Libro 1: Renacimiento

Capítulo 21: Un mito de carne y acero

Se llamaba Carlos Byron. El nombre, por sí solo, bastaba para silenciar una habitación. Patriarca del clan Byron, uno de los linajes fundadores de la Sociedad de Cazadores, figura central de una herencia grabada en sangre y deber. Padre de Draven. Abuelo de Rose, Claire y Hex —este último adoptado, pero reconocido como uno de los suyos sin la más mínima discusión.

Su cuerpo tenía el porte de un hombre que la vejez no había vencido, solo pulido. Erguido, imponente, curtido, cada línea en su rostro era un vestigio de los conflictos atravesados, cada cicatriz, una lección que perduraba. Una barba gris, recortada al ras, cubría su mandíbula angulosa, y sus ojos —de un azul cortante— poseían esa fijeza de quienes han visto demasiadas muertes para impresionarse con los vivos.

Ya no lo llamaban Carlos. Ese nombre se había vuelto demasiado estrecho para contener lo que representaba. Lo llamaban El Cazador. Y ese título no era un halago. Era una verdad. Una encarnación. Era la leyenda que había sobrevivido a sus propios relatos. Un mito de carne y acero, respetado incluso por aquellos a los que perseguía.

Donde su esposa, Rosie, había sido luz y ternura —la suavidad dentro de una familia forjada en la guerra— Carlos era solo disciplina, dureza, silencio. No criaba hijos. Forjaba armas. Sus entrenamientos quebraban a los débiles, templaban a los demás. Sus reglas no admitían objeciones ni excusas. No buscaba ser amado, solo asegurarse de que su clan sobreviviera. Que estuviera listo. Que nunca se doblara.

Y cumplía su promesa. Al pie de la letra.

Ahora, estaba de pie en el gran salón del dominio familiar. No había pronunciado una palabra, pero el silencio ya se había rendido ante él. No necesitaba hablar para imponerse. Apenas respiraba, pero todos lo oían. Cada segundo de espera pesaba como una sentencia.

Miró a los suyos. Una sola mirada, circular, filosa, capaz de escarbar la voluntad hasta los huesos. Nadie se atrevía a moverse. Nadie quería ser el primero en romper el equilibrio.

El momento estaba tenso. Demasiado calmo. Demasiado denso. Como la respiración de una bestia antes del salto.

Y Carlos, él, saboreaba ese silencio.

*

A la luz pálida del Ónix, el silencio ya se había adueñado del lugar mucho antes de que hablara. El nuevo refugio era sobrio, reciente, sin historia. Un simple mostrador, unas cuantas mesas de madera oscura, un mapa de las alcantarillas de Thenbel colgado en una pared. Ningún transeúnte. Ningún ruido exterior. Había sido construido para parecer absolutamente común ante el mundo.

Con paso lento pero preciso, Carlos cruzó la sala principal. Su silueta imponente avanzaba como una marea helada, sus botas golpeando la madera envejecida con la regularidad de un tambor de guerra. No miraba a nadie en particular, pero sus ojos, de un azul acerado, barrían cada rincón con una lucidez quirúrgica.

Se sentó lentamente en la mesa central, sin que se cruzara una sola palabra. Su abrigo de cuero gastado rozó el respaldo, y un crujido seco marcó el movimiento. Todo era calculado. Sobrio. Imponente. No fijaba la vista en nadie, y sin embargo todos sentían su atención caer sobre ellos.

Rose, Claire y Hex permanecían erguidos, casi inmóviles. Queen se mantenía a una distancia respetuosa, una mano sobre el hombro de Claire en un gesto puramente simbólico. Solo Draven se atrevía a sostener la mirada azul del patriarca. Incluso Canoë, ajena a su linaje, guardaba silencio con respeto manifiesto. El aire era espeso, saturado de tensión.

Carlos entrelazó las manos sobre la mesa.

—¿Cómo van los hallazgos? —preguntó con voz grave, aunque contenida.

Draven fue el primero en responder:

—Los vampiros siguen llegando. Más discretos estos últimos dos días, pero siguen apareciendo. Eliminamos un grupo en los barrios del oeste de la ciudad, y Hex persiguió a otros dos hasta el mercado antiguo.

Hex asintió lentamente, sin agregar nada. Su camisa, aún manchada de sangre, hablaba por él.

—Las huellas bajo la catedral son claras. No hay duda —dijo Rose en voz baja—. Los vampiros están inquietos últimamente.

Carlos no se movió. Miraba el mapa en la pared.

—¿Esas presencias siguen algún patrón?

Canoë respondió en su lugar:

—No. Y eso es lo que me preocupa. Vienen desde direcciones opuestas. Algunos ya estaban en la ciudad, otros vienen del este, del oeste. A simple vista no hay una convergencia clara. Pero estoy segura de que se están reuniendo en algún sitio.

—¿Motivaciones, entonces? —preguntó Carlos sin voltear la cabeza—. ¿Objetivos?

—Nada concreto —murmuró Queen—. Pero no merodean sin rumbo. Es como si esperaran algo.

El viejo cazador se incorporó levemente. Un tic nervioso tensó su mandíbula. Seguía inmóvil, pero sus dedos empezaron a tamborilear sobre la mesa con la punta de las uñas. Tres golpes lentos. Luego, silencio.

—¿Y tú, Canoë? —preguntó sin alzar la voz—. Vienes del linaje Darel. ¿Qué te dice tu instinto?

La joven se irguió, recta como una hoja de acero.

—Algo los está atrayendo. Una fuerza... Es como si se preparara una guerra en la sombra. Pero no sé qué. Aún no.

Carlos la observó un instante, luego sus ojos regresaron a Draven. Y esta vez, su voz fue más lenta. Más densa.

—¿Por qué esta ciudad?

Ninguna palabra. Solo el eco de la pregunta cayendo como una sentencia. La mirada de Carlos pasó por Rose, luego Claire, luego Hex. Cada uno evitó sus ojos con un respeto doloroso, casi animal. Sabían que él sentía algo. Que olfateaba una verdad aún no dicha.

Pero no dijo nada. Aún no. Se hundió en el silencio con ellos, dejándolos sudar unos segundos más.

Carlos rompió finalmente el silencio.

—Aal está en la ciudad.

Cinco palabras. Suficientes para quebrar el aire como una grieta en la piedra. No había alzado la voz, pero un escalofrío recorrió la espalda de todos los presentes. Vibraba de una ira contenida, de una violencia encadenada. El nombre no necesitaba explicación. Todos lo sabían. Aal. El vampiro negro. La abominación. El asesino de Rosie Byron.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.