Assdan avanzaba con lentitud, cada paso medido. Su mirada escudriñaba la oscuridad, sus sentidos afilados como una hoja recién desenvainada. A su alrededor, los árboles formaban una muralla densa, asfixiante. La noche era profunda, casi viva. Pero él lo percibía todo: cada vibración en el aire, cada movimiento en la sombra, cada insecto que reptaba bajo la corteza.
Se detuvo a unos metros de la silueta encapuchada.
—Estás solo.
No era una pregunta, sino una afirmación. No había ninguna otra presencia. Ninguna trampa. Ningún aliento escondido. Aun así, el mayordomo seguía alerta. Su cuerpo tranquilo, pero listo para matar al menor indicio. Sin relajarse. Sin palabras de más.
—Así es. Estoy solo —respondió la voz, serena.
El hombre se quitó la capucha. En la penumbra, los rasgos de Jet se revelaron. Más duros que antes. Más marcados. Ya no era el mismo chico. Algo en él se había apagado —o quizá encendido—, pero en la sombra.
Assdan no mostró nada. Ni un suspiro. Pero algo dentro de él se tensó levemente. Aidan estaría aliviado: una pieza clave no había caído. Y en algún rincón profundo, la idea de que Jet hubiera sobrevivido despertaba un fragmento de alivio… casi humano.
—¿Dónde están los demás? ¿Siguen vivos?
Jet asintió lentamente.
—Sí. Por ahora. No pudieron venir. Demasiado arriesgado. Nos vigilan de cerca.
Assdan asintió con un leve movimiento.
—Entonces, ¿por qué este contacto? ¿Qué han descubierto?
Quería preguntarle mucho más: lo que había visto, lo que había soportado, por qué su mirada era ahora la de un animal acorralado. Pero no era el momento. El tiempo era valioso. Y peligroso.
Jet inhaló con suavidad, la vista clavada en un punto invisible.
—No mucho. Aún no. Versias es una hidra. Estamos en la base, así que sólo nos confían las sobras. Pero hay algo. Un artefacto.
Assdan alzó una ceja.
—¿Un artefacto?
—Sí. En tres días, su líder debe recibir uno. Un objeto antiguo. Raro. Muy poderoso. Si logra dominarlo, podría convertirse en… otra cosa.
No añadió nada más. No había nada más que decir.
El viento se deslizó entre los árboles. El bosque parecía contener la respiración.
Assdan no respondió de inmediato. Se limitó a mirar a Jet, como si midiera el peso de esa frase. Luego habló, al fin, con voz baja y precisa.
—Muy bien. Sigan. Pero con cuidado. Si los descubren… la muerte no será lo primero en llegar.
Jet no se inmutó. Ya lo sabía.
Un escalofrío discreto recorrió la mente de Assdan. Conocía la reputación del hombre oculto tras Versias, ese que movía los hilos desde las sombras. Si ese sujeto lograba aumentar aún más su poder… incluso Marceau, el rey de los vampiros, podría no estar a su altura. Al menos, eso temía Assdan.
—¿Qué sabes de ese artefacto? —preguntó con voz grave, áspera y contenida.
Assdan avanzaba con lentitud, cada paso medido. Su mirada escudriñaba la oscuridad, sus sentidos afilados como una hoja recién desenvainada. A su alrededor, los árboles formaban una muralla densa, asfixiante. La noche era profunda, casi viva. Pero él lo percibía todo: cada vibración en el aire, cada movimiento en la sombra, cada insecto que reptaba bajo la corteza.
Se detuvo a unos metros de la silueta encapuchada.
—Estás solo.
No era una pregunta, sino una afirmación. No había ninguna otra presencia. Ninguna trampa. Ningún aliento escondido. Aun así, el mayordomo seguía alerta. Su cuerpo tranquilo, pero listo para matar al menor indicio. Sin relajarse. Sin palabras de más.
—Así es. Estoy solo —respondió la voz, serena.
El hombre se quitó la capucha. En la penumbra, los rasgos de Jet se revelaron. Más duros que antes. Más marcados. Ya no era el mismo chico. Algo en él se había apagado —o quizá encendido—, pero en la sombra.
Assdan no mostró nada. Ni un suspiro. Pero algo dentro de él se tensó levemente. Aidan estaría aliviado: una pieza clave no había caído. Y en algún rincón profundo, la idea de que Jet hubiera sobrevivido despertaba un fragmento de alivio… casi humano.
—¿Dónde están los demás? ¿Siguen vivos?
Jet asintió lentamente.
—Sí. Por ahora. No pudieron venir. Demasiado arriesgado. Nos vigilan de cerca.
Assdan asintió con un leve movimiento.
—Entonces, ¿por qué este contacto? ¿Qué han descubierto?
Quería preguntarle mucho más: lo que había visto, lo que había soportado, por qué su mirada era ahora la de un animal acorralado. Pero no era el momento. El tiempo era valioso. Y peligroso.
Jet inhaló con suavidad, la vista clavada en un punto invisible.
—No mucho. Aún no. Versias es una hidra. Estamos en la base, así que sólo nos confían las sobras. Pero hay algo. Un artefacto.
Assdan alzó una ceja.
—¿Un artefacto?
—Sí. En tres días, su líder debe recibir uno. Un objeto antiguo. Raro. Muy poderoso. Si logra dominarlo, podría convertirse en… otra cosa.
No añadió nada más. No había nada más que decir.
El viento se deslizó entre los árboles. El bosque parecía contener la respiración.
Assdan no respondió de inmediato. Se limitó a mirar a Jet, como si midiera el peso de esa frase. Luego habló, al fin, con voz baja y precisa.
—Muy bien. Sigan. Pero con cuidado. Si los descubren… la muerte no será lo primero en llegar.
Jet no se inmutó. Ya lo sabía.
Un escalofrío discreto recorrió la mente de Assdan. Conocía la reputación del hombre agazapado detrás de Versias, aquel que movía los hilos desde las sombras. Si ese sujeto lograba incrementar aún más su poder... incluso Marceau, el rey de los vampiros, podría no ser rival suficiente. Al menos, eso temía Assdan.
—¿Qué sabes de ese artefacto? —preguntó con voz grave, áspera y contenida.
Jet negó con la cabeza.
—Nada concreto. Imposible conseguir una sola información confiable. Pero la organización está nerviosa. Mucho. El jefe en persona designó una escolta para recoger el objeto, dentro de tres días. Es inusual… y preocupante. Pensamos que debían saberlo. Hagan lo que hagan, tengan cuidado.