Libre

Capítulo 4

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—Las ovejas están en la zona más alta de nuevo—señalé con el dedo, podía verlas desde donde estaba—, te toca ir esta vez a ti.

—Siempre me toca hacerlo—refunfuñó. Lugo dio un fuerte silbido, Sandia su perro se dirigió rápido hasta las ovejas—. Recuerda que mi madre quiere que vayas a cenar y te quedes a dormir—se paró enfrente mío—, se la debes por la última vez que faltaste. 

—No me lo hagas recordar me sentí fatal por no ir, pero ya sabes que me sentía mal y no quería traer ningún inconveniente.

—¿Sabes que no eres un problema verdad? —me acarició el brazo para reconfortarme.

—Estoy aprendiendo a controlarlo, es nuevo para mí—escuchamos el ladrido de Sandia.

—Esa es mi señal, sobre el tema de los impulsos entiendes que somos los indicados para poder enfrentarlo, básicamente nací en ese entorno—empezó a alejarse.

—Quiero aprender por mi cuenta—balanceé la canasta que pronto estaría llena de manzanas, una tarde de horneo de tartas me esperaba—, recogeré algunas manzanas nos vemos dentro de poco.

Ella frenó ante aquella declaración—. ¿Sabes que nosotros estamos allí para ayudarte con los impulsos?

Asentí mientras me despedía dando terminada la conversación, ella siempre me recordaba que podía contar con su familia.

Llené los dos baldes con agua caliente y agregué poco de agua fría para poder templarla, necesitaba bañarme antes de que se hiciera de noche y llegara tarde a la cena. Llevé los baldes al baño y los acomodé en mi ducha, el agua corriente no llegaba a estas zonas del pueblo lo cual era una molestia la mayor parte del tiempo.

Ubiqué con la mirada los productos de limpieza encontrándolos a todos en su lugar, amaba el jabón con olor a arándanos que vendían en el pueblo, era muy poco común porque siempre los traían los comerciantes que venían de paso y por la nieve hace bastante tiempo que no pasan por aquí dejándome sin reservas de mis productos preferido de limpieza, tanto por el jabón como por el shampoo y el acondicionador que usaba con olor a flores.

Entré en la tina que había restaurado con mucho esfuerzo y que combinaba perfectamente con el baño, me bañé lo más rápido posible intentado hacer la menos cantidad de lio porque no tenía tiempo para limpiarlo. Cuando terminé me sequé velozmente para poder cambiarme y sacar la tarta de manzana del horno que había hecho para esta noche, siempre llevaba algo a las cenas mayormente era algo relacionado con la pastelería además ellos siempre lo disfrutaban.

Me envolví con una toalla y caminé hasta mi pequeña habitación, tratando de no clavarme ningún clavo suelto que pudiera haber en el suelo de madera, si bien había podido arreglar una gran parte del suelo, todavía seguía ahorrando para la otra mitad que me quedaba sin hacer.  En frente de mi armario seleccioné un vestido que pocas veces usaba, tenía una mezcla de colores terrosos y era bastante largo y discreto además de cómodo. Especialmente lo usaba para las festividades, pero decidí sacarlo para la cena de hoy, lo combiné con unas sandalias bajas que me habían regalado para mi cumpleaños las cuales me encantan, pero no las usaba mucho porque no querían que se gastaran.

Me senté en el tocador mientras me peinaba haciéndome una cola de caballo alta, para despejar mi visión y que los pelos no me molestaran estando esparcidos por mi cara. Me esparcí un poco de perfume de jazmín y agarré mi abrigo.

La tarta estaba en su punto justo, la envolví y la puse en la canasta. Comprobé el reloj, por suerte estaba en saliendo en hora, dejándome una hora de recorrido hasta llegar a la casa de Gema.

—Al fin llegas—Gema abrió la puerta de golpe asustándome en el proceso.

—Odio cuando usas tus dones—murmuré mientras le tendía la canasta con el pastel.

—Eso huele delicioso—abrió la canasta y soltó un suspiro feliz—, amo estas épocas del año las espero con ansias, tus pasteles son los mejores de toda la región.

—No la adules más—Samantha se interpuso entre nosotras abrazándome.

—Esta mañana nos vimos—le devolví el abrazo.

—Eres como mi hermana se sintió una eternidad—pronunció dramáticamente.

Las risas de sus padres retumbaron en toda la pequeña casa.

—Pasen adentro pequeñas—el padre de Samantha nos hizo un gesto para que entráramos y eso fue justo lo que hicimos.

Los tres nos sentamos en la mesa esperando que Lía sirviera la comida.

—¿Cómo están tus cosas? —investigó Gema sutilmente.

—Hace algunas semanas atrás tenía miedo que por la nieve y el derrumbe que vino después empeorara la situación económica de la región, pero por suerte fue todo lo contrario los pedidos por las tartas aumentaron y la señora Lucinda me pidió que le restaurara un mueble en donde ella pone sus pinturas, quedó fascinada con mis trabajos anteriores y esta vez me pagará cuatro monedas de oro.




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