Mi caza se había convertido en una pérdida de tiempo y el malestar fue lo peor.
La calentura que tenía desde semanas aún no se me quitaba y menos con las salidas que hice para seguir al oso pardo que vivía al interior del bosque cercano a mi casa.
Tomando nota mentalmente, ubique la madriguera y espere su llegada.
Espere.
Solo mi túnica, amarrada con un hilo a mi cintura para que no ondeara, se camuflajeaba con el color del tronco de los arboles y mis botas de pelo de zorro calentaban mis mallugados pies.
El árbol donde me escondía era muy robusto y por lo tanto, daba una facilidad para observar todo el lugar.
De mi respiración salió humo recordándome que la temperatura estaba descendiendo.
Toque mis labios y estaban entumecidos.
Tenía que aguantar un poco más para la bienvenida del oso.
Mi campo de visión no había detectado nada.
Ninguna ardilla o roedor para comer en la noche.
No había nada.
Me enfoqué en el premio gordo.
El premio gordo. Si lo cazaba nos podía alimentar por varios días.
Para su trampa, escarbé y llegué a la tierra fértil para enterrar una estaca, que junto a una cadena y a ambos lados, lo dejarían paralizado en la nieve.
A cincuenta pasos estaba su madriguera y para obtener un certero premio gordo, a la altura de la nieve, atoré una soga donde a diferencia de la otra trampa, esta estaba amarrada entre los arboles con tronco grueso y dos vueltas en zic zac para atorar una de sus patas.
Teniendo como resultado una forma de X, por lo tanto, si pasaba en donde el cruce estaba, fuese cual fuese la pata aprisionada, con un solo paso estaría distraído mientras yo llegaría a los arboles por donde había puesto la primera trampa y debilitarlo con una flecha y el cuchillo pegado a mis costillas haría el resto.
No es que fuese experta en las trampas pero sabía por experiencia que una de sus patas acertaría en el medio de la X.
No había razón para equivocarme.
El silencio se prolongo por varios minutos más y el tatuaje debajo de mi cabello picaba por la ansiedad que esto me provocaba.
Me quité un guante y rasqué.
También espere.
Y espere.
Desafortunadamente, nunca llegó. A lo mejor sintió mi presencia o simplemente, buscó un lugar más recóndito en el interior del bosque y me dejó ahí sin más.
Conocía muy bien el bosque pero la noche se asomaba y no quería correr ningún riesgo.
Siempre supe que en las noches y más si la necesidad te dejaba abatida por muchos días sin probar alimento tenías que hacerlo con tus propias manos.
Y para no perderme ya que cualquier animal se escondía en el medio del bosque y más allá, señalaba los arboles con una X en la corteza para distinguir el camino a casa.
Sumida en mis pensamientos por no conseguir mi objetivo y no encontrar ningún animalillo al que cazar para que pudiéramos comer o hacer una venta rápida, anduve a paso lento por una vereda que conecta al bosque y entronca con otro camino para llegar a la cascada que esta atrás de la cabaña.
Para suerte mía, mis compañeras estaban listas ante cualquier movimiento extraño: arco pegado a mis dedos y flechas listas en el carcaj.
En el camino tenías que ser sigiloso ya que los animales se ahuyentaban por las pisadas o presencia ajena y además el invierno…no ayudaba.
A lo lejos, vislumbré movimientos en el interior de la cascada.
Sin pensarlo dos veces con movimientos limpios, preparé mi arco con una flecha.
Necesitaba llevarme algo del bosque y lo que se movía en el agua me lo podría proporcionar.
Esperé cerca de diez minutos para ver si salía.
No salió nada del agua.
Analizando mis posibilidades la cascada hacía movimientos tranquilos.
Di un respiro y me acomodé el arco a la espalda.
Entonces vi que algo brincó en contra de la corriente.
Y luego otro.
Y otro.
Volví a armarme con mis herramientas prácticas.
Tenía que acercarme con cuidado sino ahuyentaría lo que había en el agua.
El aire volvió a soplar y con ello, volutas de nieve caían de las copas de los pinos y abetos. Algunos cayeron en mis pestañas y pasé mis dedos.
Caminé y al llegar encontré manjares apetitosos y no solo para un día.
Salmones.
Saltaban en contra de la corriente para dejar sus huevos atorados entre las piedras coloradas y la cascada estaba repleta de estos peculiares animales.
Estos peces además de ser un buen manjar, valían dinero en el mercado y para mi fortuna, la cascada por ser pequeña y sin vecinos viviendo alrededor, una fuente de ingresos.
Pero solo a escondidas de Fannie, porque Mónica y yo juntamos un dinerito, ella administraba y compraba suministros mientras yo cazaba, para así comprarle cosas a Fannie y también subsistir.
A los ocho años llegué con Fannie y también Mónica.
Al principio me llevaba a hacer cortes y vestidos con Janiz-su compañera costurera-y pronto me di cuenta que la costura y los alfieres no eran lo mio, sin embargo, lo hacia con gusto. Por otro lado, a Mónica se le dio muy rápido y la destreza con el que manipulaba las tijeras y la máquina fue fenomenal.
Editado: 27.12.2019