Un día antes de mi cumpleaños.
5/ Nyttypohu (Neutro) /685 - Día 29, mes 12, año 13.
En ese momento me encontraba en la cabaña de Puple entrenando y aprendiendo lo más que podía antes de mi tan ansiado viaje. Al día siguiente cumpliría catorce años y, como ya recordarán, queridos coaventureros, para los gpwns eso significa la mayoría de edad. Ni más ni menos, mañana dejaría de ser “el niño enfermizo de la mansión” y me convertiría, al menos oficialmente, en un adulto capaz de decidir por sí mismo.
El viejo explorador estaba de pie, apoyado en su pierna de palo como si fuera parte del suelo mismo, con los brazos cruzados y esa mirada suya que siempre parecía estar a medio camino entre el fastidio y la aprobación. Yo, sentado frente a él, con un cuaderno lleno de garabatos y notas que había ido acumulando durante años.
—Bien, muchacho —dijo, carraspeando—. Si mañana vas a ser “adulto”, entonces demuéstrame que has aprendido algo. Nombre y debilidades. Empieza con lo fácil, perro de fuego.
—Dependen de su edad —contesté sin titubear—. Los jóvenes suelen tener la piel más blanda, se les puede sofocar con agua o hielo. Los adultos… hay que destrozarles el núcleo incandescente en el pecho. Si no lo haces rápido, explotan al morir.
Puple asintió, con un brillo de satisfacción que disimuló levantando una ceja.
—Nada mal. Ahora, algo menos obvio. Arañas de escoria.
—Odio esas cosas… —bufé—. Son rápidas y resistentes al calor. Si intentas quemarlas, solo se hacen más fuertes. Hay que usar vibraciones, ruidos metálicos o chasquidos. Se desorientan y salen de sus túneles. Pero cuidado con los capullos, los huevos liberan vapores tóxicos al romperse.
El viejo soltó una carcajada breve, seca.
—¡Al fin! Ya no respondes como un niño que repite lo que lee, sino como alguien que estuvo allí.
Yo también sonreí. Había pasado mucho tiempo desde aquella primera vez que casi muero enredado en sus trampas y sermones, pero sí… ahora respondía distinto.
—Última de la ronda —dijo, inclinándose hacia mí con seriedad—. Ogros de fuego.
Tragué saliva, porque sabía que no era una pregunta cualquiera.
—Nunca enfrentarse solo. Si llegas a ver uno, corres o lo mantienes a raya hasta que llegue un grupo preparado. Sus puntos débiles son las articulaciones, pero la piel es dura como la roca. Hay que forzarlos a abrir la boca, apuntar al interior o a los ojos. Todo lo demás es perder el tiempo.
Puple no contestó enseguida. Me observó en silencio, y por un momento pensé que había dicho algo estúpido. Pero entonces sonrió de esa forma extraña, como si recordara a alguien más.
—Creo que ya no tengo nada más que enseñarte. Nunca entenderé cómo es que puedes memorizar todas esas cosas sin un libro de conocimientos —dijo finalmente.
Y aquí hago un paréntesis para los que no lo sepan.
En este mundo nadie aprende nada estudiando a la antigua. No hay que pasar noches en vela con los ojos rojos frente a un montón de páginas, ni sufrir con ecuaciones imposibles o maestros que parecen disfrutar viéndote sufrir. Aquí basta con tomar un libro de conocimientos, abrirlo, hojearlo, y ¡puf!, ya lo sabes todo. El contenido se graba en la mente al instante. Después, el libro se desvanece en un destello, como si nunca hubiera existido. Conveniente, sí… aunque admito que a veces me pregunto si no sería divertido ver a los grandes magos temblando frente a un examen de matemáticas de mi viejo mundo sin poder usar este truco.
El silencio se extendió entre nosotros, roto solo por el crujido de la madera de la cabaña y el viento que soplaba allá afuera.
Puple se levantó de su asiento sin decir nada y me indicó que lo siguiera. En el centro de la cabaña había una mesa cubierta con una tela áspera, de esas que siempre huelen a polvo sin importar cuántas veces las sacudas.
—Ponte esto —dijo, lanzándome un paño.
Me até la venda a los ojos, aunque no pude evitar hacer un comentario.
—Ya sabes que con esto parezco más un prisionero que un aprendiz.
Puple resopló divertido, pero no contestó. Escuché cómo retiraba la tela y el leve chirrido de metal sobre madera. Tres objetos, cada uno con un zumbido o chisporroteo diferente, quedaron expuestos frente a mí.
—Bien, muchacho. Hay tres pruebas. La primera, reparar. La segunda, desactivar sin que te vuele la cara. La tercera, modificar. Puedes cambiar su funcionamiento como mejor te parezca. Fácil, ¿no?
Tragué saliva.
Puse las manos sobre el primero. El metal estaba tibio al tacto, las piezas desajustadas. Podía sentir cómo el flujo de maná corría débilmente por las ranuras, como un corazón cansado a punto de fallar. Antes, habría necesitado que Puple recargara por mí las herramientas básicas para arreglarlo. La cortadora mágica, la lijadora, incluso el pegamento de runas. Pero ahora… ahora era diferente. Concentré mi Shakxylswhjek y alimenté yo mismo las herramientas, haciéndolas responder al instante con un zumbido vivo. La cortadora chisporroteó con filo renovado, la lijadora vibró como si despertara de un sueño, y el pegamento mágico volvió a brillar con ese resplandor azulado que indicaba que estaba listo.
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Editado: 19.08.2025