Libro 1: El inicio de mi viaje

Capítulo 1: El paso entre mi nueva y mi vieja vida

Después de mi muerte

Como ya les mencioné anteriormente, comencé a escribir este primer diario al iniciar mi viaje. Sin embargo, ¿qué sucedió antes de eso? Te debes estar preguntando. Como diría un viejo amigo mío —así me gusta decir cuando cito a alguien cuyo nombre no recuerdo—: “Debemos siempre comenzar por el principio”. Debido a esa frase, que me gusta mucho, comenzaré este primer diario no como un diario en sí, sino más bien como una narración de lo que ocurrió entre el momento en que morí y el comienzo de mi viaje.

Ya saben que el causante de mi muerte fue un accidente que tuve con “camión-san”, pero ¿qué pasó después de eso? Honestamente, tengo vagos recuerdos de ello.

¿Han escuchado alguna vez que, cuando mueres, todo se vuelve oscuro y a lo lejos se ve una luz a la que se supone debes alcanzar para llegar al paraíso, tocar el más allá, continuar con el ciclo de reencarnación o cualquier cosa en la que crean? Pues mi experiencia fue algo parecida, con la excepción de que no había ninguna luz que guiara mi camino.

Todo estaba oscuro, realmente oscuro. No solo no podía ver, tampoco podía escuchar, sentir u oler nada. Ni siquiera podía sentir mi propio cuerpo. ¿Ya saben cómo es que, si uno cierra los ojos, aún es capaz de saber dónde se encuentran sus manos, piernas y demás? Pues nada de eso podía percibir. Me encontraba flotando, o eso imagino, en una total oscuridad, una oscuridad en todos los sentidos.

¿Pasé días, meses, años, décadas, siglos o milenios flotando entre la oscuridad?

Honestamente, no sabría decirlo. Al principio, recuerdo que tuve la idea de comenzar a contar los segundos —sí, es una referencia para los que llegaron a ver el anime y lo reconocen—, pero me rendí al poco tiempo. Hablando con franqueza, pasar tus días sin percibir más que tus propios pensamientos es agotador. Fue poco tiempo después cuando comencé a sentirlo: sentía que me estaba perdiendo a mí mismo poco a poco.

Nunca he tenido buena memoria, eso es algo que puedo afirmar con certeza. Aun sabiendo eso, comencé a notar que no podía recordar cosas importantes de mi vida, cosas que no debería haber olvidado. Es algo complicado de explicar, ya que, como tal, uno no debería ser capaz de recordar algo que olvidó. Sin embargo, existía un sentimiento de vacío en mis recuerdos. Por ejemplo, tenía la sensación de que había tenido otros compañeros de trabajo aparte de aquellos con los que mejor me llevaba, de que había tenido alumnos aparte de los que mejor y peor me caían, y de que comía cosas aparte de solo mis comidas favoritas. Era como si las cosas a las que no prestaba mucha atención comenzaran a desvanecerse poco a poco, y las seguirían tarde o temprano aquellas que realmente eran importantes.

Al darme cuenta de ello, entré en pánico. Digo, ¿quién no lo haría?

No quiero meterme en temas filosóficos que no son mi especialidad, pero, si alguien me hiciera la famosa pregunta de “¿qué es lo que nos hace ser nosotros mismos?”, yo contestaría que, en su mayor parte, son los recuerdos y las filosofías de vida. Nuestras propias experiencias y lo que aprendimos de ellas son lo que nos define como personas, al menos para mí. Fue por ello que tenía un sentimiento de estar desapareciendo al darme cuenta de que perdía mis recuerdos.

Me aferré lo mejor que pude a lo que me quedaba. Comencé a repasar todos y cada uno de los recuerdos que aún conservaba. Me repetía constantemente cómo era, qué era lo que hacía, quiénes eran las personas importantes para mí. Rememoraba todo lo que podía y lo repasaba una y otra vez. Incluso ahora, siento que tengo vacíos que no puedo llenar en los recuerdos de mi vida pasada, y es imposible asegurar completamente que los que aún conservo sean reales y no una invención de mi desesperación en esos momentos.

Pero bueno, problemas existenciales aparte.

El punto es que pude retener la mayor parte de mis recuerdos después de mucho tiempo flotando en el vacío. Me encontraba repitiéndome a mí mismo quién era, cuando lo escuché.

Fue una voz dulce, suave y maternal. Era la voz de una diosa, o al menos así me lo pareció a mí. Escuchar esa voz trajo algo de cordura a mi conciencia medio rota, y estas fueron las palabras que pronunció:

“Pobre, fea y triste existencia. ¿Cuánto tiempo has pasado ya en el vacío, aferrándote a esos recuerdos de tu vida pasada?

Tu ser se encuentra tan erosionado, que aquellos recuerdos a los que te apegas tanto son lo único que te queda. Ningún dios de ningún mundo te aceptará a menos que renuncies a ellos. Tu único destino ahora es terminar devorado por el vacío.

O ese sería el caso, si yo no te hubiera encontrado. Ve, mi pequeño nuevo juguete, y diviérteme como tantos otros antes que tú han hecho.”

Ok, ok, sé lo que debes estar pensando, lector mío. Ahora que plasmo en el papel aquellas palabras que escuché, no suenan tan dulces y maternales como me parecieron en su momento. Pero, ¿podrías realmente culparme por percibirlas de esa forma? Era el primer sonido que escuchaba en lo que, a mi parecer, fue una eternidad. En ese momento, hasta el sonido del tráfico que se formaba por la mañana cuando iba al trabajo hubiera parecido el canto de los ángeles.

En fin. Dejando eso a un lado y continuando el relato, después de escuchar aquella voz, sentí cómo era arrastrado por una fuerte corriente. La sensación podría compararse con estar en un mar en calma y, de repente, un poderoso torbellino se forma, agitando las aguas y arrastrándote ferozmente hacia el centro.




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