Libertad

Capítulo 9. A través de los barrotes

Roberto cayó de la cama envuelto en las sábanas, temblando y empapado en su sudor. Abrió poco a poco los ojos para adaptarlos a la molesta luz del sol sobre sus retinas, que entraba por la ventana. Hacía mucho tiempo que no tenía una pesadilla. Se mantuvo sentado sobre el piso recostado a la cama, y notó que su dormitar sobre ella no le había resultado reparador. Recordó el sueño que tuvo, conocía la imagen de Rasputín por haberla visto alguna vez en los libros de historia, pero no entendía el motivo de haber soñado con él, incluso recordaba haber sentido miedo en el sueño. Aunque en su memoria se había borrado el episodio de su hipnosis ante el monje ruso, la pesadilla le dio un muy mal presentimiento.

Roberto se puso de pie y miró a Leonardo, ahora también un prófugo, que dormía en la cama superior de la litera. Recordó que ya monseñor había informado a su madre, la señora Francisca, lo que pasaba y en cualquier momento estaría allí en la Conferencia Episcopal. Habría llegado antes, de no ser porque la mujer fue a pasar unos días con sus hermanas que vivían en el interior del país, al verse sola y abatida por la tristeza debido a la muerte de don Pepe y la desaparición de su hijo. El joven se dispuso a prepararse para recibirla. Debían estar más unidos que nunca.

Roberto bajó la escalera de mármol y caminó hacia la puerta doble de la sala de estar. La abrió de par y par y vio a la señora Francisca de pie junto al cardenal. Ella vestía completamente de negro, con sus manos cruzadas sobre su pecho. Había llorado mucho, eso era evidente en su mirada. Al muchacho se le estrujó el corazón. Madre e hijo se vieron, corrieron uno hacia al otro y se juntaron en un fuerte y desesperado abrazo sin decirse nada.

 

 

*******

Tulio estaba reclinado en el espaldar de la silla frente a su escritorio. Sobre éste había una serie de fotos en portarretratos que él observaba melancólico. En una de ellas podía verse cuando era niño con su madre enseñándole a montar bicicleta; en otra soplaba las velas en su sexto cumpleaños; otra foto mostraba su primera comunión con María Laura.

Giró con lentitud su mirada a la primera plana de un periódico sobre el escritorio, que tenía la foto de un grupo de personas alrededor de un ataúd. El titular indicaba: “Fallece primera dama en accidente”. Mientras veía la noticia, la lámpara de techo se apagó, luego se encendió titilando unos segundos y después se apagó de nuevo. La oficina quedó en penumbras con la escasa luz del ocaso filtrándose por la ventana.  

No era la primera vez que la lámpara fluorescente se aflojaba. Tulio colocó su silla bajo la lámpara y se subió sobre ella para alcanzarla. Cuando intentó ajustarla, por  descuido tocó uno de sus bornes junto al casquillo y recibió una intensa descarga eléctrica en su mano, que circuló por todo su brazo derecho y la sintió llegar hasta su cabeza. Cayó de la silla al piso. Aturdido y adolorido, tomó su mano derecha con la izquierda con una mueca de dolor y se sentó en el piso. Percibió su vista encandilada, como si hubiese estado bajo el sol de mediodía durante largo rato y luego entrado a la oficina a oscuras. Veía la imagen de Rasputín, tal cual como estaba en la tabla, en forma de destellos de luz por todos lados, semejantes a los flashes de una cámara fotográfica. Pestañeó rápido y repetidas veces hasta que los destellos se fueron. Luego masajeó sus sienes para calmar el fuerte dolor de cabeza que le sobrevino en ese momento.

 

 

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La funeraria estaba repleta de gente vestida de luto, esa madrugada del día en que la primera dama sería sepultada. En el centro del salón se hallaba el ataúd cerrado sobre el que había sido colocada una fotografía de un metro por un metro de María Laura. Tulio estaba junto al féretro en silencio secando sus lágrimas con un pañuelo. Arlex se ubicaba del otro lado del ataúd viendo concentrado la foto de su esposa. El cardenal también estaba allí, conversando con otras personalidades del quehacer político y social de Caribea que se habían hecho presentes.

Danny se mantenía triste y lloroso en cuclillas en un rincón, mientras Tiberio estaba en otra esquina, de pie y en silencio, mirando a Arlex y a Tulio. Dimitri se acercó a Arlex quien ahora se recostaba junto a una de las ventanas a mirar por ella. El presidente de Rusia, luego de darle algunas palabras de aliento, dirigió su vista hacia Tiberio. Ambos se quedaron observándose el uno al otro.

—No había detallado en Tiberio cuando lo conocí. Me parece familiar su rostro. Como si lo hubiera visto antes. ¿Él es de ascendencia extranjera? —preguntó Dimitri.

—Es árabe, viene de una familia muy humilde —le respondió Arlex con una voz afectada por una fuerte irritación de garganta, mientras continuaba viendo por la ventana—. Fue líder estudiantil en la universidad. Los estudiantes universitarios adeptos a mí, me lo recomendaron. Con su trabajo y por otras cosas, supo ganarse mi confianza ¿Por qué preguntas?




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