En la sombra del amanecer, antes de que salga el sol o de que canten todos los gallos del reino, una figurilla saltarina deambula por el castillo. Es el bufón, quien se ha despertado y ahora salta silenciosamente por el corredor que se ubica a la derecha de su dormitorio, el cual conduce al jardín real.
Necesita de una ayuda especial para poder conseguir más historias, pero nadie puede enterarse de su amistad con ellos. La madrugada es la hora idónea en que puede escabullirse afuera de la ciudad amurallada, obteniendo la oportunidad perfecta para visitar al experto en seres fantásticos y feéricos.
Trae puesta su ropa extravagante, además de una capa gruesa de lana; el sombrero multicolor con múltiples picos curvados de tela, no tiene los típicos cascabeles ruidosos.
Por fin llega a la puerta que da al exterior. Ya afuera, el cuentacuentos da brincos mucho más altos que fácilmente triplican su estatura; en unos cuantos saltos más llega hasta un gran arbusto; atrás de esa planta se encuentra un agujero en el muro, perforado por el mismo padre tiempo durante años. Solo algún niño y el bufón tienen el cuerpo indicado para gatear por esa abertura; aunque antes tiene que quitarse su sombrero.
Ya afuera del reino de Güíldnah, observa la tranquila orilla del bosque. Empieza a humedecer sus labios con su lengua; da tres silbidos cortos y seguidos; no muy fuertes para evitar alertar a los guardias. Espera, escuchando los sonidos del bosque; para finalizar, da un silbido largo que dura cuatro segundos.
De entre los árboles, empieza a distinguirse una sombra pequeña que se aproxima velozmente. Es un poni café muy oscuro con pelo negro; parece que alguien lo ha alistado para el viaje, con una silla de montar acomodada en su lomo y una brida con sus riendas. El poni agacha su cabeza, saludando a su dueño.
—¡Hola amiguito! Es hora de visitar a unos conocidos —saluda el bufón, acariciando la crin del equino.
El enano se sube al pequeño caballo de un solo salto, cayendo justo sobre la silla de montar; inmediatamente después le ordena cabalgar.
Aunque parezca que el poni es de trote lento, en realidad es muy rápido.
Llegando al camino principal hacia el reino de Güíldnah el poni cabalga durante poco tiempo, hasta que se encuentra con un gran árbol seco y sin hojas; ahí da vuelta para internarse en el bosque nuevamente. El bufón tiene que ordenarle a su amigo que disminuya su paso, debido al camino accidentado de esos lugares.
El cuentacuentos avanza muchos metros en el bosque, buscando algo en particular, moviendo la cabeza en todas las direcciones. No es hasta que sube una colina, que ve a lo lejos una gran fogata y alrededor de la misma tiendas de diferentes tamaños; todo aquello bajando el empinado cerro, en medio de un claro.
Con pasos delicados y apresurados, el poni desciende hasta llegar a una enorme roca que lo oculta perfectamente, al igual que a su jinete. Ambos se detienen a descansar, pero no logran hacerlo por mucho tiempo.
Varios sujetos aparecen alrededor de ellos. Unos traen antorchas, mientras que otros portan arcos cortos tensados con las flechas en su lugar, listos para atacar.
Todos los hombres son zíngaros. Pañuelos de diferentes colores o sombreros gitanos les cubren la cabeza, camisas de manga larga o chalecos, alhajas de oro y plata, brazaletes de cuero, pantalones de tela holgados y ceñidos, fajines o cinturones con grandes hebillas, y botas de todos los tamaños; toda esa variedad de ropas y accesorios son las vestimentas de los guardias, teñidas de varios colores llamativos. Solo unos cuantos tienen capas para abrigarse.
Los sonidos del bosque vuelven a prevalecer unos segundos; el cuentacuentos se ha quedado mudo del susto.
Uno de los gitanos guardias habla, rompiendo el silencio.
—¡Alto!, ¡¿quién va ahí?! —grita el guardia armado.
—Soy yo. El bufón —contesta el pequeñín con los brazos alzados.
Uno de los gitanos con antorchas se le acerca, alumbrándole la cara.
—¡Pero qué sorpresa más agradable!, ¡si es el bufón! Te estábamos esperando desde hace bastante tiempo, amigo —exclama alegremente el gitano que sostiene la antorcha.
—Lo lamento amigos. He estado muy ocupado en el castillo —expresa él mientras baja los brazos, aliviado que lo hayan reconocido—. Los príncipes tienen tanta energía, que siempre termino exhausto.
Todos los guardias bajan sus armas.
—Vaya. Ven, nos contarás todo en el camino —invita un gitano arquero.
—Por el momento quiero hablar con el gitano mayor, es un asunto importante —antepone el bufón.
—Tendrás que esperar unos momentos; unas gentes han llegado con unos problemas —le informa otro gitano con antorcha—. Antes de pasar con el jefe, ven y come; debió ser un viaje cansado con ese lento caballo que trajiste —dice al tanto que señala al poni.
—Que tonterías dices —le amonesta un guardia arquero, extrañado del comentario. Decide refrescar la memoria de su camarada—; ¿no recuerdas que es el poni mágico, que el jefe le regaló por haber conseguido el puesto de bufón? Literalmente este poni cabalga en el aire, y puede ganarle perfectamente al más sano corcel de los tres reinos. Este paseo no fue nada para nuestro amigo y su poni mágico. Vendrá a comer y a beber, pero no solamente para descansar un momento; estoy ansioso por escuchar sus aventuras en el castillo.
Voltea con sus compañeros, preguntándoles.
—¡¿Qué opinan ustedes?!
Los gitanos guardias exclaman un gran «¡Siií!» al mismo tiempo; grito que escuchan la mayoría del campamento romaní.
En un santiamén, las mujeres, hombres y niños se juntan en la orilla de su comunidad; de un salto aparece el bufón. La multitud explota en aplausos, risas y gritos de «¡Hurra!» y «¡Bravo!». Todos quieren hablar con él, así que se le abalanzan rápidamente. Las gentes hacen preguntas de toda clase al mismo tiempo, pero el bufón solo tartamudea o es interrumpido a media respuesta; por fortuna, algunos de los gitanos guardias lo salvan de esa desesperada situación. Ellos rodean al visitante; uno de ellos calma a la muchedumbre, gritando.
Editado: 12.03.2022