Libertad Y Destino

ESCAPE

Entró al bosque corriendo lo más rápido que le fue posible ya que los escuchaba perseguirlo con perros. Sería un milagro que pudiera escapar, pero no permitiría que lo capturen, no dejaría que lo encierren. Estaba harto de toda esa existencia que tenía porque a eso no se le podía llamar vida.


 

Corría a todo correr, sintiendo que la respiración se entrecortaba provocándole intensos dolores físicos cada tanto.


 

Aquel lugar era más complejo de lo que creyó, ya que la vegetación era espesa y debía subir la colina si quería seguir escapando. Las ramas de los árboles sujetaban sus brazos y piernas rasgando sus ropas y causándole heridas en su piel pero Boris seguía avanzando.


 

Sentía los ladridos de los perros junto a las voces de sus perseguidores, más los disparos al aire que de tanto en tanto hacían. Las lágrimas humedecían su rostro debido a la desesperación que sentía ya que el cansancio iba adueñandose de su persona.


 

Sin embargo la adrenalina era lo que lo mantenía activo y el anhelo de seguir siendo libre lo llevaba a correr alejándose cada vez más de esa maldita ciudad donde solo pudo conocer el dolor y el sufrimiento. ¿Cuándo lo dejarian en paz?


 

Pero llegó un momento en que la espesura de los árboles impedía que los rayos del sol penetren ocasionando que las sombras reinen por doquier. Los aullidos se escucharon con mayor frecuencia pero estos no eran de perros sino más bien de lobos.


 

En un determinado momento se detuvo a tomar aire ya que se sentía desfallecer. Fue cuando se percató de que los gritos de sus perseguidores, los ladridos de los perros y los disparos al aire habían desaparecido y ahora solo escuchaba los ruidos del bosque y en particular los aullidos de los lobos.


 

La luz y la sombra se unían en ciertos sectores del lugar para separarse en otros. El viento helado le hacía recordar que debia moverse o estaría perdido.


 

Así que siguió avanzando pero en ésta ocasión fue caminando mientras contemplaba el lugar con mayor detenimiento.


 

Era la primera vez que se atrevía a llegar tan lejos y al parecer nadie de la ciudad donde vivía lo había logrado.


 

Los árboles eran más altos sus raíces muy gruesas, las flores tenían extraños colores y al parecer los animales allí también eran extraños ya que tenían un tamaño mayor al que conocía.


 

Se empezaba a preguntar ¿cómo ninguno de ellos había llegado a la ciudad? ¿O cómo los habitantes de la ciudad no se adentraron a este sector del bosque.


 

Pero una manada de lobos apareció, cortandole los pensamientos. Eran más de veinte y todos gruñían mostrándole los dientes. Se veían muy peligrosos y su corazón se disparó a mil latidos por segundos. Estaba rodeado ¿y ahora qué haría?


 

Pero la niebla se dispersó dejandole ver a tan solo unos cuántos metros la fachada de un inmenso castillo que estaba rodeado por una muralla inmensa pero cuya entrada permanecía semi abierta con puertas de rejas de aproximadamente tres metros de alturas.


 

Debía correr si quería salvarse. Perdido por perdido tomo impulso y empezó. Corría más rápido de lo que alguna vez pudo hacerlo pero los lobos lo perseguían y algunos pudieron acercarsele tanto que desgarraron su ropa quitandole su negra campera entre dos lobos.


 

Pero Boris pudo llegar al castillo y traspasar la puerta de un salto cayendo al suelo del otro lado.


 

Inmediatamente volteó y activó su misterioso poder para cerrar la puerta con el candado justo a tiempo así evitaba que uno de los lobos traspase las rejas y entre también.


 

El jóven fue retrocediendo arrastrándose sin dejar de mirar la furia de los lobos que del otro lado mostraban sus afilados colmillos y sus garras.


 

Las nubes se oscurecieron y los truenos empezaron a resonar en la lejanía. El cansancio hizo presa del joven quien sin poder resistir más cayó en la inconciencia mientras se desataba la tormenta.


 

La puerta principal del castillo se abrió dejando salir a un hombre alto, vestía negros pantalones, una polera naranja y una campera naranja y negra.


 

Sus rubios cabellos se le pegaron a su pálido rostro debido a la tormenta que los humedeció al salir. Se detuvo junto al joven y tras acuclillarse acarició sus dorados cabellos. Luego miró hacía fuera del castillo para ver cómo los lobos regresaban por donde habían venido.


 

Inmediatamente tomó al muchacho entre sus brazos y tras incorporarse lo llevó al interior del castillo. La puerta se cerró tras suyo dando un fuerte estrépito.


 

Fuera, la tormenta se desataba con mayor intensidad acompañada por el potente viento.


 




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