Esta semana saldré de vacaciones y ahora si me aplicaré con los capítulos, espero y en verdad les guste lo que escribo.
Saludos UuUr <3
Recuerdo que muchas imágenes pasaron al mismo tiempo.
Aquella mujer con un vestido inmaculado en oro y piedras preciosas, además de largo, ondulando por debajo de sus talones, era la mujer más hermosa que había visto.
Sus impresionantes facciones, además de gracia y refinados colores en sus mejillas.
Pero esa corona.
Desconocía muchas cosas pero ella no estaba ajena a mi mediocridad.
Sin duda era una reina.
Conocía el bosque donde el serbal y plantas crecían pero lo más oscuro era que no sabía donde exactamente estaba el lugar donde me había transportado.
Y encima de todo, tenía un brillo diferente a cualquier mortal que existiera, además de que sus orejas eran diferentes a las mías.
El lóbulo era redondo pero su extremo terminaba en punta.
Fae.
Los faes eran seres mágicos que existían en muchas historias contadas por nuestras cuidadoras en el orfanato.
No era extraño la forma en la que nos asustaban.
A lo lejos, escuché un rayo retumbar en el exterior.
Tambien las personas que se congregaron para arrodillarse.
Mis ojos se abrieron de golpe y mi corazón dio un vuelco en cuanto lo escuché.
La luz hizo cosquillas en mis ojos haciendo que se adaptaran muy rápido.
Mónica despertó antes de lo previsto abriendo la puerta acurrucándose a mi cuerpo. Encendió una vela.
Me veía con angustia. Era cierto que a veces tenía miedo.
Me acerqué y la acuné en mis brazos.
Por su cuerpo abrazandome, supe que estaba temblando.
-Calma- le dije.
-Tengo miedo.-dijo.
-Yo también-mentí.
La puerta se abrió y Fannie llegó para abrazarnos.
-Tranquilas ya pasará-dijo tranquilamente.
-Es muy raro que pase esto, además-dijo Fannie-no sabemos que sea.
-Sonaban a truenos en el cielo- dije.
-Por supuesto que no-dijo Mónica-. Era como disparos al aire.
-¿No fueron truenos?-pregunté analizando las probabilidades.
-Si. No. Creo que si son truenos y sonaron encima de la casa. Vi uno cuando estaba por asomarme a la ventana. Era muy brilloso que me dejo viendo lucecitas y vine corriendo aquí para no llorar.
Fannie se alejó para inspeccionar y yo acomodé las almohadas a la cabeza de Mónica. Luego, la cobijé y me acosté con ella.
Otro trueno retumbó afuera.
Y otro más pero está vez muy cerca.
-Es extraño que truene-dijo Fannie-. Iré a revisar por si alguien está herido.
-No vayas-dijo Mónica-.Puede ser peligroso.
-Te acompaño a la entrada-dije de repente.
-Bien-dijo.
Me puse las botas de cuero y me envolví en una sábana, decidida a acompañarla.
Afuera el viento soplaba muy ávido por explotar.
Ella salió con una linterna en la mano y se perdió en la neblina del bosque.
Me quede contemplando el camino por donde se había ido Fannie.
Pasaron cerca de tres minutos y todavía no llegaba.
Una luz rápida se movió por los tallos de los pinos.
Estaba en camino.
Di dos pasos para bajar las escaleras de la entrada y de pronto, escuché la voz de mi madre.
-Nef, ayúdame-dijo desesperadamente.
Salí corriendo en su búsqueda.
Pronto, la neblina descendió más al grado de no poder observar nada. Como si estuviera encerrada en una caja.
Un trueno volvió a sonar.
Elevé mi vista al cielo pero nada ocurrió. Ni una chispa ni un relámpago surgió.
Corrí donde había visto el haz de luz y grité desesperadamente-¿dondé estas, madre?
-Estoy aquí-dijo la voz de mi madre.
-No te veo, mamá-dije con un hilo de voz.
Cerré mis ojos para ajustar mi audición y contar mentalmente.
De pronto, el blanquecino lugar cambió a oscuridad.
Estaba a ciegas.
-¿Madre?-susurré.
Escuche unas pisadas mientras daba un traspié por la deformidad del hielo y pronto, caí en la conciencia de que Fannie llevaba una linterna.
¿Por qué no lo encendía?
Entonces algo comenzó a agarrarme los brazos, inmovilizándome, y tapó mi boca para no poder pedir ayuda.
La oscuridad se extendió y me tenían bien sujeta.
Un olor a podredumbre traía consigo la oscuridad porque comencé a ahogarme.
Agarró mi cuello y comenzó a apretar muy fuerte.
Susurró en mi oído-hola pequeña, soy tu madre y he venido a llevarte.
En definitiva, la voz cambio a una muy vieja y volvió a sujetarme más y más fuerte.
Estaba muy desesperada por la impotencia de caer en una trampa.
Yo hacía las trampas.
Yo no era una presa.
Yo era una cazadora.
Su agarre se apretaba cada vez más en mi piel.
Así que con un golpe certero de mis nudillos llegó a donde se suponía que estaba su barbilla.
Editado: 27.12.2019