchachos agradecieron la muestra de apoyo; sin embargo, Julián les señaló la necesidad de que todos manifestaran en la calle su rechazo a Arlex, no solo los estudiantes, sino toda la sociedad civil, pues no era justo que la mayoría viera por televisión a otros librar una lucha en la calle que era de todos. Las personas se encogieron de hombros al escuchar aquella verdad.




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