«Más brillante que los rayos del sol, más violento que un huracán, más fuerte que la muerte, más profundo que el océano: el amor. Un sentimiento que lo atraviesa todo, lo supera todo, lo tolera todo. No conoce límite ni prejuicio, y llena la vida de esperanza y el corazón de mil colores.» — Cita del libro
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Un silencio denso pesaba sobre la taberna.
Todas las miradas seguían fijas en la puerta por la que el joven desconocido acababa de desaparecer.
Solo unos segundos. Luego, como barrida por una ráfaga invisible, la tensión se disipó. Las risas y el murmullo retomaron su curso, poco a poco.
Pero no para los Byron.
Rose volvió con su familia a paso lento, con la mente saturada por una inquietud que no podía nombrar. Su corazón latía demasiado rápido. Su piel reaccionaba sin su permiso. Un escalofrío persistía en su espalda. Algo andaba mal.
Detestaba esa sensación.
Draven, de brazos cruzados, la observaba con calma. Había visto su perturbación. Él también la había sentido.
—¿Quién era ese?, preguntó con voz grave.
—Un cliente, supongo. Nada importante. — respondió Rose encogiéndose de hombros, indiferente. Pero su mirada traicionaba una desconfianza helada.
Queen se acercó, los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Estás segura, cariño?, inquirió con dulzura.
—Nunca había visto a ese tipo. Pero… — Rose dudó, y luego soltó, más cortante: — Su presencia… apestaba a peligro.
Un breve silencio cayó sobre ellos.
Nix, nervioso, tamborileó con los dedos sobre la empuñadura de su ballesta.
—Deberíamos haberlo atrapado ahí mismo.
—No. — interrumpió Draven, impasible. Su autoridad cortó el aire como un látigo. — Aún no sabemos qué es exactamente, ni si está solo. Demasiado arriesgado atacar a ciegas.
Hex, recostado contra la pared, agregó con voz baja:
—Pero no creo que sea un simple humano.
Queen asintió.
—Su piel… — murmuró. — Demasiado pálida, incluso para alguien de por aquí.
—Y sus ojos. — añadió Rose, su mirada fría como piedra. — Un color demasiado extraño.
Draven se inclinó sobre la mesa, los ojos duros como acero.
—Quizás un vampiro. Quizás otra cosa. Pero una cosa es segura: no vino por casualidad.
Dejó que sus palabras pesaran.
—Entonces lo seguimos. Con discreción. Averiguamos qué es. Qué busca. Si pertenece a un clan. Si tiene aliados. Y luego, decidiremos.
Nix mostró una sonrisa feroz.
—Y si es lo que creo… lo reducimos a cenizas.
Nadie respondió, pero todos, en su interior, sabían que solo había un destino posible para una criatura de la noche que cruzara su camino: la muerte.
Rose permanecía en silencio, la mirada perdida. No sentía ni una pizca de compasión por los vampiros. Y no pensaba hacer excepciones.
Pero Aidan había llegado y desaparecido como una sombra justo cuando ella se había acercado. ¿Por qué? ¿Acaso había presentido algo?
Los Byron lo dudaban.
Hubieran deseado atraparlo, obligarlo a revelar su verdadera naturaleza. Pero no allí. No a plena luz del día. No en medio de civiles inocentes.
Su deber primordial no era cazar por venganza… sino proteger a los humanos. A cualquier costo.
Un enfrentamiento en mitad de la taberna habría sido una locura.
El silencio se abatió sobre ellos, denso, tenso.
Ni una pista. El vampiro no había dejado rastro alguno. Ni olor. Ni huella. Nada.
Solo esa sensación persistente… como una advertencia que no se había ido del aire.
Queen, con los brazos cruzados, la mirada clavada en el vacío, lo sabía. Lo sentía con la exactitud de un instinto pulido por generaciones de cazadores: no era la última vez que verían al extraño.
Un leve movimiento de ojos bastó para que Draven captara su mensaje.
No intercambiaron palabras. No era necesario.
Él entendió.
Rose también sintió la tensión. Se irguió al instante. Un escalofrío recorrió su espalda.
Todas las miradas en la pequeña sala trasera convergían en ella.
Incluso Nix y Hex se habían quedado en silencio.
El bullicio del salón principal llegaba amortiguado. Claire, la más joven de los Byron, demasiado inexperta aún para las cacerías, atendía a los clientes con disciplina.
Aquí, podían concentrarse. Trazar planes.
Rose apretó los puños, invadida por un nerviosismo que no lograba entender.
—¿Qué pasa? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Por qué me miran así?
Silencio.
Queen se adelantó lentamente, con una mirada que perforaba.
—Creo que lo volveremos a ver —dijo con voz firme.
No hacía falta nombrarlo. Todos sabían a quién se refería. Rose también.
Y sin embargo, preguntó:
—¿A quién?
Una pregunta inútil. Casi un intento torpe de negar lo obvio.
Queen sonrió de lado. Una mueca leve, dulce… e inquietante.
—A nuestro joven visitante de hace un rato —respondió con calma—.
Parece que le causaste… una fuerte impresión.
—¿Tú crees? —murmuró Rose, con la voz baja, casi un gruñido.
No sonó como una duda. Sonó como una promesa.
Si ese extraño era lo que temían… se encargaría de eliminarlo con un placer helado.
Queen, implacable, continuó:
—Y cuando regrese… intenta acercarte a él.
El silencio cayó como plomo.
Rose parpadeó, incrédula.
La petición la golpeó como una puñalada.
—¿Qué? —exclamó, casi sin aire—. ¡Es un vampiro!
Su voz estalló en la sala, dura, desbordada.
Un escalofrío recorrió al grupo.
Rose intentó apartar la mirada del fuego que ardía en los ojos de su madre… Pero era como querer escapar de una cuchilla apoyada contra la garganta.
Imposible.
Queen dio un paso más, tranquila. Implacable.
—Eso —murmuró—, aún tenemos que demostrarlo.
Su mirada era fría. Precisa. Afilada.